viernes, noviembre 24, 2006

El jardinero

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El jardinero




El amor a sus mascotas era conocido por todos los vecinos del barrio.

Tenía muchos perros y gatos y a todos los alimentaba y cuidaba cariñosamente, limpiando con tolerancia franciscana las necesidades biológicas de los animalitos.

La pulcritud de la casa y los amplios jardines demostraba su perseverancia, evidentemente generada por el gran amor a los bichitos que tenía, algunos desde cachorritos, la mayoría recogidos de la calle.

Los vecinos atribuían todos los esmeros del hombre a su soledad.

Hacía años vivía en la zona, lo conocían bien, todos lo recordaban recién llegado, con su madre al principio y luego aquel señor – antiguo amigo de la familia - por el que la señora tenia tanto cariño.

Como la atracción era mutua, al poco tiempo decidieron legalizar la situación y maduros ya, se casaron para juntar sus nostalgias, sus penas, sus alegrías.

El matrimonio civil fue una reunión hermosa que todos los del barrio recordaban. Al poco tiempo dejaron de verlos.

El hijo les hizo saber que habían decidido irse al sur a iniciar una nueva vida, porque a fin de cuentas no eran tan viejos y era una nueva oportunidad para ellos. Él no había querido ir porque decía - era entendible - que pese a ser su madre, se hubiese sentido como una carga para ellos y además no era chico y tenia sus propias metas.

Prefirió quedarse solo.

Desde ese entonces comenzó a acompañarse de animalitos. Todos los moradores cercanos querían mucho al muchacho, les generaba una mezcla de simpatía y lastima, verlo solo, tan trabajador, tan prolijo y preocupado por sus mascotas.

El hombre era el cliente preferido de los veterinarios. Lo adoraban, en especial por su desprendimiento económico. Pero pese a los cuidados, de vez en cuando alguno de los cuadrúpedos cumplía su ciclo y él tenía la costumbre de enterrar las mascotas muertas en el jardín, colocando sobre la tumbita un arbolito. Solía decir - era su frase predilecta:

- “El que se fue, vuelve en verde, en ramas, en flores, está aquí con todos, no nos abandona, nos regala su aroma, el ruido del viento al acariciar las ramas, el fresco de su sombra protectora, no nos cambia ni traiciona,se queda para siempre con nosotros”.

Los amigos lo ayudaban en esa noble tarea ecológica y así los jardines antes descuidados y yermos ahora eran cada vez más hermosos. Era una figura respetada, de buenas costumbres y muy querida.

Su orgullo mayor eran dos frondosos pinos canadienses que había plantado juntos en el jardín del fondo, los primeros de la serie, unos cinco años atrás...

jueves, noviembre 23, 2006

Idea y acción

Posted by Picasa Idea y acción



La vida de Patricio Ilustre Barreto Campos – los padres eran muy patriotas, pero habían discutido tanto el nombre de cual de los próceres ponerle al querubín, que al final optaron por esa fórmula de transacción cubriendo todas las posibilidades – decíamos que la vida de Patricio Ilustre ya había sobrellevado mas de cuarenta almanaques.

No era una persona deprimida o triste, en realidad siempre se le veía alegre, con ganas de hacer cosas, atento a los cambios, interesado en las novedades, pero por esos días algo lo tenía mal, algo lo venía entristeciendo.

Una mañana que llegó a las tareas del campo muy “apagado” pese al litro de mate amargo con cedrón que la mujer le había cebado al amanecer, su compadre Ernestino Bisulfo no pudo aguantar más y mirándolo fijo a los ojos, frente a frente, preocupado por su amigo, elaboró una secuencia de pensamientos que le permitieran – sin ofender al otro – ir a la esencia del asunto y por eso le preguntó, sintetizando:

- ¡Pero que mierda te pasa, Patricio!

El otro lo miró asombrado, pero poco. No tenía ganas en ese momento de dar explicaciones, pero el que le preguntaba no era cualquiera, era su compadre y la pregunta había sido muy incisiva. En realidad no le contestó, sino que comenzó a hacerle preguntas:

