jueves, enero 24, 2008

Don Jorge el especialista


Don Jorge el especialista
(Dedicado a Susan y Jorge)


Don Jorge, italiano de nacimiento, uruguayo por adopción, hacía tiempo había abandonado sus artes de la tierra, herencia y educación de sus mayores. Al llegar a nuevos horizontes, luego de años de trabajo rudo y temporal, recaló en la construcción, iniciándose de peón, luego se convirtió en medio oficial y por fin en oficial finalista.

Pasaron algunos años y terminó por dedicarse a la fabricación de estufas a leña. Siempre había querido especializarse y esta era su especialidad. Siempre estaba al tanto de los últimos adelantos y él mismo confeccionaba los nuevos implementos.

En esto estaba cuando doña Susana lo mandó llamar por un problema con su estufa.

- Pase-pase don Jorge – la voz era imperativa – no les tenga miedo que son muy mimosos, los tengo mal enseñados
- No doña, si a mi me gustan mucho los perros – el hombre era cómplice en ese amor a las mascotas - ¿y que es lo que pasa?
- El humo, el humo. Prendo la estufa y al rato se me llena todo de humo ¿podrá arreglarlo?
- Vamos a ver, hay que investigar. Empecemos por lo básico. Usted a probado a apagarla y volverla a prender?
- No, la verdad que no.
- Vamos a hacerlo, es lo más fácil, en ocasiones se arregla sola. Permítame.

Así, ayudado por un balde de lata y una pala, el hombre quitó todas las brasas, luego dejo que se enfriara y procedió a volver a prenderla. En estos trámites pasaron mas de 45 minutos, y quedaron esperando los resultados, lo que permitió una larga charla entre el solterón y la viuda.

- ¿Un tesito, una limonada, don Jorge?
- Bueno, agradecido, con una limonada tenemos. Mire, ahora funciona perfectamente y no tira humo.
- Que cosa más rara señor Jorge, a mi me metía todo el humo para adentro.
- Bueno esas cosas pasan, ahora parece que está bien, así que cualquier cosa me vuelve a llamar doña, sin problemas.
- ¿Cuanto le debo?
- Por favor que me ofende, estamos para servir. Esa limonada estaba muy rica y lo agradezco. Con eso ya estoy pago.

A la semana se repitió el problema y volvió a llamarlo. No le gustaba demasiado depender de gente no conocida y menos cuando era un hombre, era una mujer acostumbrada a estar sola desde la muerte de su marido. La acompañaban solo sus mascotas.

- ¿Otra vez el humo señora?
- Se me llenó la casa, todo quedó impregnado don Jorge.
- Pero que cosa extraña, funcionaba tan bien y sin problemas. ¿Probó de apagar y volver a prender otra vez?
- Si, si, como usted me enseñó, lo hice dos veces pero no dio resultado.
- Bueno esto ya es más complicado, déjeme ver.

Revisó con cuidado cada ladrillo, el tiraje del hogar, tomo medidas de la boca de la estufa, de la profundidad, miro por dentro, subió al techo, valoró la chimenea, no encontró nada importante, quedó pensando. El viento, debe ser el viento. Bajó.

- Esta muy frío afuera don Jorge, y usted alla arriba. ¿No gusta un té caliente? tómese un descanso. La voz no denotaba sentimientos, solo deseo de servicio, el hombre respondió en el mismo tono, campechano.
- Y no le voy a decir que no señora Susana, le agradezco. Esta humedad me hace doler la espalda, ya no estoy joven para andar trepando techos.
- Bueno - dijo ella - tampoco es usted un ancianito.
- No, pero tampoco soy un jovencito.
- Es cierto, ya no somos jóvenes. No lo tome a mal.
- Faltaba más.

Y así siguió la charla, la hora era propicia y después del té, surgió la posibilidad de comer alguna otra cosita.

- ¿Gusta unas galletitas? Son caseras.
- Y no me niego, cuando la factura es tan buena tengo facilidad para el “si”. ¿Sabe que?, creo que el problema es que tiene poco tiraje, el viento se pone en contra y mete el humo. Vamos a hacerle lo que he llamado "veleta de humo".
- ¿Usted lo hace?
- Si, son “periféricos” de la estufa, yo los hago, yo los invento y yo los coloco.
- ¡No me diga! ¿Periféricos?
- Así les he puesto, porque son cosas que pongo por fuera de la estufa en sí. Este dispersor se trata de una especie de sombrero que cubre la boca de la chimenea, tiene un sector vertical que funciona como una veleta y todo esta sobre un rulemán viejo de auto. Cuando el viento sopla, el aparato gira y el hueco siempre queda protegido, nunca se mete el humo. Mañana me pongo a hacerlo - ya tomé las medidas - y en un par de días lo tiene puesto.
- ¡Que inteligente! Pero mire que no hay tanto apuro, usted también tiene que vivir con su familia, ahora viene el fin de semana.
- No señora, yo soy solo. Tengo todo el tiempo para mis cosas.
- ¿Ah... usted también vive solo?
- Si, doña Susana, fea cosa la soledad ¿no?
- Si fea cosa, bien dice. así lo quiere Dios. Por cierto ¿No será muy caro el dispersor ese?
- Precio para una amiga, doña Susana, y si no puede pagar, no importa.
Y la charla siguió por otras sendas, don Jorge volvió tarde a su casa. Unos días después apareció con el “periférico” pronto.

- Pase don Jorge, ya me extrañaba…
- Me lo imaginaba. Pero la demora fue por la dificultad de encontrar buena hojalata doña Susana, ¡pero mire que preciosidad!.
- Es que yo no entiendo nada de eso don Jorge, si usted dice...
- Claro que sí, ahora el tránsito del aire va a ser mejor, esto protege de interferencias y hace que la velocidad del humo aumente muchísimo. Subo y en un periquete lo tiene pronto, después me dirá.
- Quédese tranquilo, hágalo despacio y no se vaya a caer.

Una hora después el hombre había concluido su trabajo, bajó tosiendo.

- Disculpe la tosedera, señora, pero ando con el pecho apretado.
- ¿No gustaría un te con guaco?, tiene una tos fea.
- Le agradezco. Es el frío que mete el viento. Arriba sopla bastante y además como no dejo el cigarro...
- ¿Usted fuma? que raro, aquí nunca ha fumado.
- Fumo muy poco Doña y en su casa no fumo por respeto. Así me enseñaron de chico.
- Tal cual, ese respeto que hoy por hoy... – dijo ella moviendo la cabeza a los lados -
- Es como usted dice, son otros tiempos. – él también quedó moviendo la cabeza -

Doña Susana estaba empecinada en que el hombre se alimentara mejor.

- Ya se ha hecho tarde y usted vive lejos. ¿No quiere comer algo para el viaje?.
- No doña Susana, es muy tarde, tengo que caminar mucho y no quiero ponerla en gastos.
- Ningún gasto, estas croquetas quedaron del medio día, están muy ricas. Las pongo en una bolsita y se las lleva a su casa. Allí come tranquilo y no tiene que pensar en la cena.

La semana siguiente volvió a sonar el teléfono en la casa del especialista.

- Hola... Don Jorge?
- Si, dígame.
- Soy yo Don Jorge, Susana.
- Ah, Susana… perdón señora Susana, dígame.
- Esta bien Don Jorge, faltaba más, dígame Susana simplemente.
- Bueno, entonces usted también tutéeme, por favor.
- Bueno… don Jo… digo, Jorge, mire, ahora hay menos problemas pero no da tanto calor como antes, todavía tira un poquito de humo, pero ni comparación, la verdad.
- ¿Precisa que me de una vuelta?
- Y si fuera posible si, porque hace mucho frío y como pasado mañana es mi cumpleaños vienen unas tías y unas amigas. Se van a resfriar, gente vieja, gente friolenta.
- ¿Muchos?
- Si, son varias personas que llegarán.
- No, le pregunto por su edad, aunque ya se que esto no se pregunta a una mujer.
- Ah! eso nunca me ha preocupado. Ya llegamos a los 54. Y mire que no me quito nada
- Es una jovencita, yo estoy cerca de los sesenta ya, unos mesitos no más y los cumplo.
- Mire usted que bien los lleva, yo le daba menos.
- No se lo creo pero no importa. Bueno no puede pasar el cumpleaños con frío. Delo por hecho, mañana voy de tardecita.

- Feliz cumpleaños Susana, aquí tiene una botella de buen vino casero. Lo hago con mis propias viñas, espero que le guste.
- ¡Pero Jorge, no era necesario!
- Es un placer.
- Bueno, si insiste.
- Le digo Susana que ahora su problema ya no es por el viento, ahora parece ser que la subida se ha tapado con resina... ¿que madera quema?
- La verdad la más económica, la pensión no da para más. ¿Otro vasito de vino?.
- No gracias, no soy de mucho tomar. ¿Le ha gustado?
- Es muy rico, la verdad.
- Bien, de la madera le digo que ese es el problema, porque cuando son muy resinosas y algo verdes - aquí tengo un tronco y lo estoy viendo – le hacen mal a la estufa. Esto es como una enfermedad para la chimenea. La enfermedad entra sola, viene con la leña que compra, es una peste. Usted ni cuenta se da y cuando quiere acordar le hizo daño y se le tapa. Tiene que ver de comprar leña seca, de confianza, y mejor si mezcla rolos finos con alguna leña dura para que dure. Y mire el ladrillo. Cuando hicieron esta estufa no tuvieron en cuenta que había que hacer estas paredes con refractario.
- ¿Ladrillo refractario?
- Si, uno más clarito y duro que refleja el calor. Si no mejora la calefacción le hacemos el cambio, no sale muy caro porque hay que poner pocos ladrillos. Usted me dirá.
- Esta estufa tiene años y años, la hizo mi abuelo, quien sabe si en esa época existían esos ladrillos. Mire Jorge yo le tengo mucha confianza. Lo que usted diga. ¡Cállense caramba, Sultán, Príncipe! ¿Por que será que ladran tanto estos perros?
- Es que ha pasado la vaca de la vecina por el jardín de la casa – don Jorge miraba por la ventana del frente - se pusieron nerviosos.
- A mi no me hacen caso, los tengo muy consentidos.
- Déjeme a mí – dijo el hombre y con una voz ronca y medio aflautada, impropia para un italiano pero perfecta para un hombre de campo, dio la orden: ¡Camine a echarse cuzco lambeta! .

Ante el asombro de la mujer los perros quedaron quietitos y callados, como en misa. Enseguida se sintió en el mismo tono sonoramente: ¡Vaya p´afuera botonero viejo!" .

Los bichos desaparecieron por la puerta del fondo de cola entre las patas.

Doña Susana quedó evaluando la situación y después pensó: "Lo que es la voz de un hombre..." Hacía mucho que estaba sola, pero se estaba acostumbrando al tonito italiano de la conversa de Don Jorge y se sentía bien con la companía.

