lunes, noviembre 19, 2007

Doce horas más


Doce horas más.


Es común que mi teléfono suene de madrugada, los médicos rurales siempre estamos a la orden, pero inevitablemente me despierto sobresaltado – no puedo acostumbrarme pese a los años – y siempre semidormido contesto automáticamente: “¿Si?.”

“Vení, por favor vení rápido.” dijo una voz muy conocida, trasmitiéndome mucha angustia. Y justamente esa voz sí era particularmente raro sentirla a las dos de la mañana. (Pensar que tantas veces lo había deseado, aunque siempre me autocensurara y lo negara.) Algo serio sucedía para que ella llamara. Tenia que apurarme.

Cinco minutos después estaba arrancando el auto con la camisa mal abrochada y el pantalón con el cinturón suelto. Recuerdo me medio peiné hacia atrás mirándome en el espejo retrovisor usando los dedos como burdo peine. La acelerada hizo chillar los cauchos.

Diez minutos más tarde estaba apretando el timbre de los López García-Zamorano, una residencia de clase media alta. Todo el recorrido lo hice promediando cien kilómetros por hora.

Extrañamente no salió Alcira, el ama de llaves y me atendió la señora de López García personalmente, Doña Lucía Martha Zamorano, con la que nos conocemos desde muy chicos. Para mi siempre ha sido Lucil. Lucil, un amor imposible, llama de pasión eternamente encendida. (O quizás sería mejor llamarle amor negado, esas cosas del destino, líneas de vida desde siempre divergentes, pese a vivir muy cerca.)

Lucil estaba despeinada, envuelta en una “robe de chambre” rosada, con los ojos llorosos desde donde el rimel había dibujado una pequeña línea negra bajando hacia las mejillas. Se veía abatida y cansada. (Igual para mi resultaba exquisita, un placer el solo tenerla allí frente, verla, sentirla. ¡Que me podía importar el motivo!.)

“¡Que suerte que viniste rápido Gabriel! – me dijo nerviosa dándome un beso en la mejilla – es Carlos, le dio otro ataque y este es mucho más serio que los otros. Me temo lo peor. Me parece que ha dejado de respirar...” y sin esperar respuesta se dio media vuelta y corrió hacia el dormitorio. Si, esta vez era realmente una crisis seria.

Cuando lo miré no precisé ni tocarlo. Estaba muerto. Carlos no era santo de mi devoción, pero lo respetaba, no se bien por que motivo. Quizás lo respetaba a él para respetarla a ella... no lo tenía muy claro. Realmente en el fondo siempre había deseado que no hubiera existido ese tipo. Él nos había separado.

Si. Quizás por eso nunca me animé a decirle lo que sentía mi corazón cada vez que la veía. Aunque en ocasiones tenia la sensación que Lucil lo deseaba saber. Tenía también muy claro que la relación entre ellos no era lo que se consideraría “normal” para un matrimonio. Desde el inicio estuvo viciado de forma y contenido.

Había sido un casamiento prefabricado, planificado por los mayores y obligado por los quebrantos económicos. Fue un arreglo de situaciones financieras a costa de su sacrificio. A lo mejor el tipo realmente la quería, pero en cierta forma, la había “comprado”. Ella no tuvo escapatoria. Y así el marido, bastante mayor, jamás pudo darle la alegría que merecía. Eso lo tenía bien claro.

De todas modos me senté en la cama para examinar el cuerpo, respetando digamos, el decoro, la formalidad. En general los médicos desmistificamos la muerte. Ppara los que no nos entienden somos hasta irrespetuosos, pero en realidad es defensivo. Miré las pupilas: dilatadas; el tono de globos oculares: disminuido. No auscultaba latido cardíaco ni de carótidas y carecía de movimientos respiratorios. Uséase: fiambre fresco. El hombre había sido un asmático severo y últimamente sufría una insuficiencia cardíaca cada vez mas pronunciada. Recuerdo bien que en el último ataque casi se murió y paradojalmente yo logré salvarlo. (A decir verdad a regañadientes, con pocas ganas. Pensando: “y si dejo que espiche de una buena vez...¿quién se va a dar cuenta.? “ Pero no pude. Soy realmente un Profesional y cumplí mi juramento Hipocrático. Pero esta vez no había “tu tía”. Estaba muerto, bien muerto.

“Lucil... lo siento”, le dije guardando el estetoscopio, mientras girando hacia ella me paraba. (En realidad mi cabeza gritaba: “¡Al fin se dejó de joder este viejo!.”) Pero tenía que controlarme, al menos por ahora.

Llorando, la novel viuda dejó caer los brazos a los costados y se mantuvo parada, estática en medio del dormitorio sobre la gruesa alfombra, mirando el piso. Era la imagen viva del desamparo, por eso no pude contener el impulso y me acerqué, tomándola por los hombros.

“Ya te va a pasar”, le dije. Ella se apoyó en mi, gimoteando. El tener ese cuerpo tan largamente deseado entre mis brazos me perturbaba, y demasiado. Hasta parecía mentira. No me importaban los motivos ni el entorno, la tenía en mis brazos por fin..

