jueves, junio 28, 2007

La dulce María



La dulce María





El matrimonio de Nepomucemo Indarte había pasado todas las pruebas que pueda usted pensar en los treinta y un años que llevaban juntos.

Tres décadas atrás, él, de 42 y ella, María Clodomira De Souza de 18, iniciaban una vida común de trabajo y lucha que seria bendecida con 9 hijos vivos de los 14 embarazos que cursó.

El menor aun vivía con ellos y los demás estaban aquerenciados cerquita,
eso lo permite la vida en el campo profundo, lejos de la civilización.

Trabajar la tierra de otros - si el trabajo deja buena ganancia para el patrón – no es problema, como tampoco lo es el permiso para hacer un ranchito de barro y paja en algún confín del horizonte, en estancias casi cimarronas (sin aportes tecnológicos), con ganado orejano (salvaje) y ganadería extensiva (se preñan segun Dios mande, sin ninguna planificación técnica). América, nuestra América abandonada y explotada.
Pero el asunto no es este.

Nepomuceno y María Clodomira habían vivido. Con todos los rigores recibidos, según fue su destino, pero habían vivido y estaban preparados para los nietos que tenían y los que estaban por venir.

Ese mes la menstruación de María Clodomira no fue normal, salió una sanguasa amarronada y tuvo algún leve malestar digestivo, que curó con carqueja en el mate y tizanas. Pero pasaron varios meses y siguió con la retención.

Como María Clodomira es gordita, nada en su figura hacia pensar algo nuevo, pero a ella le atormentaba la duda porque tenia un presentimiento que no quería trasmitir al marido, esos no son temas para hablar con los hombres. Se lo comentó a su comadre y a sus dos hijas mayores.

Entre todas si, decidieron decirle a Nepomuceno y finalmente fueron hasta el centro poblado mas cercano, a conversar con el medico de Salud Publica, viejo amigo de la familia. La comadre opinaba que la barriga dura eran gases y la falta era la edád.

Las hijas no estaban tan seguras. El padre era viejo pero su actividad sexual podía ser envidiada por mocitos jóvenes, aunque no daba para pensar demasiado: el menor tenia 26 años y en todo ese tiempo nada había pasado. Seguro era la “edá”.

Cinco leguas a caballo no son changa para nadie, pero se hicieron callados porque no se consiguió conducción y el humilde masca callado su dolor.

El medico rural fue categórico: "¿Cuánto hacia que no nos veíamos, viejo sabandija?" - dijo con cariño encarando a Don Nepomuceno - si todos fueran como ustedes los médicos nos moríamos de hambre, che.

"¡No vai sienojar por la salud de los otros, dotor!" - retrucó el hombre de campo con rapidez - pero ya ve, a la larga tenemos que venir.

El galeno estaba alegre: "Es una alegría machaza, Nepomuceno, y dirigiéndose al resto de la familia preguntó: "¿Como andás María Clodomira, como andan, gurises,que los trae para consulta?".

Y allí le contaron lo que estaba aconteciendo con el retraso.

El medico revisó, dudó, pero prefisió tranquilizar a la familia de momento.

"Debes ser la edad, ese vientre ya cumplió, esta gordita seguramente por la buena vida, se ve que comida no falta, pero para estar totalmente seguro y antes de darle remedios vamos a pedir unos exámenes. Después me traen el resultado".Y asi lo hicieron. Fueron a la Capital a 150 kms. volvieron y esperaron nerviosos.

Tres semanas mas tarde la ecografía era categórica, MariaClodomira, contra todo pronóstico, cursaba un embarazo de mas de 6 meses.

"¡Que mujer bárbara che! ¡Que mujer bárbara! – el doctor no salía de su asombro - y vos también Nepomuceno, sos una fiera. Para estar tranquilos - por la edad, ¿entienden? – habría que hacer otros exámenes en la capital, pero son caros y a esta altura de los acontecimientos no arreglamos nada. Así que será lo que el destino quiera".

María Clodomira nunca había intervenido en las conversaciones del marido y el medico, solo se sonreía a veces, otras quedaba seria intentando entender el idioma difícil del facultativo y otras se sonrojaba por las picardías y ese embarazo no esperado.

Luego de tanto tiempo debería parir nuevamente y como siempre, esperaba hacerlo en las casas, pero esta vez el medico, preocupado por su edad, la quería hacer parir en la ciudad. Ella escuchó y no dijo nada.