- Mirá pa yá, Ernestino, ¿qué ves?
- ¿Pa ya como? ¿p´abajo? ¿p´arriba?
- A le léjo. Mirá a lo lejo. ¿Qué vés?
- Campo
- ¿Y que más?
- Campo y vacas
- Ta bien, campo y vacas, tambien hay eucalitus... ¿y?
- ¡Nubes!, ta por llover, mirá, ya está chispeando
- ¡Ta bien, ta bien! Pero decime Ernestino, ¿estás conforme con lo que ves?. ¿No te falta nada?
- Y hermano, es lo que siempre he visto, campo, vacas, ovejas, árboles, pájaros, esas llanuras interminables que se pierden en el horizonte...
- ¡Eso, eso, llanuras inmensas!. Plano, todo plano, todo llanito. ¿Vos has visto puentes en el pago? Nunca viste. ¡No tenemos puentes!, con lo lindos que son
- Pero... ¿tas loco Patricio?, pa que queremos puentes si no tenemos río
- Por eso, también nos faltaría río. Me gustaría tener río y puente, ¿a vos no?
- Y pa ser sincero, si, también me gustaría, pero no hay. Lo que hay es lo que hay.
- Por ahora – dijo Patricio Ilustre Barreto Campos muy seguro – por ahora, y siguió con sus cosas sin tocar mas esos temas. Erenestino quedó mirándolo convencido que se estaba quedando loco.

Al anochecer volvieron a las casas. Cuando se despidieron en la portera, lo dejó mas preocupado porque Patricio le dijo:
– “Por unos días voy a estar lejos, pero después... ¡vamo a cambiar esto carajo!, ya vas a ver”

Cuando llegó al rancho, Ernestino fue derecho a comentarle a su mujer y quedaron en averiguar con el médico del pueblo la posibilidad de conseguirle alguna cura a su compadre. También barajaron la posibilidad de que algún enemigo le hubiese hecho un “daño”, todo podía ser.

Una semana después Ernestino terminó de preparar el amargo, metió un pedazo de galleta de campo en la boca y mientras masticaba se puso a mirar el amanecer por la ventana de la cocina, pero lo que vio lo hizo atragantarse y escupir pedazos de galleta... ¡A unas pocas leguas de las casas había bruto puente, era inmenso, metálico, altísimo, y la punta de cada torre estaba unida por una carretera bien ancha, como para dos vías facilito!.A las apuradas le puso la silla de montar al manchado y salió al galope para el lugar.

Al acercarse vio a Patricio Ilustre que, sentado en el pasto apoyado contra un ombú, miraba satisfecho

- ¿Y eso che?
- Estaba en oferta, hicieron uno nuevo en la ciudá, de hormigón, y este lo pensaban tirar. Hace tiempo que lo vengo “campaneando”, asi que me lo traje. ¿No es lindo? ¿Cambia o no cambia el paisaje? ¡Ahora es otra cosa!

Y tenía razón, todo parecía distinto, pero ahora el que quedó por un tiempo conflictuado fue Ernestino. Le daban vueltas y vueltas cosas en la cabeza, como por ejemplo: ¿Dónde se ha visto puente en una llanura como esa que no tenía ni siquiera un cerrito. Todo chato el paisaje, ahora el puente resaltaba, pero como que le faltaba algo, esa carretera colgada en lo alto de las torres no le gustaba. Decidió entonces tomar él la iniciativa y hacer algo.

La semana siguiente era Patricio el que no podía creer lo que veía. Su compadre le había dicho que se diera una vuelta por el puente y cuando llegó se encontró con una cantidad de montañas

- ¿De donde sacaste tremendas montañas, chéi?
- Las traje de a poco. ¿Quedaron lindas, no? ahora sí el puente se luce, las torres tienen un complemento, la carreterea sigue por lo alto, ¿no te parece?
- Y si, la verdá es que sí, ahora es otra cosa.... ¡lástima no tener rio ,hermano!
- Y es cuestión de ponerse a buscar, dijo Ernestino muy serio.

Tomadas las decisiones, ya nada los detendría.

No había pasado un más de un mes y ya se habían agenciado un hermoso río que pasaba por debajo del puente, entre las montañas altísimas. Los dos miraban su obra con satisfacción de padres.

Los vecinos empezaron a arrimarse a la zona porque se sentían omisos de no aportar algo a la obra de cambio de Patricio Ilustre y Ernestino.

El vazco Aguirregaray, sin previo aviso, una tardecita arrimó una laguna de más de veinte kilómetros de largo por ocho de ancho y bien profunda. Hacía juego a la perfección con el río, las montañas y el puente.

- ¿Ustedes consiguiendo tanto para la comunidad y un se va a quedar quieto? ¡Tan locos, están!, ni lo piensen. Si se puede, hay que dar una mano y sepan que puse en el agua tararira, bagre, dorado y trucha, no nos va a faltar pesca y podemos salir a remar, que siempre quise y nunca pude. Todos estuvieron de acuerdo.