Un par de semanas mas tarde la chimenea estaba sin hollín y los nuevos ladrillos refractarios hacían que la vieja estufa diera un calorcito excelente por primera vez en su existencia. Ya los perros le saltaban mimosos cuando lo veían y respetaban su voz de mando.

Al terminar otra visita para asegurarse que todo estaba bien, saliendo de la casa se sacó la boina y le dijo tímidamente: “Cualquier cosa me avisa, Susana, ¿sabe? y el puchero que hizo hoy estaba riquísimo - sin desmerecer la lasaña del otro día, que le quedó de campeonato - hacía mucho que no comía tan sabroso.”
Ella le contestó comprensiva: “Es que un hombre solo no se cuida.”
Él asintió: “Y si, yo me arreglo con un churrasquito, algún huevo frito y ya está. Eso si, vino tinto no puede faltar, yo soy italiano, usted sabe.”
- Claro que sí, me alegra que le haya gustado la comida, quede tranquilo Jorge, quede tranquilo. Si tiene que volver haremos ravioles caseros, ya va a ver que bien me quedan, me lo enseño mi abuela, que era italiana como usted.
- Ah, pero si me lo pone así, seguro que vuelvo, ahora voy a cruzar los dedos para que la estufa tenga problemas.

La visita terminó con las risas de ambos.
Pocos días después sonó el picaporte en la casa de Susana. Era Jorge.

- Es que pasaba por el barrio y me dije: Vamos a preguntarle como va la estufa, no me ha llamado y tengo curiosidad. Por eso aquí me tiene.
- No se si viene por la estufa o por los ravioles prometidos.
- Bueno, para que mentir, un poco por cada cosa, la verdad. Y se puso colorado.
- La honestidad es una perla muy buscada, Jorge. Le cuento que la estufa va muy bien, nunca había dado tanto calor. Los perritos duermen patas arriba enfrente al fuego. Por cierto, mis tías estaban sudando aquí adentro, la pasamos muy bien.
- Bueno, me alegro muchísimo, vuelvo para mi casa entonces – mientras decía esto estrujó la boina con las manos y ella lo notó – cualquier cosa me llama, Susana. Que tenga buenos días.
- Así lo haré, no lo dude.

Pasada una semana más de soledad y muchas horas de pensamientos frente a una estufa que funcionaba perfectamente, Doña Susana terminó de estirar la masa de ravioles en la cocina, puso a calentar despacito el relleno de carne picada sazonada, después subió con cuidado al techo y medio tapó la chimenea con pasto seco, como si un pájaro hubiera anidado allí.

La estufa comenzó a tirar humo.

Ella fue al teléfono.

jueves, enero 10, 2008

El loco Arturito



El loco Arturito

Le diré que al loco Arturito le encantaba comer todas las semillas, ya fuera de frutas o verduras, que encontraba o le regalaban los vecinos o también las que "robaba" en el almacén con la mirada cómplice del almacenero haciéndose el que no veía para no acercarsele ni discutir con él - ya que el estado higiénico del loquito era deplorable, - o directamente comiendo los desperdicios que encontraba en la basura. Su paladar no hacia diferencias. Cuando encontraba semillas de árboles era igual, no tenia ningún problema en comerlas como golosinas. Verlo pasar horas sacándolas de las piñas de los pinos sentado en cualquier sitio y llevándoselas a la boca para degustarlas era rutina pupular. Hacia recordar la seriedad de los monos cuando recolectan pulgas de sus congéneres comiéndolas una a una. Y de cualquier árbol, cualquiera que fuera apetitoso a sus ojos.

Con el pasar de los años el colectivo se olvidó de que había sido de su familia o de como llegó al pueblito y se transformó en parte de todos. Muchos le envidiaban su salud, ya que le pasaban desapercibidos el frio o el calor y sus costumbres jamás cambiaban. Nunca se quejaba y siempre tenía una sonrisa a flor de labios.

Esto no desagradaba a los habitantes de la villa.

El problema con el loco Arturito era que dentro de su rutina incluía hacer pequeños huecos en la tierra cerca del pueblo - porque en el pueblo no lo dejaban, los vecinos lo corrían a los gritos (aunque no faltaron jardines que amanecían bendecidos por su gracia) - y en cada hueco cagar un poquito. Tenia una precisión increíble para colocar su pequeña cuota de mierda y un excelente estado del esfínter anal cortando el naco como con navaja. Mirando de la plaza del pueblo era común ver el culo blanco del loco cuando estaba cumpliendo su rutina en cualquier descampado en los alrededores del poblado. Los niños lo señalaban riendo y era un permanente motivo de alegría, la mayoría de los adultos movía a los lados la cabeza como signo de tolerancia, diciendo: " Y... está loquito, pobrecito."

Luego de su cagada en capítulos volvía tras sus pasos tapando cada huequito con la madre tierra haciendo alarde de un cariño realmente digno de admirar. Lamentablemente lavarse las manos no estaba en su rutina. Esto generaba una visual externa deplorable y un olor que lo precedía mucho antes que llegara, como a Gengis Kan precedían la fama de sus victorias y su salvajismo.

Esto si desagradaba a los habitantes de la villa.

Pese a que le tenían cariño lo regañaban, cada uno según su nivel de humanidad. Algunos solo lo rezongaban cariñosamente, - incluso superando el desagrado, lo bañaban y regalaban comida y ropa - pero otros lo corrían a pedradas, y si lo agarraban lo molían a palos. Así era de variada la cosa como el propio ser humano es.

Pero el loco Arturito seguía imperturbable comiendo todas las semillas que encontraba, cavando a media tarde sus hoyitos, llenándolos con sus minicagadas milimétricas y por fin culminando con su tarea casi religiosa de tapado. Así el vecindario fue juntando bronca con los años. El sector no tolerante se fue convirtiendo en mayoría. Ya eran muy pocos los que lo ayudaban. La mayoría lo corría cuando lo veía. Arturito venía poco al pueblo, solo a las casas de los que lo querían pese a sus peses.

Pero algo milagroso sucedía en el campo.

Con los años lo que comenzó como unos brotes aislados se fue convirtiendo en una gigantesca huerta donde crecía todo tipo de especies vegetales. Y todo vino con tal fuerza que en poco tiempo un bosque rodeaba el paraje. Fueron llegando animalitos de otros lares, y muchísimos pájaros encontraron un nuevo hogar. Cada vez era más difícil distinguir el culo blanco del loquito.

Al principio los de la villa visitaban el lugar con curiosidad, recogían algunos frutos o verdura para su consumo, pero llegó un momento en que el bosque se hizo tan tupido que era casi impenetrable. Salir del pueblo era tarea difícil. Como siempre sucede cuando la irracionalidad gana al hombre, en vez de preocuparse de organizar su bosque natural y sus riquezas, decidieron encontrar culpables y asi salieron a buscar al loco Arturito para mandarlo al manicomio porque ya los tenia definitivamente cansados. Pero era tarde, jamás lo encontraron. Jamás. Nunca mas lo vieron.

Por fin el loquito vivió feliz. Tenía comida, sombra y cobijo. Él tampoco encontró una salida porque nunca la buscó, quedó a salvo en el medio de "su" bosque.

¿Qué ha sido de su vida? No podría decirle, nunca más lo vi. Pero seguro que es feliz. En algún lado leí que el que nada espera, todo recibe.

lunes, diciembre 31, 2007

Mañana


Mañana
Se veia lindo el sol a lo lejos.
Alejandro empujó la balsa hacia el medio de la cañada y dio dos remadas.Quedó mirando. Pensaba. Esperó que casi desapareciera en el horizonte, entonces volvió a remar a la orilla.
Los colores habían desaparecido, solo se podian adivinar los contornos grises, el resplandor inmenso en lontananza y el brillo picoteado del agua."Hasta aca llegamos hoy - dijo - pero mañana sigo."
Porque le habían contado que siguiendo la corriente de la cañadita, en especial si estaba con buen caudal, unos pocos quilómetros mas adelante esa pequeña corriente de agua se juntaba con el arroyo de las Carretas, justo en la zona de los bajíos. Era fácil llegar, solo tenía que tener cuidado con los sauces llorones orilleros, de largos brazos verdes besando el agua, algún banco de tosca escondido y por fin sortear los arenales al entrar al arroyo. Pero no era dificil y él era baqueno.
El mundo de Alejandro era la cañadita Medina, habia nacido en un pequeño rancho de barro a pocas cuadras de ella, por alli estaba enterrada su madre. El padre un día se fue flotando, y nunca volvió - ese cuento era repetitivo a lo largo de su vida - y la tía que lo crió sin quererlo le había llenado la cabeza con cuentos de grandes ríos, bagres gigantescos, lugares donde no había morrocoyos ni viejas de agua, pero salian otros peces extraños. Le decía de grandes ciudades, de diferentes gentes.
Por eso, al morir su segunda madre unas semanas atrás, él venía y pasaba tiempo en la orilla, o en el medio de la cañadita, flotando, como provocándose.
"Mañana sigo", se repitió.

lunes, noviembre 19, 2007

Doce horas más


Doce horas más.


Es común que mi teléfono suene de madrugada, los médicos rurales siempre estamos a la orden, pero inevitablemente me despierto sobresaltado – no puedo acostumbrarme pese a los años – y siempre semidormido contesto automáticamente: “¿Si?.”

“Vení, por favor vení rápido.” dijo una voz muy conocida, trasmitiéndome mucha angustia. Y justamente esa voz sí era particularmente raro sentirla a las dos de la mañana. (Pensar que tantas veces lo había deseado, aunque siempre me autocensurara y lo negara.) Algo serio sucedía para que ella llamara. Tenia que apurarme.

Cinco minutos después estaba arrancando el auto con la camisa mal abrochada y el pantalón con el cinturón suelto. Recuerdo me medio peiné hacia atrás mirándome en el espejo retrovisor usando los dedos como burdo peine. La acelerada hizo chillar los cauchos.

Diez minutos más tarde estaba apretando el timbre de los López García-Zamorano, una residencia de clase media alta. Todo el recorrido lo hice promediando cien kilómetros por hora.

Extrañamente no salió Alcira, el ama de llaves y me atendió la señora de López García personalmente, Doña Lucía Martha Zamorano, con la que nos conocemos desde muy chicos. Para mi siempre ha sido Lucil. Lucil, un amor imposible, llama de pasión eternamente encendida. (O quizás sería mejor llamarle amor negado, esas cosas del destino, líneas de vida desde siempre divergentes, pese a vivir muy cerca.)

Lucil estaba despeinada, envuelta en una “robe de chambre” rosada, con los ojos llorosos desde donde el rimel había dibujado una pequeña línea negra bajando hacia las mejillas. Se veía abatida y cansada. (Igual para mi resultaba exquisita, un placer el solo tenerla allí frente, verla, sentirla. ¡Que me podía importar el motivo!.)