Tres meses después, cuando sintió que se venia el gurí, solo esperó a último momento, a que no hubiese tiempo de traslado, la fuente se rompió y parió allí mismo, en las casas, donde siempre había parido, como ella quería. Dejó al medico esperando en el hospital.

Nació un varón. Pero con problemas serios.

A la semana los visitó el medico y se los confirmó: “Sindrome de Down” dijo, con malformaciones y un quiste en la espalda que seguramente le impediría caminar. Mongólico, pensaron.

Nepomucemo entró en un cuadro depresivo severo y se pasaba lejos de las casas todo el día. María Clodomira se prodigaba en atenciones con el niño porque el simple acto de comer era un drama, se le atoraba continuamente, tenia accesos de tos que casi lo asfixiaban.

El propio médico les había comentado que la vida iba a ser muy difícil, que era una especie de prueba que Dios les ponía y otra serie de palabras intentando ayudar.

El niño sufría, Nepomucemo sufría y los vecinos a María Clodomira la terminaron rebautizando “La Dulce María” por el amor que prodigaba a ese ser tan inferior y tan débil.

Pero María Clodomira sufría, sufría mucho y en silencio.

La familia entera pasaba por momentos muy difíciles. María quería cada vez mas a su hombre, lo veía dolido, callado, avejentado y sin embargo jamás sintió un reproche de su boca. Estuvo siempre junto a ella en todos los momentos.

Tenia que seguir luchando mientras tuviese fuerzas, por suerte los otros muchachos ya estaban grandes y criados.

Llegó un día en que el menor no soportó ver las escenas en la casa, las toses, el dolor, los llantos escondidos, la ruptura de costumbres. Una mañana dejo una nota diciéndoles que los quería demasiado para verlos sufrir tanto, pidiéndoles tiempo para pensar y que ya volvería, pero ahora precisaba estar un poco solo. Ensilló de madrugada y se fue.

Nepomuceno veía al pequeñito revolcarse en la cuna, con dificultades para tragar, para respirar, afiebrado, paralítico y lo destrozaba ver el sufrimiento que a ese inocente le representaba el simple hecho de vivir.

La Dulce María se desvivía en atenciones pero su silencioso dolor la estaba haciendo envejecer rapidamente, dolida por la situación, más le dolían la familia y su esposo, pero no encontraba solución, había que seguir, eran cosas de Dios.

El entierro fue muy simple, una pequeña tumbita blanca entre otros entierros viejos en la misma estancia, cerca de las casas. Un túmulo pequeño hecho con ladrillos y pintado a la cal sobre el que en una simple madera se leia:



“Isidoro Manuel Indarte De Souza
es un angelito en el cielo”
Al parecer se atragantó tomando la leche, vomitó y respiró su propio vómito y no hubo nada que hacer. Llamaron al médico, pero estaba para la ciudad y demoró dos días en ir, cuando llegó ya lo habían enterrado, porque el Comisario, enterado de la situación había dado su autorización.
El certificado de defunción llegó con retraso, cosa normal en esos pagos.
El medico rural los trato con cariño, los aconsejo, se puso a las ordenes, les dijo que era mejor así, por el niño, por ellos y por la familia.
Y la vida volvió a la rutina normal.
Cuando Dulce María vio salir a Nepomuceno del cuarto, pálido y limpiando sus manos con un trapo, intuyó algo.
Ya había sospechado cuando, unos días atrás, el hombre se acercó al pueblo preguntando por el doctor y al volver había dicho que lo buscaba para pedir algún consejo, porque no toleraba mas la situación, pero que andaba para la ciudad, demoraría unos días en volver. Ella hacia mas de treinta años que conocía a su hombre... Nepomucemo no iba a ir nunca al pueblo para esos asuntos, tenia que estar muy desesperado. Algo pensaba.
Lo confirmó cuando vio al niño, en su cuna, despenado.
En un arranque de dolor, como hacía con los capones que estaban agusanados muriendo, Nepomuceno peló el facón y tomando con cariño la cabeza del idiota, mojándose las manos con sus propias lágrimas, lo degolló. Luego limpio la faca, lo arreglo en la cunita, le dio un beso en la frente y lo vio, por fin, sin sufrimiento.
Sin ese enorme peso, fue caminando lentamente hasta el ombú, se apoyó en el tronco noble, prendió un cigarro y quedo horas mirando al horizonte.
Dulce María se cruzó con el hombre, casi sabiendo lo que había pasado. No se impresionó con lo que vio. Termino automáticamente de arreglar la cunita, besó al cuerpecito y lo amortajó. No dijo nada, solo lloró en silencio.
Luego se acercó a Nepomuceno, le puso la mano en el hombro, le secó las lágrimas y quedaron juntos sin decir nada, mirando ocultarse el sol.
Sentían que habían superado algo muy duro en sus vidas, se comprendían mutuamente y el pacto de silencio no precisaba palabras, era de por vida.
Nunca quiso tanto a su esposo como esa tarde, ahora, las cosas serian como antes.
Como antes que llegara Isidoro Manuel.