El Ñato Pereira, vecino del paso del Ayuí, fascinado con los arreglos que encontró cuando volvió de la ciudad, sin decir nada quiso colaborar y consiguió nieve para la punta de las montañas.

- Les da un toque especial - decía – y además, si el tiempo ayuda, no se derrite y se puede esquiar, que yo siempre he querido. Las cosas tomaban un cariz especial.

José Carolino Rodríguez Estévez, muy amante de los árboles, adujo que las montañas estaban muy “peladas” y llenó todo el lugar de pinos, abetos, araucarias y otras especies que dejaron todo verde, y atrajeron infinidad de pájaros y bichitos del bosque.

Otro vecino a los pocos días arrimó un aerocarril, porque sacó la conclusión que sería menos cansador subir a esas alturas en ese aparato y con otros amigos de a poco prolongaron la carretera desde el puente hasta la terminal del tren que venía de la capital.

Una de las más queridas de la comunidad, mujer mayor y trabajadora, opinó que la zona ahora estaba tan hermosa, tan turística, que le tendrían que cambiar el nombre.

La comunidad asintió, pero costó muchísimo que se pusieran todos de acuerdo. En lo que si acordaron fue que era imprescindible hacer un lugar de descanso para los viajeros, un parador con bar abajo junto a la carretera y otro arriba en la llegada del aerocarril. Pocos meses después estaban construidos.

Por alli se apareció el turco Abdalá, y sin pedir nada a cambio – algo realmente increíble tratándose de él – arrimó un coche tipo camioneta con el que llevaban y traían a la gente desde la terminal del tren al parador y bar.

Alli surgió la idea en un grupo de vecinos, de renombrar el pago como: “Bar y alojamiento con coche de transporte”, y como era muy largo lo abreviaron a : “Bar-alo-co”. No gustó demasiado.

Siguieron pensando.

Por fin la señora de Patricio Ilustre fue la de la idea, dijo:

- Sintetiza lo que quieren y suena bien. ¿Qué les parece Bariloche?.

Y asi nació ese hermoso lugar de Argentina que con el tiempo se hizo famoso internacionalmente.

Esta es la historia verdadera de su nacimiento, que pocos conocen.

Recuerde amigo lector, que lo imposible solo cuesta un poco mas.

lunes, noviembre 20, 2006

Barrientos

Posted by Picasa Barrientos.

Barrientos miro al extraño con indiferencia. No era el primero que le decía lo mismo, le afirmaba lo mismo y finalmente no cumplía ninguno de sus dichos. No le dio importancia y siguió enfrascado en sus asuntos.

El extraño entendió el mensaje, ya le había sucedido en otras oportunidades, los pueblos pequeños eran similares, la gente también. Pero él siempre se las ingeniaba para convencer a estos ingenuos pueblerinos. Comenzó con una nueva perorata, cambiando la táctica de convencimiento.

Barrientos lo volvió a mirar, pero ahora le dio algo de atención, porque este individuo recién llegado a su villa le estaba resultando molesto.

El extraño noto el cambio de la mirada, vio que ya estaba entrándole a ese bruto, no se le escapaba ninguno de esos ejemplares, en unos minutos le sacaba terrible pedido. Siguió conversando en el sendero dialogal de que era la primera vez que llegaba a esa villa, un lugar tan apartado y carente, y por supuesto, también la primera vez que tenia el honor de conversar con alguien tan influyente en el departamento, que además entendería la importancia de la mercadería que le ofrecía y que...

Barrientos ahora lo miraba mas serio, ya no le era indiferente, ahora le resultaba francamente molesto y de lejos se veía que era un citadino de mierda, creído y sobrador.

El extraño vio la seriedad de la mirada y comprendió que ya lo tenía en el bolsillo, las defensas del canario estaban cayendo, ya estaba interesado en el asunto y cuando le dijera las bondades del fertilizante que le ofrecía, a precio excelente, en especial comprando por camión unas doscientas bolsas, y que lo podía pagar con cheques diferidos y que ...

Barrientos tenía la mirada congelada. Dejo el mate y el termo en el mostrador del almacén de ramos generales. Lo miro fijo al extraño y dijo:"Vea, aquello atrás de las casas es mi galpón y allí tengo mas de cien bolsas de fertilizante que traigo de la ciudad, me resulta bueno y no preciso mas. Aquí es mi negocio y usté me tiene podrido con su palabrerio. Esto aquí abajo – se agachó y puso algo metálico en el mostrador – es mi Smith&Weson 38 con cargador lleno, ¿va entendiendo?".