“¡Que suerte que viniste rápido Gabriel! – me dijo nerviosa dándome un beso en la mejilla – es Carlos, le dio otro ataque y este es mucho más serio que los otros. Me temo lo peor. Me parece que ha dejado de respirar...” y sin esperar respuesta se dio media vuelta y corrió hacia el dormitorio. Si, esta vez era realmente una crisis seria.

Cuando lo miré no precisé ni tocarlo. Estaba muerto. Carlos no era santo de mi devoción, pero lo respetaba, no se bien por que motivo. Quizás lo respetaba a él para respetarla a ella... no lo tenía muy claro. Realmente en el fondo siempre había deseado que no hubiera existido ese tipo. Él nos había separado.

Si. Quizás por eso nunca me animé a decirle lo que sentía mi corazón cada vez que la veía. Aunque en ocasiones tenia la sensación que Lucil lo deseaba saber. Tenía también muy claro que la relación entre ellos no era lo que se consideraría “normal” para un matrimonio. Desde el inicio estuvo viciado de forma y contenido.

Había sido un casamiento prefabricado, planificado por los mayores y obligado por los quebrantos económicos. Fue un arreglo de situaciones financieras a costa de su sacrificio. A lo mejor el tipo realmente la quería, pero en cierta forma, la había “comprado”. Ella no tuvo escapatoria. Y así el marido, bastante mayor, jamás pudo darle la alegría que merecía. Eso lo tenía bien claro.

De todas modos me senté en la cama para examinar el cuerpo, respetando digamos, el decoro, la formalidad. En general los médicos desmistificamos la muerte. Ppara los que no nos entienden somos hasta irrespetuosos, pero en realidad es defensivo. Miré las pupilas: dilatadas; el tono de globos oculares: disminuido. No auscultaba latido cardíaco ni de carótidas y carecía de movimientos respiratorios. Uséase: fiambre fresco. El hombre había sido un asmático severo y últimamente sufría una insuficiencia cardíaca cada vez mas pronunciada. Recuerdo bien que en el último ataque casi se murió y paradojalmente yo logré salvarlo. (A decir verdad a regañadientes, con pocas ganas. Pensando: “y si dejo que espiche de una buena vez...¿quién se va a dar cuenta.? “ Pero no pude. Soy realmente un Profesional y cumplí mi juramento Hipocrático. Pero esta vez no había “tu tía”. Estaba muerto, bien muerto.

“Lucil... lo siento”, le dije guardando el estetoscopio, mientras girando hacia ella me paraba. (En realidad mi cabeza gritaba: “¡Al fin se dejó de joder este viejo!.”) Pero tenía que controlarme, al menos por ahora.

Llorando, la novel viuda dejó caer los brazos a los costados y se mantuvo parada, estática en medio del dormitorio sobre la gruesa alfombra, mirando el piso. Era la imagen viva del desamparo, por eso no pude contener el impulso y me acerqué, tomándola por los hombros.

“Ya te va a pasar”, le dije. Ella se apoyó en mi, gimoteando. El tener ese cuerpo tan largamente deseado entre mis brazos me perturbaba, y demasiado. Hasta parecía mentira. No me importaban los motivos ni el entorno, la tenía en mis brazos por fin..

“Ya, ya, no llores” – mi voz era suave – y sequé las lágrimas con mis dedos. Ella se apoyó más en mi. “Quedo tan, tan sola, Gabriel” dijo dejando escapar un largo suspiro. Y era cierto. Ellos no habían podido tener hijos y las familias estaban distanciadas.

“Así que estamos los dos solitos en ese caserón - pensé - ¿y la mucama?” porque en ese momento reparé que no había aparecido en escena.

“Por cierto, ¿dónde esta Alcira -pregunté - por que estás sola?.

Allí supe que los jueves – era jueves gracias a Dios, - era su día de descanso, y que vivía lejos, volvería mañana, a media mañana.

“... y por eso estábamos solos cuando Carlos empezó con esa falta de aire y se puso tan nervioso, respirando cada vez con mas dificultad, como siempre que le daban esos ataques – parecía que contándome se desahogaba - de pronto se llevó la mano al pecho y cayó fulminado sobre la cama” – me relataba los acontecimientos casi como si se tratara de una novela: – intenté reanimarlo, le puse la pastilla bajo la lengua y la mascarilla de oxígeno, pero su cara ya estaba azul. Yo sabía, pero estoy sola y necesitaba que tu lo confirmaras, viejo amigo, me siento agobiada.” Volvió a abrazarme, buscando apoyo.

“No estás sola, ¡que disparate!, - mi voz intentaba ser convincente - tenés amigos, sos joven, inteligente y fundamentalmente sabés que me tenés a mi, yo siempre estaré cerca, de hecho siempre he estado cerca” – dije al final mas hablando conmigo que con ella - y tomándole las manos con cariño, bese sus dedos pequeñitos, fríos, mojados de lagrimas, sucios de rimmel. Luego la atraje hacia mi y le di un beso en la mejilla. Repetí: “Sabés bien que me tenés a mi, decime que lo sabés”.

“Lo se, lo se muy bien, siempre lo supe, y te lo agradezco tanto... - dijo entristecida - que horrible, ahora tenemos que avisar a toda la familia ¡y viven tan lejos!”

“Para serte sincero – comencé – no puedo decir que lo lamento mucho, yo se que este hombre no te trataba bien, y nunca lo pude tragar. Masticarlo... todavía, pero tragarlo... ¡ni loco!, – y aquí me animé a decirle – en especial porque siempre me alejó de vos.” y la quede mirando fijamente a los ojos.

Se hizo un silencio muy significativo.

Retuvo mi mirada unos segundos y dijo seria: “No digas nada mas, por favor”. Yo realmente la sentí poco convencida. Estaba cuestionada, estaba claro, por eso ataqué nuevamente porque no me podía contener.

“Acaso no sabés lo que siempre ha pasado por mi corazón en todos estos años que te tuve que ver en sus brazos... podés valorar mi sufrimiento... ¿o nunca te diste cuenta? si me decís que no, no podría creerte”. Mi voz ya era condenatoria. Me miró fijo nuevamente.- Algo le sucedía, estaba seguro, algo quería aflorar y ella no se lo permitía. -

Preocupada dijo: “¡Por favor Gabriel, que Carlos esta allí!, respetemos ¿quieres?”. Yo exploté: “¡Él ya no está, se murió!. ¡Kaput. Finí. The end.! Esta allí, pero no está” - como médico, la muerte la veo casi como una solución en muchas oportunidades, aunque los legos no tienen obligación de entender – y seguí: “Mirá, ahora que lo pienso, esto debí habértelo dicho hace muchos años”. Ella retrucó suplicante: “¡Por favor, no sigas Gabriel, no es el momento para conversar estas cosas!”

Era claro que no esperaba ese abordaje, y mucho menos allí y en esa situación tan especial, y para ser sincero realmente yo concordaba con ella en que no era el momento, ni el lugar si utilizábamos la lógica. “Mmmm.... ¿la lógica?” – me dije a mi mismo – y pensando en voz alta seguí: “Para que carajo nos ha servido la lógica estos años. Un poco de locura no solo no mata sino que nos hará vivir más intensamente. Realmente el ser lógicos no nos ha dado felicidad ninguna, ¿no es cierto?, y además en vida siempre lo respetamos, ¿o no?. Nuestra conducta fue siempre irreprochable. Entonces, Lucil, por favor, dejemos a un lado la lógica por una vez, te lo suplico”

Mi fundamentación fue contundente. lo noté en su cara. La atraje hacia mi otra vez. Ella ya no lloraba, solo suspiraba. Ofreció una resistencia muy pobre. “No sufras”, le dije bajito al oído, acariciando con mi cara su cuello. El olor a mujer me dejó embelesado. Noté que a ella se le erizaba la piel y mi corazón galopaba

“Gabriel, - intentó defenderse - no hagas eso, sabés bien que hace tiempo Carlos y yo... como pareja... no funcionábamos... ¿entendés?, él estaba muy enfermo, y entre él y yo no.... nosotros no...” Allí le tapé los labios con el índice de mi mano derecha y dije: “Shhhhhh....no digas nada - y acercándola a mi – te entiendo, ¡como te entiendo!”.

“Por favor, no hagas esto, mirá que no respondo...” – suplicaba - la pasión me desbordó y corté su frase con un beso. Quiso resistirse pero le di otro más pasional y sus defensas flaquearon. Seguí implacable con mis razones: “Si nunca lo quisiste realmente, siempre estuviste enamorada de mi. ¿Te estoy mintiendo? Se sincera, fue una obligación estar con él y lo sabés bien, como también sabes lo que yo siento desde siempre por vos, que es más que pasión, es fuego, fuego puro, ¿o no te das cuenta,?” y comencé a besarle despacio el cuello. Allí sentí sus brazos abrazando mi cabeza y pude percibir que en su cuerpo cedía la tensión que había mantenido hasta ese momento.

“No sigas Gabriel... seamos cuerdos, te ruego Gabriel...” la voz le temblaba, parecía apagarse, sus ojos se cerraban. Comenzó a hablar sola, casi como en un confesionario:“Con él nunca fui feliz como mujer y últimamente estaba agresivo, posiblemente por su enfermedad, no se... ¡hay Gabriel! hacía tanto que no sentía esto que me estas haciendo sentir... por favor, no sigas más”

La voz pedía clemencia, pero el tono que empleaba era casi una orden de fusilamiento y mis ansias se desbocaron. Con una facilidad de movimientos que no me conocía, pocos segundos después nos amábamos desnudos sobre la gruesa alfombra, junto a la cama donde el novel cadáver se enfriaba lentamente, consumidos de pasión.

Jamás había disfrutado tanto del sexo como esa noche. Y esto era mutuo. Demoramos muy poco en tener ambos un orgasmo contenido por años. Avergonzada me dijo: “Que estamos haciendo, Gabriel, por Dios...” y yo le aclaré: “Simplemente se dieron las condiciones, algo que los dos hemos esperamos demasiado. Terminó una etapa de nuestras vidas y comienza la que tanto habíamos soñado y nos estaba vedada. Pero ahora nada nos impide querernos, ¿entendés?” y recomencé con mis caricias.

“¿Pero a vos te parece que esto se puede hacer?” - me dijo totalmente cuestionada, y respirando ansiosa.- “¡Si ya lo hicimos, mi amor! - le contesté de inmediato – y con lo que te hizo sufrir este tipo, debería estar mirándonos, pero tiene la suerte de estar muerto y ya nada le importa” – ella me miraba como desconociéndome, nunca le había hablado así y seguí – “solo que estuviera agarrado del famoso hilo de plata del alma y nos mirara...¡ma si! que nos mire, al fin por él perdimos tantos años. Y te digo más, en la cama vamos a estar más cómodos mirá,” y me levanté decidido.