“Ya, ya, no llores” – mi voz era suave – y sequé las lágrimas con mis dedos. Ella se apoyó más en mi. “Quedo tan, tan sola, Gabriel” dijo dejando escapar un largo suspiro. Y era cierto. Ellos no habían podido tener hijos y las familias estaban distanciadas.

“Así que estamos los dos solitos en ese caserón - pensé - ¿y la mucama?” porque en ese momento reparé que no había aparecido en escena.

“Por cierto, ¿dónde esta Alcira -pregunté - por que estás sola?.

Allí supe que los jueves – era jueves gracias a Dios, - era su día de descanso, y que vivía lejos, volvería mañana, a media mañana.

“... y por eso estábamos solos cuando Carlos empezó con esa falta de aire y se puso tan nervioso, respirando cada vez con mas dificultad, como siempre que le daban esos ataques – parecía que contándome se desahogaba - de pronto se llevó la mano al pecho y cayó fulminado sobre la cama” – me relataba los acontecimientos casi como si se tratara de una novela: – intenté reanimarlo, le puse la pastilla bajo la lengua y la mascarilla de oxígeno, pero su cara ya estaba azul. Yo sabía, pero estoy sola y necesitaba que tu lo confirmaras, viejo amigo, me siento agobiada.” Volvió a abrazarme, buscando apoyo.

“No estás sola, ¡que disparate!, - mi voz intentaba ser convincente - tenés amigos, sos joven, inteligente y fundamentalmente sabés que me tenés a mi, yo siempre estaré cerca, de hecho siempre he estado cerca” – dije al final mas hablando conmigo que con ella - y tomándole las manos con cariño, bese sus dedos pequeñitos, fríos, mojados de lagrimas, sucios de rimmel. Luego la atraje hacia mi y le di un beso en la mejilla. Repetí: “Sabés bien que me tenés a mi, decime que lo sabés”.

“Lo se, lo se muy bien, siempre lo supe, y te lo agradezco tanto... - dijo entristecida - que horrible, ahora tenemos que avisar a toda la familia ¡y viven tan lejos!”

“Para serte sincero – comencé – no puedo decir que lo lamento mucho, yo se que este hombre no te trataba bien, y nunca lo pude tragar. Masticarlo... todavía, pero tragarlo... ¡ni loco!, – y aquí me animé a decirle – en especial porque siempre me alejó de vos.” y la quede mirando fijamente a los ojos.

Se hizo un silencio muy significativo.

Retuvo mi mirada unos segundos y dijo seria: “No digas nada mas, por favor”. Yo realmente la sentí poco convencida. Estaba cuestionada, estaba claro, por eso ataqué nuevamente porque no me podía contener.

“Acaso no sabés lo que siempre ha pasado por mi corazón en todos estos años que te tuve que ver en sus brazos... podés valorar mi sufrimiento... ¿o nunca te diste cuenta? si me decís que no, no podría creerte”. Mi voz ya era condenatoria. Me miró fijo nuevamente.- Algo le sucedía, estaba seguro, algo quería aflorar y ella no se lo permitía. -

Preocupada dijo: “¡Por favor Gabriel, que Carlos esta allí!, respetemos ¿quieres?”. Yo exploté: “¡Él ya no está, se murió!. ¡Kaput. Finí. The end.! Esta allí, pero no está” - como médico, la muerte la veo casi como una solución en muchas oportunidades, aunque los legos no tienen obligación de entender – y seguí: “Mirá, ahora que lo pienso, esto debí habértelo dicho hace muchos años”. Ella retrucó suplicante: “¡Por favor, no sigas Gabriel, no es el momento para conversar estas cosas!”

Era claro que no esperaba ese abordaje, y mucho menos allí y en esa situación tan especial, y para ser sincero realmente yo concordaba con ella en que no era el momento, ni el lugar si utilizábamos la lógica. “Mmmm.... ¿la lógica?” – me dije a mi mismo – y pensando en voz alta seguí: “Para que carajo nos ha servido la lógica estos años. Un poco de locura no solo no mata sino que nos hará vivir más intensamente. Realmente el ser lógicos no nos ha dado felicidad ninguna, ¿no es cierto?, y además en vida siempre lo respetamos, ¿o no?. Nuestra conducta fue siempre irreprochable. Entonces, Lucil, por favor, dejemos a un lado la lógica por una vez, te lo suplico”

Mi fundamentación fue contundente. lo noté en su cara. La atraje hacia mi otra vez. Ella ya no lloraba, solo suspiraba. Ofreció una resistencia muy pobre. “No sufras”, le dije bajito al oído, acariciando con mi cara su cuello. El olor a mujer me dejó embelesado. Noté que a ella se le erizaba la piel y mi corazón galopaba

“Gabriel, - intentó defenderse - no hagas eso, sabés bien que hace tiempo Carlos y yo... como pareja... no funcionábamos... ¿entendés?, él estaba muy enfermo, y entre él y yo no.... nosotros no...” Allí le tapé los labios con el índice de mi mano derecha y dije: “Shhhhhh....no digas nada - y acercándola a mi – te entiendo, ¡como te entiendo!”.