miércoles, junio 27, 2007

El pardo Mendoza



El pardo Mendoza


El ruido sordo de los cascos sobre el pasto húmedo acompañaba los
pensamientos del hombre que con sus manos grandes y callosas, acostumbradas al rigor del campo, llevaba la rienda firme pero floja, conocedor que el manchado sabia muy bien el camino.

La noche no era obstáculo para ellos. El matungo era fornido y nervioso, pero respondía al mínimo toque de rienda del amo, su único amo desde potrillo.

"Estos caminos - pensaba Mendoza – estos caminos... cuando iba a pensar que los tendría que recorrer así, a las apuradas, de noche, ocultándome, ¡cuando!"
El animal pareció sentir la angustia del hombre y resopló cabeceando.
"Esté tranquilo hermano, que nos vamos, pero juntos, usté no es de fallar."
La voz serena del gaucho calmó al Canela, que siguió su rumbo al mismo
tranco.
El atardecer lo habían cuerpeado por la orilla del arroyo, bajo coronillas, ceibos y quebrachos, así nadie los pudo ver, las horas pasaron y la noche se adueño del campo, pero la pareja seguía sin dudar su camino. Antiguo camino de quileros, sendas trilladas incansablemente cargando el contrabando para lograr el peso diario que asegure el sustento, sendas por las que se van cruzando estancias siempre lejos de caminos conocidos, vigilados por los uniformados, que son muchas veces cómplices pasivos, conocedores del rigor de la pobreza. Así se atraviesan tierras que nunca serán de los que las trabajan, tierras de dotores engominados montevideanos, o de extranjeros millonarios.
Mendoza tiro suavecito de la rienda y el manchado quedo quieto. "¿Tá cansado hermano? Tá bueno, descansamos un poco entonces, pero tendrá que aguantar unas leguas mas, el caso lo requiere, después Tata Dios dirá", y le palmeó el costado con cariño. Con un movimiento ágil se bajó del pingo, aflojó la montura – sin sacarla -, y dejó que el Canela tomara agua y mordisqueara distraído algunos pastos en la orilla de la cañada. Una saliva espesa en la boca del animal confirmaba su esfuerzo.

Mendoza se sentó sobre sus propios talones, armó un cigarro y tapando el resplandor con su mano lo prendió, pegando dos pitadas fuertes, profundas.
Hacía dos días que no comía pero no sentía hambre, tenia cerrado el estómago, las cosas daban vueltas en su cabeza. Vueltas y vueltas. Miró al
manchado pastando y reflexionó que los bichos tenían menos problemas que
los hombres. Le dio un beso a la petaca de caña brasilera para entonar el
cuerpo, se dejó caer hacia atrás apoyando la espalda en el tronco y siguió
fumando, mirando distraído las estrellas que aparecían entre las ramas del
ceibo frondoso que lo cobijaba. Los cantos de las ranas, los violines de los
grillos y los pasos del caballo se sentían clarito en el silencio de la noche.
"¡Como van a pensar eso de uno!", dijo, quedando sorprendido de su propia voz. "Hasta hablo solo ahora, Canela. ¡Carajo!, que mal están las cosas."
Pocos minutos después tiró el pucho, lo vio apagarse en el barro, movió hacia los lados la cabeza para aflojar el cuello, se quitó la boina y agachándose en la orilla humedeció el pelo. Arregló el facón en la cintura y se puso el poncho patria, tejido a mano y hecho especialmente para él. Estaba cayendo una helada regular, y no podía prender fuego.

"Bueno, vamos mi amigo, a seguir que falta". Afirmó la montura y montó con destreza. Tensó hacia la izquierda la rienda y el animal dio vuelta en redondo. Taloneando suavecito las verijas, logró que subiera una pequeña loma en la orilla de la cañada e iniciara un trotecito suave, retomando la senda. Los pensamientos se agolpaban: " Crecimos juntos, nos criamos juntos, siempre la quise como a una hermana... por que tenía que venir con esas mentiras el hijo de puta".