“En la cama está él, Gabriel, ¡te lo suplico!”- dijo nerviosa sentada en la alfombra intentando arreglarse el cabello.- Yo fui muy claro: “Estaba”, dije, mientras lo bajaba al piso envuelto en el cobertor.

Ella se enojó: “¡Por favor!, ¡estás loco!” – gritó - y levantándose quiso tomar la ropa del piso. Allí volví a abrazar su cuerpo desnudo desde atrás por la cintura, apoye su espalda en mi pecho y le dije: “¿Dónde vas?, ¿Dónde-diablos-te-crees-que-vas,?” con una voz mezcla de enojo y cariño, besando repetidamente su nuca, jugando con el cabello.

“Por favor, Gabriel, hay que llamar a la familia, nadie sabe nada.” Hablaba mecánicamente, dejando caer la cabeza hacia atrás y suspirando mientras acariciába el brazo que la tenía retenida por la cintura. La tranquilicé: “Después llamamos, quedate tranquila, que al finadito nada lo apura, tiene toda la eternidad por delante. El certificado lo hago mañana, tenemos poco tiempo, después con el luto y esas cosas quien sabe cuanto hay que esperar para estar juntos otra vez. Ahora a recuperar años mi amor, a recuperar años.. Le damos doce horas mas al desenlace y listo. ¿Qué son doce horas para quienes nada saben y cuanto representan para nosotros?.”

“¿Qué son doce horas?... realmente estás loco”, dijo por fin sonriendo cómplice, y se entregó por completo. La escena debería de ser exótica, pero nadie la vio. El difunto Carlos en el piso envuelto en el cobertor cual taco mexicano gigante. Lucil y yo recuperando años de pasión contenida en una sola noche, en esa inmensa cama de matrimonio. Por la mañana haremos el certificado con las horas cambiadas, total... ¿12 horas mas o menos?... ¡por favor!

¿Qué esto no es profesional?. Usted lo dice porque no tiene la calentura que este servidor ha venido juntando durante los últimos diez años.

¿Sabe que?. Haga el favor vea, si no le gusta, no lea.

viernes, septiembre 07, 2007

Traición, polleras y asuntos


Traición, poyeras y asuntos



El hombre miró al viejo, desconfiado.


El viejo miró a extranjero inexpresivamente, mientras llenaba de agua la pava. La colgó del gancho de fierro, acomodó la llama y se dedicó a ensillar el mate, que ya estaba bastante lavado.


Todo lo hizo en forma mecánica, automática, sin dejar de observar al hombre recién llegado estudiándolo minuciosamente. Cada gesto, cada tic nervioso, cada movimiento de sus manos; como se paraba donde tenia la faca, el tipo de mango; como era la ropa, su calidad, su antigüedad, su procedencia. Todo era de interés para el viejo.


Parsimoniosamente dejo de lado el mate y se armó un tabaco. Sin decir palabra estiro la mano con el paquete y las hojillas hacia el forastero, apoyado en el mostrador del almacén de ramos generales. El hombre sin decir palabra asintió con la cabeza, agradeciendo, y con movimientos precisos lió un tabaco. Uno pequeño, para no abusar. ( No tenia muchas ganas de fumar en ese momento, pero no quería ser descortés con el anciano.)


Todo fue lento, medido, pensado, pausado. El recién llegado agarró una ramita prendida del fogón, arrimo la brasa al tabaco y pego un par de pitadas fuertes. El olor a cigarro invadió el ambiente. La ofreció al viejo, que acercó la cabeza y también prendió su armado. Dio una pitada larga y luego largó el humo lentamente por la boca y la nariz, quedando el pucho colgando del borde de los labios, a la derecha, de donde con la lengua lo paso para la izquierda.


Le ofreció un mate.


"Está medio lavado"

"Se agradece -dijo el hombre con voz gruesa y cortante - pero vengo de lejos y quisiera agua fresca, si no es molestia."

"El pozo esta pa´catrás, es solo sacar - contestó señalando con la el pulgar de la mano derecha la puerta posterior del rancho de palo a pique y paredes de barro, - pase nomás, tiene un tazón de barro en el brocal, haga uso."

"Con su permiso, entonces" y pasó para el fondo.


Los perros desconocieron al individuo y comenzaron a ladrar furiosamente, muy nerviosos. El viejo prestó atención a esos ladridos.


El desconocido volvió secándose el bigote con el dorso de la mano. Al pasar miro el cajón donde se guardaba el dinero de la venta del día. Tenía unas pocas monedas, al parecer no se había vendido nada, raro para un boliche en medio casi de la nada, no había otro en leguas a la redonda. Con una rápida mirada hizo un balance de las mercaderías en los estantes y el mostrador. Estaba bien surtido el negocio.


"Estaba frescasa, la precisaba, le quedo agradecido, viejo."

"Faltaba mas. ¿Y no va a comer nada, muchacho?, hay galleta criolla, membrillo y queso. Dele nomás sin cumplidos, un buen Martín Fierro llena la panza y dispué unos mates con carqueja le calientan el triperío. Además usté dice que viene de lejos, y yo le agrego que de muy lejos, apurado y hambriento." El viejo dijo esto como al pasar, dejándolo caer en el dialogado.


"De ande saca que vengo así,¿puede me decir? Dijo despacio el visitante, nervioso, como tratando de adivinar de donde le llegaría la patada.

"Fácil pa un viejo, vea. Ropa muy sucia y mojada de sudor, la cara con barro rojo pegado, el tordillo ese que casi esta muerto del esfuerzo que ha venido haciendo. No se precisa ser muy avispado, ¿vió?, porque ese barro es difícil de encontrar en este pago, se ve mucho en el norte. De allí viene usté, mocito. Y pa mojar el ropaje con el sudor... tiene que galopar mucho al sol, porque no es tiempo de calores que se diga, mayo entró frío, soleado pero frío. Por eso saco que hace tiempo que viene galopando al sol. Y lo apurado por la mugre que tiene arriba, que no tuvo tiempo de limpiar. Y el pobre caballo, mire como está... vea, atienda al matungo, que da lástima, ¡vaya m´hijo!. La última frase la dijo con firmeza, casi como una orden, y luego siguió tomando tranquilo el cimarron. Con la charla se le había apagado el cigarro y lo volvió a prender con las brasas.


Vio como el hombre arrimaba el tordillo a la sombra del ombú del frente y le acercaba un balde con agua. Le aflojó la montura pero no se la sacó. Tampoco sacó el freno.


"¿De que anda juyendo, muchacho? - dijo suavecito - la pregunta fue como relámpago en cielo sereno. Lo agarró mal parado al joven.

"¡De nada carajo!. ¿Pero tonce usté es adivino...?


Imperturbable el viejo pegó dos chupadas a la bombilla, le dio la última pitada al tabaco entrecerrando los ojos y dijo:


"Por poyeras, seguro, usté no tiene pinta de malandro, m´hijo." La cara le quedó colorada al hombre, que sintió el golpe.


"No son cuentas de su rosario, viejo." El tono era agresivo.


"Puede que si, puede que nó, pero que son poyeras, son," sentenció, y se cebó otro amargo. Lo iba a tomar, pero decidió ofrecérselo al extranjero. Este dudó, pero lo aceptó.


El viejo se levantó despacito, se acercó al mostrador, levantó la campana de vidrio que dejaba con hambre a las moscas y saco el queso y el dulce de membrillo. Cortó dos porciones generosas. Agarró una galleta de campo al pasar y le acercó todo al visitante, ofreciéndoselo.


"Mire, le acepto para no dispreciar nomás". El viejo lo quedó mirando comer... después opinó:


"No, si solo era pa no dispreciar... coma de a poco muchacho, que lo que ej ofrecido no es robado, ¡se va a atragantar sinó!" y se volvió a sentar frente al fogón.


"Se agradece" - repitió el extraño semi atorado y comió con satisfacción.


"Sabe mas el diablo por viejo, que por diablo" - dejó escapar el anciano, como hablando solo - el otro paro la oreja.


"Menos pregunta Dios y perdona" retrucó.


"Quien mal anda, mal acaba" dijo el viejo con ojos pícaros.


"El que se mete a redentor, termina redentado", volvió a retrucar el más joven, con mirada cómplice.


"El que siempre me miente, nunca me engaña", le respondió el viejo como en una payada, medio esbozando una sonrisa y sirviéndose otro mate.


"No hay mal que por bien no venga, abuelo", dijo el otro limpiándose las migas de los bigotes y controlando la risa, le habían gustado los retruques.


"¡No hay peor bicho que la mujer!" ,sentenció áspero el abuelo.


"Pero ese no es un dicho", dijo el joven.


"Pero es verdá y déjese de joder mocito, si no quiere contar no cuente, coma tranquilo que lo ofrecido es gratis", el viejo estaba enojado ahora. Comenzó a liar otro cigarro. Preguntó:


"¿A que esa faca tiene sangre, y no es de capón, vea"

"¿Pero como carajo va usté a saber con solo mirar?, dijo asombrado el visitante" "Yo no, los perros, ellos tienen bruto olfato y olieron sangre de crestiano. No es solo mirar, es también escuchar."

"Vea viejo, yo no quiero lastimarlo, no es mi intención, creameló, pero no me obligue. Mis cosas son mis cosas, mis asuntos mis asuntos, déjelo así nomás".

"No hay peor bicho que la mujer y lo tenia merecido, pero eso me da problemas a mi, vea, aunque usté no quiera"

"¿Quién tenia merecido... de que esta hablando?.

"De la china rubia de Puntas del Arachán Chico, la que usté mató cuando la encontró cogiendo con ese tipo dentro de las casas. La que era su novia. Esa."


El hombre quedó pálido, no se esperaba esa afirmación. Atinó a decir:


"Viejo, no se de donde sacó esa historia, pero usté sabe mucho y no puedo dejar que le diga a la polecía que me vió por aquí". Echó mano al facón y no lo tenia en la funda. Se tanteó desesperado y no lo encontró. Como quien ve al demonio se fijó que el viejo lo tenia en sus manos.


"¿Esto busca? Al pasar se lo pelé y usté ni cuenta se dio, por eso vide que estaba manchado, m´hijo. El extraño no lo podía creer. Le gritó:


"¡Como un viejo de mierda que esta todo el día encerrado en este rancho mugriento puede estar tan enterado, carajo!" El gaucho viejo tranquilo le dijo:


"No tenga miedo, no soy mandinga, ni estoy aquí siempre encerrado - apuntando la barriga del otro con el cañón de una escopeta que apareció de la nada, siguió - vea, abra el arcón de madera aquel del rincón"


Al abrirlo un olor penetrante invadió el recinto. Vio un cadáver reciente escondido adentro. Lo habían degollado, estaba bañado en sangre. Contuvo una arcada.