“Por favor, no hagas esto, mirá que no respondo...” – suplicaba - la pasión me desbordó y corté su frase con un beso. Quiso resistirse pero le di otro más pasional y sus defensas flaquearon. Seguí implacable con mis razones: “Si nunca lo quisiste realmente, siempre estuviste enamorada de mi. ¿Te estoy mintiendo? Se sincera, fue una obligación estar con él y lo sabés bien, como también sabes lo que yo siento desde siempre por vos, que es más que pasión, es fuego, fuego puro, ¿o no te das cuenta,?” y comencé a besarle despacio el cuello. Allí sentí sus brazos abrazando mi cabeza y pude percibir que en su cuerpo cedía la tensión que había mantenido hasta ese momento.

“No sigas Gabriel... seamos cuerdos, te ruego Gabriel...” la voz le temblaba, parecía apagarse, sus ojos se cerraban. Comenzó a hablar sola, casi como en un confesionario:“Con él nunca fui feliz como mujer y últimamente estaba agresivo, posiblemente por su enfermedad, no se... ¡hay Gabriel! hacía tanto que no sentía esto que me estas haciendo sentir... por favor, no sigas más”

La voz pedía clemencia, pero el tono que empleaba era casi una orden de fusilamiento y mis ansias se desbocaron. Con una facilidad de movimientos que no me conocía, pocos segundos después nos amábamos desnudos sobre la gruesa alfombra, junto a la cama donde el novel cadáver se enfriaba lentamente, consumidos de pasión.

Jamás había disfrutado tanto del sexo como esa noche. Y esto era mutuo. Demoramos muy poco en tener ambos un orgasmo contenido por años. Avergonzada me dijo: “Que estamos haciendo, Gabriel, por Dios...” y yo le aclaré: “Simplemente se dieron las condiciones, algo que los dos hemos esperamos demasiado. Terminó una etapa de nuestras vidas y comienza la que tanto habíamos soñado y nos estaba vedada. Pero ahora nada nos impide querernos, ¿entendés?” y recomencé con mis caricias.

“¿Pero a vos te parece que esto se puede hacer?” - me dijo totalmente cuestionada, y respirando ansiosa.- “¡Si ya lo hicimos, mi amor! - le contesté de inmediato – y con lo que te hizo sufrir este tipo, debería estar mirándonos, pero tiene la suerte de estar muerto y ya nada le importa” – ella me miraba como desconociéndome, nunca le había hablado así y seguí – “solo que estuviera agarrado del famoso hilo de plata del alma y nos mirara...¡ma si! que nos mire, al fin por él perdimos tantos años. Y te digo más, en la cama vamos a estar más cómodos mirá,” y me levanté decidido.

“En la cama está él, Gabriel, ¡te lo suplico!”- dijo nerviosa sentada en la alfombra intentando arreglarse el cabello.- Yo fui muy claro: “Estaba”, dije, mientras lo bajaba al piso envuelto en el cobertor.

Ella se enojó: “¡Por favor!, ¡estás loco!” – gritó - y levantándose quiso tomar la ropa del piso. Allí volví a abrazar su cuerpo desnudo desde atrás por la cintura, apoye su espalda en mi pecho y le dije: “¿Dónde vas?, ¿Dónde-diablos-te-crees-que-vas,?” con una voz mezcla de enojo y cariño, besando repetidamente su nuca, jugando con el cabello.

“Por favor, Gabriel, hay que llamar a la familia, nadie sabe nada.” Hablaba mecánicamente, dejando caer la cabeza hacia atrás y suspirando mientras acariciába el brazo que la tenía retenida por la cintura. La tranquilicé: “Después llamamos, quedate tranquila, que al finadito nada lo apura, tiene toda la eternidad por delante. El certificado lo hago mañana, tenemos poco tiempo, después con el luto y esas cosas quien sabe cuanto hay que esperar para estar juntos otra vez. Ahora a recuperar años mi amor, a recuperar años.. Le damos doce horas mas al desenlace y listo. ¿Qué son doce horas para quienes nada saben y cuanto representan para nosotros?.”

“¿Qué son doce horas?... realmente estás loco”, dijo por fin sonriendo cómplice, y se entregó por completo. La escena debería de ser exótica, pero nadie la vio. El difunto Carlos en el piso envuelto en el cobertor cual taco mexicano gigante. Lucil y yo recuperando años de pasión contenida en una sola noche, en esa inmensa cama de matrimonio. Por la mañana haremos el certificado con las horas cambiadas, total... ¿12 horas mas o menos?... ¡por favor!

¿Qué esto no es profesional?. Usted lo dice porque no tiene la calentura que este servidor ha venido juntando durante los últimos diez años.

¿Sabe que?. Haga el favor vea, si no le gusta, no lea.

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