Y así fueron pasando las horas, la frontera se acercaba cada vez más. Estaban en el bajío de los Saraiva, unas leguas mas adelante pasarían cerca del Rincón de los Rodríguez y ya casi llegaban. Todos potreros inmensos con pocas vacas, terreno plano ahora, que permitía un trotecito mas ágil, iluminados por una luna grandota. Luna llena que había aparecido en el horizonte como inmensa farola gris rojiza y subía en el cielo estrellado haciéndose lentamente mas pequeña y blanca.

El frío quería meterse en los huesos, pero el poncho estaba hecho con cariño y
no dejaba. Mendoza inició un diálogo con el Canela: "Se da cuenta, mi amigo, venir ese mal parido a llenarse de razones contra uno, a inventar mentiras, ¡como voy a hacerle daño a la Carina, si era como mi hermana...! pobrecita, parecía dormida en el cajón. Y pensar que la violentó antes de ahorcarla. A ella, que era toda ternura. Se créen que porque tienen plata..."
Una mueca cortó el diálogo. Se bajó por enésima vez del caballo y abrió la última portera que lo separaba de tierra brasilera. Esta había sido la estancia de Don Nicanor Pereyra Rodrigues, bien en la frontera. Don Nicanor se había enriquecido con el contrabando de ganado. " Fácil pa él que estaba bien ubicado. – pensó - y pa qué, si cuando murió el hijo le vendió todo a un brasilero, que compró como inversión, corrió la gente y trancó las porteras. Ni respetó el esfuerzo del padre, todo quedo abandonado. ¡Que desperdicio todo esto, mismo!". El pardo había trabajado para el viejo, conocía bien la historia, por eso pasaba tranquilo, sabedor que no habían cristianos, solo campo y chircas.

El Canela se encabritó parándose en las patas traseras. Mendoza estaba como pegado al animal y ni mosqueó. Sintió el silbido finito de una víbora que pasaba cerca y se iba apurada entre los matorrales crecidos del potrero abandonado. En otra ocasión la hubiera matado, pero no estaba para esos menesteres. Tocó los costados del caballo, jaló suave pero con firmeza las riendas y la pareja retomó el camino. Amanecía, una inmensa bola de fuego anaranjado comenzó a elevarse en el horizonte.

No muy lejos se veían los cerros de granito negro ya en territorio brasilero. Pedra Preta era el nombre del lugar y significaba que la patria chica había quedado atrás, mas de cinco leguas.

"¡El mal nacido pensaba que todo se terminaba comprando al Juez, Canela! - largó una carcajada franca y estentórea - y me culpó a mi, justo a mi que la quería como a una hermana, ta que lo parió carajo. El nene bien se la cogió y la asesinó y los milicos lo agarraron enseguida. Pero seguro Canela, ¡si todo estaba clarito!, ella no quería. se defendió como pudo la pobrecita, pero el tipo era mas fuerte, y en la pelea la ahorcó... y después el Juez que se deja comprar. Seguro, los milicos tuvieron que soltarlo. El hombre pensó que total, como era una chinita huérfana y pobre náides iba a responder por ella... ¡feo se equivocó ese disgraciado!" y otra risotada rubricó lo dicho.
El noble bruto resopló y agachando el cogote empezó a subir la Pedra Preta, en pocos minutos se encontraban en lo más alto. Allí Mendoza lo hizo dar vuelta, y se quedó un buen rato mirando el horizonte, pensando: " No podré volver ni veré más a la Carina, pero donde estés mi hermana, te digo: ¡Se hizo justicia!" y dando un tirón fuerte de las riendas, con un: "¡Vamos Canela!", inició un galope tendido hacia el futuro.

El Comisario miraba asombrado los cuerpos del Juez y del hijo del dueño del establecimiento donde habían matado a la muchacha hacía dos días. El letrado tenia varios huecos de 38 en su pecho, una mueca de horror en la cara y los ojos muy abiertos. El revolver del estanciero estaba en el suelo, junto al cadáver, con el cargador vacío. Pero impresionaba mas el otro infeliz. Lo habían degollado salvajemente, de oreja a oreja, parecía tener dos bocas. Un inmenso charco rojo empapaba el piso de cemento pulido de las casas. Le llamó la atención que la entrepierna del citadino estuviera ensangrentada, pero no tocó nada. Esperaba al medico forense, como manda la ley, además viejo amigo con el que habían compartido tantos casos, tantos asados, tantos vinos.