"Vea - siguió el viejo - ese ej el dueño de esta pulpería. Lo maté porque gimoteaba mucho y yo de paso andaba precisando unos pesos. Yo solo lo estaba esperando a usté, y todas las historias esas que le hice la mayoría son mentiras porque sé lo que sé porque lo vengo siguiendo desde hace tres días. Por eso estoy tan enterado", terminó de decir balanceando despacito el caño de la escopeta.


"¡Los tuve que matar porque yo la quería de verdá y me traicionó, y esas chanchadas se tienen que pagar!... ¿no entiende, viejo?"

"Pero si ej cierto - respondió tranquilo - ella se había emputecido y el otro era una porquería de gente, merecieron morir, estuvieron bien muertos. Ese no es el asunto, muchacho, lo hecho por usté es entendible... m´hijo".


El extraño aflojó algo los nervios, casi había vomitado al ver la escopeta, creyéndose muerto. Se animó a preguntar:


" Si sabe todo, sabe los motivos, sabe que tenía que hacerlo, sabe de la traición, ¿por qué esta aquí?, ¿cual es el asunto?, ¿ que problemas le da a usté todo esto?.


"Muchacho - dijo casi con ternura - mire que es realmente una lástima, porque usté es un mozo bueno y tiene curtura, se ve que es léido, no merecía eso que le hicieron. Y también es cierto que la mujer estaba emputecida por esa porquería de hombre... pero vea, sepa comprenderme mocito, no me guarde rencor, usté mesmo lo dijo: esas chanchadas se tienen que pagar. Usté mató esa moza y eso fue una chanchada. Fue una chanchada porque la culpa era del otro mal nacido que la engatusó, no de ella que fue engañada, ¿se da cuenta?, ¿entiende por que lo vengo siguiendo, m´hijo?,¿ve por que esto no puede quedar así?... ¡ese es el asunto muchacho!, ella era una mocita buena... pero engañada y yo la quería mucho, pese a todo, ¿sabe?, ella era mi hija, mi única hija, ¿vió?"


El disparo de la escopeta quedó resonando en el descampado.

jueves, junio 28, 2007

La dulce María



La dulce María





El matrimonio de Nepomucemo Indarte había pasado todas las pruebas que pueda usted pensar en los treinta y un años que llevaban juntos.

Tres décadas atrás, él, de 42 y ella, María Clodomira De Souza de 18, iniciaban una vida común de trabajo y lucha que seria bendecida con 9 hijos vivos de los 14 embarazos que cursó.

El menor aun vivía con ellos y los demás estaban aquerenciados cerquita,
eso lo permite la vida en el campo profundo, lejos de la civilización.

Trabajar la tierra de otros - si el trabajo deja buena ganancia para el patrón – no es problema, como tampoco lo es el permiso para hacer un ranchito de barro y paja en algún confín del horizonte, en estancias casi cimarronas (sin aportes tecnológicos), con ganado orejano (salvaje) y ganadería extensiva (se preñan segun Dios mande, sin ninguna planificación técnica). América, nuestra América abandonada y explotada.
Pero el asunto no es este.

Nepomuceno y María Clodomira habían vivido. Con todos los rigores recibidos, según fue su destino, pero habían vivido y estaban preparados para los nietos que tenían y los que estaban por venir.

Ese mes la menstruación de María Clodomira no fue normal, salió una sanguasa amarronada y tuvo algún leve malestar digestivo, que curó con carqueja en el mate y tizanas. Pero pasaron varios meses y siguió con la retención.

Como María Clodomira es gordita, nada en su figura hacia pensar algo nuevo, pero a ella le atormentaba la duda porque tenia un presentimiento que no quería trasmitir al marido, esos no son temas para hablar con los hombres. Se lo comentó a su comadre y a sus dos hijas mayores.

Entre todas si, decidieron decirle a Nepomuceno y finalmente fueron hasta el centro poblado mas cercano, a conversar con el medico de Salud Publica, viejo amigo de la familia. La comadre opinaba que la barriga dura eran gases y la falta era la edád.

Las hijas no estaban tan seguras. El padre era viejo pero su actividad sexual podía ser envidiada por mocitos jóvenes, aunque no daba para pensar demasiado: el menor tenia 26 años y en todo ese tiempo nada había pasado. Seguro era la “edá”.

Cinco leguas a caballo no son changa para nadie, pero se hicieron callados porque no se consiguió conducción y el humilde masca callado su dolor.

El medico rural fue categórico: "¿Cuánto hacia que no nos veíamos, viejo sabandija?" - dijo con cariño encarando a Don Nepomuceno - si todos fueran como ustedes los médicos nos moríamos de hambre, che.

"¡No vai sienojar por la salud de los otros, dotor!" - retrucó el hombre de campo con rapidez - pero ya ve, a la larga tenemos que venir.

El galeno estaba alegre: "Es una alegría machaza, Nepomuceno, y dirigiéndose al resto de la familia preguntó: "¿Como andás María Clodomira, como andan, gurises,que los trae para consulta?".

Y allí le contaron lo que estaba aconteciendo con el retraso.

El medico revisó, dudó, pero prefisió tranquilizar a la familia de momento.

"Debes ser la edad, ese vientre ya cumplió, esta gordita seguramente por la buena vida, se ve que comida no falta, pero para estar totalmente seguro y antes de darle remedios vamos a pedir unos exámenes. Después me traen el resultado".Y asi lo hicieron. Fueron a la Capital a 150 kms. volvieron y esperaron nerviosos.

Tres semanas mas tarde la ecografía era categórica, MariaClodomira, contra todo pronóstico, cursaba un embarazo de mas de 6 meses.

"¡Que mujer bárbara che! ¡Que mujer bárbara! – el doctor no salía de su asombro - y vos también Nepomuceno, sos una fiera. Para estar tranquilos - por la edad, ¿entienden? – habría que hacer otros exámenes en la capital, pero son caros y a esta altura de los acontecimientos no arreglamos nada. Así que será lo que el destino quiera".

María Clodomira nunca había intervenido en las conversaciones del marido y el medico, solo se sonreía a veces, otras quedaba seria intentando entender el idioma difícil del facultativo y otras se sonrojaba por las picardías y ese embarazo no esperado.

Luego de tanto tiempo debería parir nuevamente y como siempre, esperaba hacerlo en las casas, pero esta vez el medico, preocupado por su edad, la quería hacer parir en la ciudad. Ella escuchó y no dijo nada.

Tres meses después, cuando sintió que se venia el gurí, solo esperó a último momento, a que no hubiese tiempo de traslado, la fuente se rompió y parió allí mismo, en las casas, donde siempre había parido, como ella quería. Dejó al medico esperando en el hospital.

Nació un varón. Pero con problemas serios.

A la semana los visitó el medico y se los confirmó: “Sindrome de Down” dijo, con malformaciones y un quiste en la espalda que seguramente le impediría caminar. Mongólico, pensaron.

Nepomucemo entró en un cuadro depresivo severo y se pasaba lejos de las casas todo el día. María Clodomira se prodigaba en atenciones con el niño porque el simple acto de comer era un drama, se le atoraba continuamente, tenia accesos de tos que casi lo asfixiaban.

El propio médico les había comentado que la vida iba a ser muy difícil, que era una especie de prueba que Dios les ponía y otra serie de palabras intentando ayudar.

El niño sufría, Nepomucemo sufría y los vecinos a María Clodomira la terminaron rebautizando “La Dulce María” por el amor que prodigaba a ese ser tan inferior y tan débil.

Pero María Clodomira sufría, sufría mucho y en silencio.

La familia entera pasaba por momentos muy difíciles. María quería cada vez mas a su hombre, lo veía dolido, callado, avejentado y sin embargo jamás sintió un reproche de su boca. Estuvo siempre junto a ella en todos los momentos.

Tenia que seguir luchando mientras tuviese fuerzas, por suerte los otros muchachos ya estaban grandes y criados.

Llegó un día en que el menor no soportó ver las escenas en la casa, las toses, el dolor, los llantos escondidos, la ruptura de costumbres. Una mañana dejo una nota diciéndoles que los quería demasiado para verlos sufrir tanto, pidiéndoles tiempo para pensar y que ya volvería, pero ahora precisaba estar un poco solo. Ensilló de madrugada y se fue.

Nepomuceno veía al pequeñito revolcarse en la cuna, con dificultades para tragar, para respirar, afiebrado, paralítico y lo destrozaba ver el sufrimiento que a ese inocente le representaba el simple hecho de vivir.

La Dulce María se desvivía en atenciones pero su silencioso dolor la estaba haciendo envejecer rapidamente, dolida por la situación, más le dolían la familia y su esposo, pero no encontraba solución, había que seguir, eran cosas de Dios.

El entierro fue muy simple, una pequeña tumbita blanca entre otros entierros viejos en la misma estancia, cerca de las casas. Un túmulo pequeño hecho con ladrillos y pintado a la cal sobre el que en una simple madera se leia:



“Isidoro Manuel Indarte De Souza
es un angelito en el cielo”
Al parecer se atragantó tomando la leche, vomitó y respiró su propio vómito y no hubo nada que hacer. Llamaron al médico, pero estaba para la ciudad y demoró dos días en ir, cuando llegó ya lo habían enterrado, porque el Comisario, enterado de la situación había dado su autorización.
El certificado de defunción llegó con retraso, cosa normal en esos pagos.
El medico rural los trato con cariño, los aconsejo, se puso a las ordenes, les dijo que era mejor así, por el niño, por ellos y por la familia.
Y la vida volvió a la rutina normal.
Cuando Dulce María vio salir a Nepomuceno del cuarto, pálido y limpiando sus manos con un trapo, intuyó algo.
Ya había sospechado cuando, unos días atrás, el hombre se acercó al pueblo preguntando por el doctor y al volver había dicho que lo buscaba para pedir algún consejo, porque no toleraba mas la situación, pero que andaba para la ciudad, demoraría unos días en volver. Ella hacia mas de treinta años que conocía a su hombre... Nepomucemo no iba a ir nunca al pueblo para esos asuntos, tenia que estar muy desesperado. Algo pensaba.
Lo confirmó cuando vio al niño, en su cuna, despenado.
En un arranque de dolor, como hacía con los capones que estaban agusanados muriendo, Nepomuceno peló el facón y tomando con cariño la cabeza del idiota, mojándose las manos con sus propias lágrimas, lo degolló. Luego limpio la faca, lo arreglo en la cunita, le dio un beso en la frente y lo vio, por fin, sin sufrimiento.
Sin ese enorme peso, fue caminando lentamente hasta el ombú, se apoyó en el tronco noble, prendió un cigarro y quedo horas mirando al horizonte.
Dulce María se cruzó con el hombre, casi sabiendo lo que había pasado. No se impresionó con lo que vio. Termino automáticamente de arreglar la cunita, besó al cuerpecito y lo amortajó. No dijo nada, solo lloró en silencio.
Luego se acercó a Nepomuceno, le puso la mano en el hombro, le secó las lágrimas y quedaron juntos sin decir nada, mirando ocultarse el sol.
Sentían que habían superado algo muy duro en sus vidas, se comprendían mutuamente y el pacto de silencio no precisaba palabras, era de por vida.
Nunca quiso tanto a su esposo como esa tarde, ahora, las cosas serian como antes.
Como antes que llegara Isidoro Manuel.

miércoles, junio 27, 2007

El pardo Mendoza



El pardo Mendoza


El ruido sordo de los cascos sobre el pasto húmedo acompañaba los
pensamientos del hombre que con sus manos grandes y callosas, acostumbradas al rigor del campo, llevaba la rienda firme pero floja, conocedor que el manchado sabia muy bien el camino.