El extraño vendedor manejaba por la pésima carretera a mas de 100 kilómetros por hora, seguía sudando pese al frescor de la tardecita, mantenía el volante con la izquierda y con la derecha borraba nerviosamente con un marcador negro el pueblito del mapa.

Asi lo hacia el abuelo

Posted by Picasa Así lo hacia el abuelo.(Con cariño a la memoria de Primitivo Ibarra, oriundo de los pagos de Achar.)


El abuelo, ¡qué recuerdos su nombre!: Bonifacio.

De estar horas sentado pulseando los recuerdos, entreverado con vivencias de otros tiempos, jornadas en montes lejanos cuerpeando las carabinas coloradas a puro poncho blanco y coraje, siempre en primera línea aun sin entender demasiado los motivos, pero allí, firme, con el caudillo.

Bastaba solo una arenga del General para lanzarse al entrevero de divisas con la sangre hirviendo, a lanza seca y tocando a degüello, pronto a dejar la vida si cuadraba.

Él había servido con Chiquito Saravia hasta su muerte. Él vio su muerte. Estaba cerquita y no pudo evitarla. No pocas veces sus ojos se humedecían al recordar y por momentos estaba otra vez en Arbolito, oía los clarines a lo lejos, le volvía ese olor a pasto, pólvora, sangre, sudor y barro, sentía el resoplar de las monturas, el ruido de los sables, el retumbar del Mauser gubernista, los gritos de dolor y de coraje, las balas silbando muy cerquita. Mientras contaba de cuando casi niño, ya era un hombre soldado, la cara le quedaba tensa, seria, sus ojos por momentos dejaban el presente y volvían a aquel pasado porque así era de grande su pasión por la divisa. Pero enseguida la tensión aflojaba, la serenidad del rostro anunciaba que llegaban recuerdos diferentes, de los incontables que pueden acumularse cuando se vive casi un siglo. Y así pasaba las horas en su rincón preferido, frente a la higuera centenaria, en ocasiones conversando con seres nvisibles, otras enojado con su sombra o riendo sin motivo con la mirada mansa de sus ojos viejos y esa sonrisa que da el tiempo a las almas buenas.

El abuelo se acercaba a los cien años y a su cuerpo le costaba obedecer la mente. Pero aún con dificultades, cumplía su rutina. Ayudaba pelando papas y boñatos, preparaba las chauchas, limpiaba el patio de la casa y con que placer, con que respeto, podaba las plantas y arreglaba la tierra. Que lindo verlo reír con nietos y bisnietos, conversar con su gato Catunga entre ronroneos y acariciar cariñoso a su perra fiel, la Negrita, esquivando sus lengüetazos; el felino durmiendo en su falda las tardes frías y el can echado a sus pies atento a todo. Pese a la prohibición médica, el cimarrón nunca podía faltar en las mañanas, y si llovía, las tortas fritas eran algo sagrado, así se le iban yendo a Bonifacio los últimos días de su calendario, rodeado del amor de la familia.

Estudiaron la casa por un tiempo, preparando una acción breve y jugosa, porque sabían que el viejo loco estaba en el fondo todo el tiempo, que los lunes el hombre salía temprano a trabajar y a medio día la doña llevaba los hijos a la escuela. Quedaba solo el viejo. Perro bravo no había. La puerta estaría abierta como es costumbre en los pueblos chicos así que entrar no era problema.

Se habían interesado por las antigüedades que vieron al pasar por una ventana y cuando el reducidor de la ciudad confirmó que eran valiosas, prometiendo un buen dinero sin preguntas, lo decidieron. Esas porquerías se venden bien en el extranjero y ellos no eran de esos pagos y cuando los "canarios" se dieran cuenta lo que pasaba ya estarían lejos.

Rápido, fácil, sin riesgos, limpio y productivo. Ideal para un malandro.

Ese medio día desde el auto estacionado enfrente vieron salir a la señora con los pibes, los dos con sus túnicas blancas y moñas azules, muy prolijos. Demoraría no más de quince minutos en llevarlos y volver.Tiempo suficiente para sus tareas.

El menor de los ladrones comentó:

- Tá buena la doña, se le podría hacer otro, ¿qué te parece Nene?
- No pensés en poyeras ahora Chirola, que estamos pa´otra cosa.