El galeno llegó, saludo y procedió a efectuar su trabajo. Después de examinar los cadáveres le comentó al Comisario:"¡Que lo parió Chiquito!, el que lo mató sí que le tenía asco, compañero, lo degolló con saña y lo capó. Si, lo capó. ¿Y sabes donde le metió los huevos?... ¿no?, mirá acá... ¡en la boca, mi hermano, se los metió en la boca!, ¿le tendrían asco al engominado este che, le tendrían asco? ¡que lo parió, Chiquito!."

La historia de Iván Manuel Do Santos


La historia de Ivan Manuel Do Santos

"Ivan Manuel Do Santos no era no era de andar expresando sus sentimientos, ¿entiende?, el hombre tenia una cara inexpresiva y los rasgos eran duros, curtidos por el sol en el surco, los ojos increíblemente celestes, si, celestes, es que la madre era europea ¿vió?, no, no supe de que país vino, ¿Rusia, dice?, y puede ser, pero seguro no estoy, el padre también era rubio, pero del pago, en realidad no lo sé cierto, pero me parece que de la 8ª Sección, si, de este Departamento, mejor siéntese en la otra porque esa está media descolada, no sea cosa... bueno, le decía, de aquí de la 8ª y fue bien criado, de lo fundamental no faltó nada, la madre no se si estará viva todavía, mire, hasta hace unos quince años vivía, si, seguro, yo la conocía bien, el padre se fue cuando él era pequeño, si, un gurisito chico y tendría unos cuatro o cinco, mas o menos, bueno, no me acuerdo bien, pasaron muchos años, ¿otro mate?, ¿no?, bueno, decía que cuando el padre se fue, la cosa se puso difícil, y si, chismes ¿vió?, parece que por otra mujer, ahora, si es verdad, no sé, pero se fue, tuvieron que hacer lo que se podía, la gringa era muy trabajadora, muy luchadora, trabajo y trabajo todo el día, día y noche si cuadraba, no, ahora ya no se encuentran mujeres asi, ¿a usted le parece?, y puede ser, si usté dice... el asunto es que lavaba para afuera, hacia limpiezas, después se dedico a cocinar para los vecinos y allí la cosa se empezó a arreglar, si, cocinaba muy bien, recetas de aquí y recetas que había aprendido de los abuelos y los padres, de sus pagos, ¿entiende?, pero pruebe, pruebe, mire que están buenas...si, seguro, coma nomás, son recién hechas, ¿qué drama dice usté?, a, el asunto del Ivan Manuel, deje ver...para el sur, si, aquella loma después del monte de eucalíptus, allí fue que paso todo, ¿foto?, y si quiere tome, pero, ¿pa´que? si es solo pasto, nomás, pero si quiere déle, entonces le decía, inexpresivo el hombre, con el puchero asegurado y un techo, por pobre que sea es otra cosa, ¿no haya? y así se fue yendo la vida de esa gente, no, a ella nunca más se le conoció marido, seguro, si no salía nunca, siempre estaba en las casas... y si, el muchacho no conoció escuela, la rural estaba muy lejos y no tenía forma de ir, ¿caballo?, si, cuando mocito, pero al principio no tenían y cuando pudieron comprar, él ayudaba a la madre en el trabajo, así que tampoco iba, lo que aprendió se lo enseño la gringa, y supo hacer las cosas, no vaya a creer, mire que cuando creció todos creían que tenia liceo también por lo conocedor en muchos temas, si, sírvase nomás, ¿se dejan comer, verdad? ¿otro mate?, si, ella fue siempre rebelde, era anárquica, ¿cómo?, a eso, si, anarquista, y aquí en el campo era raro, mas bien muy raro, pero era y ella siempre decía que aquí estaba y aquí luchaba, se lo repito, era lindása la gringa, pero nunca se le conoció marido, seguramente fue por eso el asunto, el tipo también era extranjero, hacía poco había venido de las uropas, parece que era de la tierra de ella, si, se hicieron muy amigos, y si, el tipo estaba enamorado pero ella no, esa es la cosa, ella no, ¿no quiere más?, es verdá, mate y torta frita llena la panza del pobre, el hombre insistió tanto que al final pelearon y parece que perdió la cordura, como que lo había hechizado, no descansaba nunca, la acosaba, la perseguía, se le hizo obsesión, mire que lindo se ve poner el sol desde aquí, ¿en sus pagos también es tan lindo?, entonces le decía que la cosa se puso muy gruesa y el Ivan Manuel sufría en silencio, pero inexpresivo, vea, la propia madre le recriminó por eso varias veces, pero que podía hacer, todavía era mocito y un día el gringo desapareció, sin avisar, nadie sabia nada, como si se lo hubiese tragado la tierra, toda la vida de la gringa volvió a la normalidad y al poco tiempo se fue el Ivan Manuel del pueblo, que a la ciudad para estudiar, ella había juntado unos pesos, con eso lo mantenía, al tiempo el hijo la mando buscar, se había establecido en la capital, trabajaba en una fábrica, al parecer era dirigente de los obreros, y si, la madre era versada en esas cosas y ya le digo, eso debe haber sido hace unos quince años, no, nunca mas se los vio por estos pagos y mire que los buscaron, seguro, después que Don Nicanor encontró las cajas de casualidad, rompió una con el arado, ah, ¿no sabia?, parece que después de matarlo lo cortó en pedazos, puso uno en cada caja y después las enterró separadas, como para que el gringo no se pudiese juntar nunca más, del asco que le tenía, ¿pero quién lo podía pensar? Ivan Manuel era muy inexpresivo, ¿cuánto?, y si, mas o menos habrían pasado unos tres años, y se dieron cuenta por el reló que encontraron en una de las cajas, parece que tenia letras raras, yo no se porque soy analfabeto y disculpe, pero se sabía que era del gringo, el único que había por aquí, no, nunca más los vieron, y ahora debería tener unos treinta y cinco o cuarenta años, más o menos, probar no se pudo probar, pero nunca mas los encontraron, parece que se fueron del país, y si, yo los extrañé bastante, eran gente buena, de trabajo, ¿sabe?, yo los ayudé en lo que pude, dentro de mi situación, porque la veía como a una hija que nunca tuve y al botijita lo quería, pese a lo huraño, son cosas, uno siempre ha estado muy solo, ¿entiende? y bueno, así es la vida, hay que seguir, ¿ya?, y hace bien, antes que lo agarre la noche, sabe hacer frío aquí en el campo, no, por favor amigo, no me debe nada, no, guarde ese dinero que me ofende, tenga buen viaje, ¡cuidado al cruzar la cañada chica que esta crecida!."
El viejo quedó apoyado en la pared del rancho mirando alejarse al visitante. Lo vio sacar algo grande de la montura, ponerlo junto a la higuera cerca del alambrado, cerrar la portera, montar, saludar de lejos con la mano y partir al galope. La imagen se fue achicando. Por fin, desapareció.
Así se quedó rato, pensando y moviendo hojas secas con la punta del bastón, tenía algo trancado en el garguero. Decidió ir al almacén de Ramos Generales a compartir sus pensamientos. A la pasada miraría lo que dejó el hombre en el suelo, por curiosidad. Pa prevenir la helada, se abrigó bien.