La noche no era obstáculo para ellos. El matungo era fornido y nervioso, pero respondía al mínimo toque de rienda del amo, su único amo desde potrillo.

"Estos caminos - pensaba Mendoza – estos caminos... cuando iba a pensar que los tendría que recorrer así, a las apuradas, de noche, ocultándome, ¡cuando!"
El animal pareció sentir la angustia del hombre y resopló cabeceando.
"Esté tranquilo hermano, que nos vamos, pero juntos, usté no es de fallar."
La voz serena del gaucho calmó al Canela, que siguió su rumbo al mismo
tranco.
El atardecer lo habían cuerpeado por la orilla del arroyo, bajo coronillas, ceibos y quebrachos, así nadie los pudo ver, las horas pasaron y la noche se adueño del campo, pero la pareja seguía sin dudar su camino. Antiguo camino de quileros, sendas trilladas incansablemente cargando el contrabando para lograr el peso diario que asegure el sustento, sendas por las que se van cruzando estancias siempre lejos de caminos conocidos, vigilados por los uniformados, que son muchas veces cómplices pasivos, conocedores del rigor de la pobreza. Así se atraviesan tierras que nunca serán de los que las trabajan, tierras de dotores engominados montevideanos, o de extranjeros millonarios.
Mendoza tiro suavecito de la rienda y el manchado quedo quieto. "¿Tá cansado hermano? Tá bueno, descansamos un poco entonces, pero tendrá que aguantar unas leguas mas, el caso lo requiere, después Tata Dios dirá", y le palmeó el costado con cariño. Con un movimiento ágil se bajó del pingo, aflojó la montura – sin sacarla -, y dejó que el Canela tomara agua y mordisqueara distraído algunos pastos en la orilla de la cañada. Una saliva espesa en la boca del animal confirmaba su esfuerzo.

Mendoza se sentó sobre sus propios talones, armó un cigarro y tapando el resplandor con su mano lo prendió, pegando dos pitadas fuertes, profundas.
Hacía dos días que no comía pero no sentía hambre, tenia cerrado el estómago, las cosas daban vueltas en su cabeza. Vueltas y vueltas. Miró al
manchado pastando y reflexionó que los bichos tenían menos problemas que
los hombres. Le dio un beso a la petaca de caña brasilera para entonar el
cuerpo, se dejó caer hacia atrás apoyando la espalda en el tronco y siguió
fumando, mirando distraído las estrellas que aparecían entre las ramas del
ceibo frondoso que lo cobijaba. Los cantos de las ranas, los violines de los
grillos y los pasos del caballo se sentían clarito en el silencio de la noche.
"¡Como van a pensar eso de uno!", dijo, quedando sorprendido de su propia voz. "Hasta hablo solo ahora, Canela. ¡Carajo!, que mal están las cosas."
Pocos minutos después tiró el pucho, lo vio apagarse en el barro, movió hacia los lados la cabeza para aflojar el cuello, se quitó la boina y agachándose en la orilla humedeció el pelo. Arregló el facón en la cintura y se puso el poncho patria, tejido a mano y hecho especialmente para él. Estaba cayendo una helada regular, y no podía prender fuego.

"Bueno, vamos mi amigo, a seguir que falta". Afirmó la montura y montó con destreza. Tensó hacia la izquierda la rienda y el animal dio vuelta en redondo. Taloneando suavecito las verijas, logró que subiera una pequeña loma en la orilla de la cañada e iniciara un trotecito suave, retomando la senda. Los pensamientos se agolpaban: " Crecimos juntos, nos criamos juntos, siempre la quise como a una hermana... por que tenía que venir con esas mentiras el hijo de puta".

Y así fueron pasando las horas, la frontera se acercaba cada vez más. Estaban en el bajío de los Saraiva, unas leguas mas adelante pasarían cerca del Rincón de los Rodríguez y ya casi llegaban. Todos potreros inmensos con pocas vacas, terreno plano ahora, que permitía un trotecito mas ágil, iluminados por una luna grandota. Luna llena que había aparecido en el horizonte como inmensa farola gris rojiza y subía en el cielo estrellado haciéndose lentamente mas pequeña y blanca.

El frío quería meterse en los huesos, pero el poncho estaba hecho con cariño y
no dejaba. Mendoza inició un diálogo con el Canela: "Se da cuenta, mi amigo, venir ese mal parido a llenarse de razones contra uno, a inventar mentiras, ¡como voy a hacerle daño a la Carina, si era como mi hermana...! pobrecita, parecía dormida en el cajón. Y pensar que la violentó antes de ahorcarla. A ella, que era toda ternura. Se créen que porque tienen plata..."
Una mueca cortó el diálogo. Se bajó por enésima vez del caballo y abrió la última portera que lo separaba de tierra brasilera. Esta había sido la estancia de Don Nicanor Pereyra Rodrigues, bien en la frontera. Don Nicanor se había enriquecido con el contrabando de ganado. " Fácil pa él que estaba bien ubicado. – pensó - y pa qué, si cuando murió el hijo le vendió todo a un brasilero, que compró como inversión, corrió la gente y trancó las porteras. Ni respetó el esfuerzo del padre, todo quedo abandonado. ¡Que desperdicio todo esto, mismo!". El pardo había trabajado para el viejo, conocía bien la historia, por eso pasaba tranquilo, sabedor que no habían cristianos, solo campo y chircas.

El Canela se encabritó parándose en las patas traseras. Mendoza estaba como pegado al animal y ni mosqueó. Sintió el silbido finito de una víbora que pasaba cerca y se iba apurada entre los matorrales crecidos del potrero abandonado. En otra ocasión la hubiera matado, pero no estaba para esos menesteres. Tocó los costados del caballo, jaló suave pero con firmeza las riendas y la pareja retomó el camino. Amanecía, una inmensa bola de fuego anaranjado comenzó a elevarse en el horizonte.

No muy lejos se veían los cerros de granito negro ya en territorio brasilero. Pedra Preta era el nombre del lugar y significaba que la patria chica había quedado atrás, mas de cinco leguas.

"¡El mal nacido pensaba que todo se terminaba comprando al Juez, Canela! - largó una carcajada franca y estentórea - y me culpó a mi, justo a mi que la quería como a una hermana, ta que lo parió carajo. El nene bien se la cogió y la asesinó y los milicos lo agarraron enseguida. Pero seguro Canela, ¡si todo estaba clarito!, ella no quería. se defendió como pudo la pobrecita, pero el tipo era mas fuerte, y en la pelea la ahorcó... y después el Juez que se deja comprar. Seguro, los milicos tuvieron que soltarlo. El hombre pensó que total, como era una chinita huérfana y pobre náides iba a responder por ella... ¡feo se equivocó ese disgraciado!" y otra risotada rubricó lo dicho.
El noble bruto resopló y agachando el cogote empezó a subir la Pedra Preta, en pocos minutos se encontraban en lo más alto. Allí Mendoza lo hizo dar vuelta, y se quedó un buen rato mirando el horizonte, pensando: " No podré volver ni veré más a la Carina, pero donde estés mi hermana, te digo: ¡Se hizo justicia!" y dando un tirón fuerte de las riendas, con un: "¡Vamos Canela!", inició un galope tendido hacia el futuro.

El Comisario miraba asombrado los cuerpos del Juez y del hijo del dueño del establecimiento donde habían matado a la muchacha hacía dos días. El letrado tenia varios huecos de 38 en su pecho, una mueca de horror en la cara y los ojos muy abiertos. El revolver del estanciero estaba en el suelo, junto al cadáver, con el cargador vacío. Pero impresionaba mas el otro infeliz. Lo habían degollado salvajemente, de oreja a oreja, parecía tener dos bocas. Un inmenso charco rojo empapaba el piso de cemento pulido de las casas. Le llamó la atención que la entrepierna del citadino estuviera ensangrentada, pero no tocó nada. Esperaba al medico forense, como manda la ley, además viejo amigo con el que habían compartido tantos casos, tantos asados, tantos vinos.

El galeno llegó, saludo y procedió a efectuar su trabajo. Después de examinar los cadáveres le comentó al Comisario:"¡Que lo parió Chiquito!, el que lo mató sí que le tenía asco, compañero, lo degolló con saña y lo capó. Si, lo capó. ¿Y sabes donde le metió los huevos?... ¿no?, mirá acá... ¡en la boca, mi hermano, se los metió en la boca!, ¿le tendrían asco al engominado este che, le tendrían asco? ¡que lo parió, Chiquito!."

La historia de Iván Manuel Do Santos


La historia de Ivan Manuel Do Santos

"Ivan Manuel Do Santos no era no era de andar expresando sus sentimientos, ¿entiende?, el hombre tenia una cara inexpresiva y los rasgos eran duros, curtidos por el sol en el surco, los ojos increíblemente celestes, si, celestes, es que la madre era europea ¿vió?, no, no supe de que país vino, ¿Rusia, dice?, y puede ser, pero seguro no estoy, el padre también era rubio, pero del pago, en realidad no lo sé cierto, pero me parece que de la 8ª Sección, si, de este Departamento, mejor siéntese en la otra porque esa está media descolada, no sea cosa... bueno, le decía, de aquí de la 8ª y fue bien criado, de lo fundamental no faltó nada, la madre no se si estará viva todavía, mire, hasta hace unos quince años vivía, si, seguro, yo la conocía bien, el padre se fue cuando él era pequeño, si, un gurisito chico y tendría unos cuatro o cinco, mas o menos, bueno, no me acuerdo bien, pasaron muchos años, ¿otro mate?, ¿no?, bueno, decía que cuando el padre se fue, la cosa se puso difícil, y si, chismes ¿vió?, parece que por otra mujer, ahora, si es verdad, no sé, pero se fue, tuvieron que hacer lo que se podía, la gringa era muy trabajadora, muy luchadora, trabajo y trabajo todo el día, día y noche si cuadraba, no, ahora ya no se encuentran mujeres asi, ¿a usted le parece?, y puede ser, si usté dice... el asunto es que lavaba para afuera, hacia limpiezas, después se dedico a cocinar para los vecinos y allí la cosa se empezó a arreglar, si, cocinaba muy bien, recetas de aquí y recetas que había aprendido de los abuelos y los padres, de sus pagos, ¿entiende?, pero pruebe, pruebe, mire que están buenas...si, seguro, coma nomás, son recién hechas, ¿qué drama dice usté?, a, el asunto del Ivan Manuel, deje ver...para el sur, si, aquella loma después del monte de eucalíptus, allí fue que paso todo, ¿foto?, y si quiere tome, pero, ¿pa´que? si es solo pasto, nomás, pero si quiere déle, entonces le decía, inexpresivo el hombre, con el puchero asegurado y un techo, por pobre que sea es otra cosa, ¿no haya? y así se fue yendo la vida de esa gente, no, a ella nunca más se le conoció marido, seguro, si no salía nunca, siempre estaba en las casas... y si, el muchacho no conoció escuela, la rural estaba muy lejos y no tenía forma de ir, ¿caballo?, si, cuando mocito, pero al principio no tenían y cuando pudieron comprar, él ayudaba a la madre en el trabajo, así que tampoco iba, lo que aprendió se lo enseño la gringa, y supo hacer las cosas, no vaya a creer, mire que cuando creció todos creían que tenia liceo también por lo conocedor en muchos temas, si, sírvase nomás, ¿se dejan comer, verdad? ¿otro mate?, si, ella fue siempre rebelde, era anárquica, ¿cómo?, a eso, si, anarquista, y aquí en el campo era raro, mas bien muy raro, pero era y ella siempre decía que aquí estaba y aquí luchaba, se lo repito, era lindása la gringa, pero nunca se le conoció marido, seguramente fue por eso el asunto, el tipo también era extranjero, hacía poco había venido de las uropas, parece que era de la tierra de ella, si, se hicieron muy amigos, y si, el tipo estaba enamorado pero ella no, esa es la cosa, ella no, ¿no quiere más?, es verdá, mate y torta frita llena la panza del pobre, el hombre insistió tanto que al final pelearon y parece que perdió la cordura, como que lo había hechizado, no descansaba nunca, la acosaba, la perseguía, se le hizo obsesión, mire que lindo se ve poner el sol desde aquí, ¿en sus pagos también es tan lindo?, entonces le decía que la cosa se puso muy gruesa y el Ivan Manuel sufría en silencio, pero inexpresivo, vea, la propia madre le recriminó por eso varias veces, pero que podía hacer, todavía era mocito y un día el gringo desapareció, sin avisar, nadie sabia nada, como si se lo hubiese tragado la tierra, toda la vida de la gringa volvió a la normalidad y al poco tiempo se fue el Ivan Manuel del pueblo, que a la ciudad para estudiar, ella había juntado unos pesos, con eso lo mantenía, al tiempo el hijo la mando buscar, se había establecido en la capital, trabajaba en una fábrica, al parecer era dirigente de los obreros, y si, la madre era versada en esas cosas y ya le digo, eso debe haber sido hace unos quince años, no, nunca mas se los vio por estos pagos y mire que los buscaron, seguro, después que Don Nicanor encontró las cajas de casualidad, rompió una con el arado, ah, ¿no sabia?, parece que después de matarlo lo cortó en pedazos, puso uno en cada caja y después las enterró separadas, como para que el gringo no se pudiese juntar nunca más, del asco que le tenía, ¿pero quién lo podía pensar? Ivan Manuel era muy inexpresivo, ¿cuánto?, y si, mas o menos habrían pasado unos tres años, y se dieron cuenta por el reló que encontraron en una de las cajas, parece que tenia letras raras, yo no se porque soy analfabeto y disculpe, pero se sabía que era del gringo, el único que había por aquí, no, nunca más los vieron, y ahora debería tener unos treinta y cinco o cuarenta años, más o menos, probar no se pudo probar, pero nunca mas los encontraron, parece que se fueron del país, y si, yo los extrañé bastante, eran gente buena, de trabajo, ¿sabe?, yo los ayudé en lo que pude, dentro de mi situación, porque la veía como a una hija que nunca tuve y al botijita lo quería, pese a lo huraño, son cosas, uno siempre ha estado muy solo, ¿entiende? y bueno, así es la vida, hay que seguir, ¿ya?, y hace bien, antes que lo agarre la noche, sabe hacer frío aquí en el campo, no, por favor amigo, no me debe nada, no, guarde ese dinero que me ofende, tenga buen viaje, ¡cuidado al cruzar la cañada chica que esta crecida!."
El viejo quedó apoyado en la pared del rancho mirando alejarse al visitante. Lo vio sacar algo grande de la montura, ponerlo junto a la higuera cerca del alambrado, cerrar la portera, montar, saludar de lejos con la mano y partir al galope. La imagen se fue achicando. Por fin, desapareció.
Así se quedó rato, pensando y moviendo hojas secas con la punta del bastón, tenía algo trancado en el garguero. Decidió ir al almacén de Ramos Generales a compartir sus pensamientos. A la pasada miraría lo que dejó el hombre en el suelo, por curiosidad. Pa prevenir la helada, se abrigó bien.

"Mas o menos asi fue la cosa Don Pedro, viera lo bien que monta el hombre y que educado, que educado y que serio, seriáso mas bien, ni una sonrisa, duro pa mostrar los dientes, pero no se por qué – serán cosas de viejo nomás - tenía la sensación que me miraba con cariño, con un cariño especial pese a la seriedad, quien sabe. Cosa rara cuando se despidió – por eso le digo - porque dijo: " Cuidesé Don Cleverito". Si, Don Cleverito dijo, ¡pero clarito lo dijo!, no, no escuché mal, estaré viejo pero no sordo...¿y quién le va a decir?, náides, si llegó derecho al rancho, parecía saber bien el camino, bien baqueano el gringo, estoy seguro, el apellido le dije, pero el nombre no, ¡no vi´ajtar seguro¡ vea, ahora que lo pienso se me congela la sangre, ¿cómo fue a saber mi nombre el gringo che? y servime otra de caña y si quieren aquí los amigos también que hoy pago yo, no, ta bien que sea pobre, pero cobré la pensión ayer, vea, y quiero compartir.
(A nadie dijo del paquete junto a la higuera, que tenía una damajuana grande de vino tinto, diez quilos de yerba mate de la mejor, cinco paquetes de tabaco, hojillas, una horma de queso entera, una lata grande de dulce de membrillo, un mate de guampa lujoso con su nombre - lo único que sabía leer - y tirado entre todo, como al descuido, ese puñado de dinero que no había querido aceptar).

lunes, febrero 19, 2007

Historia del avión fumigador

Posted by Picasa La supuesta caida del avión fumigador y el conflicto de intereses. (De carne somos)


Había sido un vuelo como tantos otros, grandes campos cultivados con arroz que necesitaban una correcta fumigación con insecticidas.

El retorno fue agradable, la tarde era de otoño pero muy templada, el sol comenzaba a ocultarse y pintaba de tonos de rojo el firmamento, muy abajo las vacas parecían puntitos sobre un paño de billar gigante. Ya se apreciaban las casas del pueblo.

Bárcia tenía una reunión con su amigo Pascualito ese día, pero no sabia si este ya había llegado al pueblo, así que descendió mas de lo acostumbrado para pasar sobre la casa del amigo. Quería ver el auto. Si, estaba estacionado en el patio de la casa, entonces estaba.

Se había acercado mucho al pueblo,voló rozando los techos y enseguida dejó caer la trompa del avión descendiendo la sierra acelerando a fondo. Giró apenas el volante y movió los alerones con lo que dio una gran curva a baja altura enseguida de pasar las casas - el pueblo queda en lo mas alto de la cuchilla y el aeródromo esta en la parte oriental baja de esta - enseguida de librar los eucaliptus del viejo Pascasio Peña vio las líneas de la improvisada pista de tierra mas adelante. Lo demás pura rutina, otra jornada cumplida.

Pascualito había decidido limpiar el galpón y pacientemente fue juntando muebles ya imposibles de recuperar, sillas rotas, maderas viejas, troncos podridos con huellas de polillas, basura de todo tipo, restos de lana, bolsas y botellas plásticas vacías.

Le costó mucho hacer esa limpieza, pero el gran galpón había quedado completamente vacío. No podía entender como se le juntaron tantos cachivaches viejos inservibles y menos aun por que los habia guardado tanto tiempo. Fue tal la mugre que el montón de inicio se transformó en una pequeña montaña que solo molestaba.

Antes de iniciar una blanqueada de cal a las paredes decidió hacer desaparecer esa basura quemándola, entonces completó los bordes con rolos secos de eucaliptos, cubrió todo con madera fina y hojas secas y lo prendió. Solo se quemaron los bordes. Quedó pensando.

Pascualito era hombre de paciencia y determinación, asi que fue calladito al otro galpón y volvió con diez litros de fuel oil del tanque del generador. Se detuvo frente a la mugre y diez litros le parecieron poco, volvió sobre sus pasos y trajo diez mas, volcándolo todo con cuidado. Volvió a prender. Como que quería prender pero se apagaba. El hombre se cansó de esperar, decidió ser mas drástico.

Seguro de que Bárcia no lo notaría fue a los tanques de 220 litros de gasolina de aviación que habían llegado el día anterior, chupando por un cañito saco bastante y desparramó todo obsesívamente por los costados sin tener en cuenta que las maderas y demás restos estaban calientes después de los otros intentos de encendido. Un olor fuerte característico comenzó a sentirse.

Precavido, alejándose más, con un trapo humedecido en gasolina envolvió una piedra mediana, lo prendió con el yesquero y rápido lo tiró a la mugre. Lo que vio lo dejó encandilado.

Como en una película pasada en cámara lenta, cuando la piedra convertida en bola de fuego estaba a medio camino de su destino una lengua de llamas se adelantó buscándola y prendió de golpe toda la hoguera. Los gases de hidrocarburo hicieron su trabajo con una explosión impresionante.

Pascualito quedó con la boca abierta y el pucho colgando del labio inferior. La ola de calor le pegó de frente y lo dejó desparramado en el suelo con las cejas chamuscadas. Una gran columna negra se elevó hacia el cielo. En esa posición boca arriba en el pasto vio pasar entre el humo el avión de Bárcia buscando la pista de aterrizaje. Pensó: "De cajón que me va a preguntar por la gasolina...¡que puteada me va a dar!"