"Mas o menos asi fue la cosa Don Pedro, viera lo bien que monta el hombre y que educado, que educado y que serio, seriáso mas bien, ni una sonrisa, duro pa mostrar los dientes, pero no se por qué – serán cosas de viejo nomás - tenía la sensación que me miraba con cariño, con un cariño especial pese a la seriedad, quien sabe. Cosa rara cuando se despidió – por eso le digo - porque dijo: " Cuidesé Don Cleverito". Si, Don Cleverito dijo, ¡pero clarito lo dijo!, no, no escuché mal, estaré viejo pero no sordo...¿y quién le va a decir?, náides, si llegó derecho al rancho, parecía saber bien el camino, bien baqueano el gringo, estoy seguro, el apellido le dije, pero el nombre no, ¡no vi´ajtar seguro¡ vea, ahora que lo pienso se me congela la sangre, ¿cómo fue a saber mi nombre el gringo che? y servime otra de caña y si quieren aquí los amigos también que hoy pago yo, no, ta bien que sea pobre, pero cobré la pensión ayer, vea, y quiero compartir.
(A nadie dijo del paquete junto a la higuera, que tenía una damajuana grande de vino tinto, diez quilos de yerba mate de la mejor, cinco paquetes de tabaco, hojillas, una horma de queso entera, una lata grande de dulce de membrillo, un mate de guampa lujoso con su nombre - lo único que sabía leer - y tirado entre todo, como al descuido, ese puñado de dinero que no había querido aceptar).