Comenzo a caminar rascándose la cara hacia el avión que carreteaba por la pista lamentandose de haber sido tan inconsciente, mientras a su espalda una inmensa fogata consumía la mugre iluminando esa tarde a la que le quedaba poco para convertirse en noche.

"¡Que animal había sido!", seguía pensando mientras caminaba.

Prudencia Vega, la mas vieja de las Vega, estaba colgando la ropa recién lavada en las cuerdas del fondo del rancho. Desde allí vio pasar bajito el avión con un ruido ensordecedor.

"Un día de estos se engancha en las cuerdas de la ropa – pensó - y tenemos una tragedia."

Pero estaba acostumbrada a verlos llegar al pueblo, los fumigadores siempre pasaban arriba de su casa para aterrizar abajo en el valle, aunque ese día tenía algo especial, volaba bajo, mucho mas bajo de lo acostumbrado, incluso para días muy nublados. Curiosa, caminó los pocos metros que la separaban del borde de la cuchilla para verlo aterrizar en la pista, como tantas veces, pero no.

Una gran explosión a lo lejos acaparó todos sus sentidos. Era en las tierras de Don Pascasio Peña, donde el casero era Pascualito. Vio una llamarada grandísima y densas nubes negras que elevabndose al cielo.

"¡Por eso volaba tan bajito - dijo conversando sola - vendría con problemas, pobrecito!" y sin pensarlo más salió corriendo para las casas, hizo salir a las hijas y yernos, se subieron en el noble Rover 62 y rumbearon rápido para la comisaría. Entraron corriendo y a los gritos:

"¡SE CAYO!. ¡EL GORDO BARCIA SE ESTREYO CON EL AVION! ¡YO LO VI CAER! ¡YO VI CUANDO SE INCENDIO! ¡CORRAN A AYUDARLO!

El Comisario entendió enseguida porque él también sintió el estruendo y veia la columna de humo pero hasta ese momento no sabia que pasaba. Organizo rápidamente su personal para ir al lugar del accidente. Previamente llamó al Oficial Mayor del Grupo de Cazadores del Ejército, informando. Los soldados fueron agrupados y partieron en misión de rescate.

Todos pensaban que el gordo podía haber saltado, pero venia muy bajo y nadie vio paracaídas... no tenían demasiadas esperanzas. Igual, aun sin mucha fé, fueron apresuradamente hacia los pagos de Don Pascasio, lugar del desastre.

En el pueblo reinaba la alarma y cada uno intentaba ver algo y enterarse de alguna cosa.

"¡Quién le dice a esa pobre mujer ahora!", balbuceaba Clodomira y era consolada por la menor de las Alvarenga también subida a la camioneta con su comadre para buscar juntas los restos del difunto. "¡Hay Diosito, no somos nada, nada - seguía lamentándose - un hombre tan bueno, tan trabajador!".

Esos eran los comentarios mayoritarios en la villa, aunque también algunos opinaban sonoramente, entre trago y trago de caña brasileña: "¡ Al fin se murió ese hijo de puta!", ejerciendo su libertad de expresión.

Lo cierto es que una multitud dejó vacío el pueblo y fueron cada cual como pudo hacia el lugar de los acontecimientos.

El Comisario comentó con el Mayor: "Volaba muy bajo, lo mas seguro es que el cadáver este lejos del sitio del impacto, tenemos que prepararnos para lo peor", el Mayor muy serio,asentía con la cabeza. El Grupo de Cazadores iba en dos camiones a la zona de impacto, preparados para todo.

En otro lugar del pueblo el Chiquito Gutierrez no las tenia todas consigo. Los números iban de mal en peor, el almacén no daba lo que tenia que dar, las cuentas se acumulaban día a día y el desespero crecía a la par. Lo único que lo venia salvando era la funeraria, única en el pueblo. Cada vez que uno de los cristianos decidía pasar a mejor vida, él – que tenia la exclusividad de los servicios mortuorios – atendía los difuntos y aunque la gente era pobre, siempre algún pesito se hacia. Pero desde unos dos meses atrás una epidemia de salud hacia estragos en sus finanzas porque nadie tomaba la gran decisión. Incluso los muy enfermos, de los que se espera el desenlace de un día para otro, ni esos se definían.

Así, con el almacén al borde de la quiebra, los acreedores a las puertas y la salud del pueblo en su apogeo, el pobre Chiquito Gutierrez no encontraba salida. Hacía mas de dos horas que estaba sentado en el escritorio entreverado con los números y fumando un cigarro tras otro, pero las cuentas no le cerraban, precisaba alguna ayudita para esperar el repunte del negocio. Una ayudita económica que quizás alguien le pudiera facilitar, unos pesitos nomás, para salir del paso. Además le habían comentado que los aduaneros se iban a poner mas flexibles con el cambio de Gobierno del mes pasado y eran buenas noticias, podría surtir el almacencito nuevamente de contrabando. Estaba en esas tribulaciones cuando sintió la explosión. Desde su casa solo logró ver una columna de humo a lo lejos, al oeste del pueblo, por la casa de Pascualito. No le dio demasiada importancia, estaba absorto con sus problemas. Pero a los pocos minutos un alboroto impresionante cundía por el pueblo.

La gente corría, vio pasar al Comisario con sus efectivos y al Mayor con la élite del Cuerpo de Cazadores. Sacó medio cuerpo por la ventana del frente y le gritó al pardo Cáceres que pasaba corriendo para no perderse la movida: "¡Pardo! ¡¡PAARDOO!!... que carajo esta pasando, hermano". "¡EL GORDO BARCIA!, ¡EL GORDO BARCIA SE HIZO MIERDA CON EL AVION! ¡PARECE QUE CAYO EN LA ESTANCIA DE DON PASCASIO PEÑA ARRIBA DE LA CASA DE PASCUALITO Y LO MATO JUNTO CON TODA LA FAMILIA! ¡UNA BRUTA TRAGEDIA, ESTAMOS YENDO PARA VER QUE PODEMOS HACER!, y sin esperar comentarios siguió su corrida.

El primer impulso del Chiquito Gutierrez fue de dolor. ¡Que angustia, tantos muertos, tanta desgacia!, el segundo impulso del Chiquito Gutierrez fue de cálculo.

El Gordo Bárcia era solo, pero tenia contratado un entierro de los mas caros - cosa rara en el pueblo - y el viejo Pascualito y su familia, aunque eran muy pobres, eran muchos - calculaba como cinco finados mas - y sumando todo eran pesos y pesos que prácticamente le solucionaban las cuentas en rojo que le tenían tan preocupado. De todas maneras no podía dejar que la gente se diera cuenta de sus verdaderos pensamientos, asi que salió corriendo con una cara plena de dolor y desgarramiento. Dentro de su viejo Chevette rumbeando para los pagos de Pascasio calculaba si tendría la cantidad necesaria de cajones... si, tenia para todos, esto se estaba poniendo bueno, por fuera gritaba que no podía ser, ¡que horror pobre gente!. Le parecía mentira porque era increible, lo que es la vida, unos minutos atrás lleno de problemas y apenas unos instantes después no debía nada y por el contrario estaba super tranquilo economicamente.

Nadie lo notó, pero la mueca de dolor por momentos se le quería transformar en sonrisa. Le dolía, pero mas lo tranquilizaba. Así siguió lamentándose entreverado con la gente.

El Gordo ya estaba llegando al suelo cuando la explosión lo espantó. Atravesó una nube de humo y casi clava de trompa el avión porque su primer impulso fue frenar al tocar tierra, pero se recuperó a tiempo. Se bajó apurado y corrió hacia la casa del viejo, sin entender lo que había pasado. Lo vio venir caminando para el avión, nervioso.

"¡Que mierda hiciste Pascualito!, ¿prendiste fuego las casas?"

El otro contestó explicando lo sucedido, mostrando sus pelos chamuscados y puteándose por ser tan animal.

"¡Por suerte te das cuenta viejo bruto! - decía el Gordo entre lágrimas detanto reírse - ¡casi te freís vos y toda la familia, que bestia, ahora eso si, el galpón te quedó bien limpito ... ¡y quemaste como dos hectáreas de campo!"

No podía aguantar la risa, tanto se reía que contagió a Pascualito que también empezó a las risotadas y abrazados se metieron en las casas a tomar unos vinos caseros porque la fogarata les dio la idea de hacer un buen asado esa noche y el gordo tenía el si fácil para los envites de comida. Allí quedaron contándose sus cuitas y arreglando las cuentas de la gasolina del avión cuando comenzaron a sentir un murmullo que iba en aumento y parecía acercarse. Al poco rato el ruido de los motores era muy evidente y el griterío de la gente se hacia sentir. Salieron para ver que pasaba. El Gordo aprovechó para ir a orinar a la legtrina y Pascualito se acercó a la portera a mirar. Casi le pasan por encima gritandole cosas diferentes. Se preocupó. Pensó en sus familiares, que habían ido a la capital la noche anterior a controlar el nieto con el pediatra, a lo mejor alguna desgracia...

Los policías y los soldados no pararon para saludar ni para abrir la portera. Consustanciados con el accidente y en cumplimiento de su deber, ante el asombro del casero la tiraron abajo con los camiones y siguieron de largo para la zona de desastre. El que le aclaró las cosas fue el Chiquito Gutierrez que desesperado, expersando con ademanes sus sentimientos, se le acercó. Cuando lo vio vivo a Pascualito, Chiquito automáticamente borró un entierro de su cabeza. Luego se enteró que la familia del viejo no estaba y restó otros cuatro cajones, pero se consoló pensando que estas cosas pasaban porque la gente era muy bullera y agrandaba las cosas, en realidad él tenía la culpa por hacer caso, porque pensando bien mire si el avión va a caer justo sobre el rancho, que gíl había sido en pensar eso... pero siguió contento porque con el solo entierro de lujo del Gordo tenia para arreglar sus cuentas perfectamente, así que estentoreamente decía en voz alta:

"¡Gracias a Dios, Pascualito, gracias a Dios que están todos bien, nosotros nos imaginábamos lo peor, lo peor!, y la gente que lo rodeaba apoyaba sus afirmaciones.

Terminada esa etapa, deseoso de ponerle la firma a su situación económica, cuando ya salía para la zona del accidente, como una aparición mala vio salir al gordo Barcia de la letrina arreglándose el pantalón. Y aquí no pudo contenerse mas porque se le cayeron todas las cuentas, volvieron los números rojos, la desesperación, la angustia. A los gritos, encarando al gordo que lo miraba sin entender nada, lo único que le salió explosivamente casi llorando mientras movía hacia los lados desconsoladamente la cabeza fue:

"¡PERO GORDITO DE MIERDA, LA PUTA QUE TE PARIÓ, NUNCA HACÉS NADA BIEN...! ¿NO TE HABIAS MUERTO VOS?...¡JODER CHE, NO SE PUEDE CONFIAR EN NAIDES CARAJO...!