A esa hora el pueblo estaba almorzando o empezando la siesta, las calles casi vacías, no tuvieron inconvenientes en entrar, fueron directo al comedor, entornaron la persiana para evitar curiosos, y comenzaron a cargar en bolsas y cajas los objetos: una gran jarra centenaria de cerámica europea con su palangana del mismo material, exquisitamente decoradas, unos viejos estribos de plata con espuelas, loza inglesa de época, cubiertos de plata con apliques de oro - casi todos recuerdos de un viejo tío estanciero - al igual que el facón y el mate con su base, ambos en plata y oro, donde resaltaban las iniciales del tío artesanalmente trabajadas en oro puro. Y así se fueron apoderando de las cosas que estaban prolijamente guardadas en cajones o presentadas como decoración en las paredes de la casa. Lo frágil a las cajas, lo duro a las bolsas. Sobre el hogar, en un sitial de honor, estaba el sable que un oficial joven del Ejército le había dado años atrás al querido viejo. Había sido de su abuelo, que lo blandió contra los revolucionarios de Aparicio y después de su padre, ambos colorados. Él defendía divisas nuevas pero respetaba las fundacionales y ese respeto a sus mayores le impidió obsequiárselo como quería. Pero deseaba que Don Bonifacio, ese querido viejo enemigo de sus mayores, lo custodiara de por vida, simbolizando su deseo como hombre de armas, de que las luchas entre hermanos fueran para siempre solo un triste recuerdo.

Se lo entregaron un 19 de marzo, aniversario de la batalla de Arbolito, sabían que así agasajaban doblemente ese anciano querido, esa fecha era muy importante en su vida.

No faltó buena comida, se recordaron viejos tiempos, fue un día de fiesta en el vecindario, inolvidable para el anciano, un gran gesto del joven oficial, una custodia que a Bonifacio lo honraba para siempre.

- Nene, esto debe tener su valor también, ¿no te parece?
- ¡Deja esa miérda, Chirola! el tipo no le dio bola, dijo que son fierros viejos sin valor, apurate y terminala que nos vamos.
- No tendrá valor pero me gusta - dijo el malandro chico y se puso a revolear el sable por el aire – me gusta y me lo llevo, carajo, y lo tiró dentro de la bolsa.
- Sos un gíl - el Nene estaba enojado - parecés un gurí, terminala, ya está todo, vámonos. Y cargando una bolsa fue a abrir la puerta.

La nieta de Bonifacio casi llegando a la escuela se acordó que no había apagado la cocina y la comida se le iba a quemar. Apuró a los chiquitos, los dejó en la clase y volvió corriendo. Si tenia suerte, evitaba el desastre culinario. Llegó a la casa preocupada y entró de golpe.

El Nene no llegó a tocar la puerta porque se abrió brúscamente y la mujer lo pechó, cayendo los dos al suelo. Antes que saliera de su asombro, una mano fuerte le tapó la boca y no pudo gritar.

- Mira a quien tenemos aquí – dijo Chirola - ¿Hoy te apuraste muñequita? parece que sabías que te quería conocer.

Ella comprendió la situación, pero no podía hacer nada. Observó el desorden, agradeció mentalmente que no estuviesen los niños, decidió no resistirse y dejar que los malvivientes se fueran. Trató de controlar sus nervios. El Nene la encaró enojado:

- ¡Hoy tenías que apurarte mina de mierda! ¡Justo hoy! - él conocía a su compañero e intuía lo que se podía venir - quedate quieta que ya nos estábamos yendo, no nos mirés la cara, ¡mira p´al piso carajo!, portate bien y no pasa nada.Pero las ideas del menor eran otras.

Tenia el cuerpo femenino contra él, le tapaba la boca con una mano y con la otra le acariciaba la barriga, los muslos, los senos, el sexo. La apretaba más hacia él y sentía las nalgas tensas.

- Pará un poquito loco, pará que aprovechamos y tenemos fiestita, mira que buena que está esta mina. Pero el Nene no quería problemas.
- Dejate de joder y vámonos que hay minas por todos lados
- ¿Sos puto vos? ¿No te gusta esta mina? mirá Nene: aquí no hay nadie, nadie va a joder, si querés te vas, pero yo voy a gozarme esta minita. Y dicho esto le apretó fuerte la entrepierna.
- Vos estas loco pibe, debes estar enfermo, pero está bien, ganaste – lo sabía agresivo y brutal, así que decidió no interferir más por las dudas, su propia salud podía estar en juego – dale rápido y vámonos. Si esta buena capaz que te acompaño. (No le había gustado que dudara de su machismo)

Ella no podía gritar, pero intentando defenderse con el talón le dio un golpe tan fuerte en la punta del dedo gordo del pie a su captor que lo hizo aflojar un poco la mano y pudo morderle con todas sus fuerzas los dedos.

El tipo gritó, alcanzó a soltarla, ella pudo gritar pero un certero golpe de puño la dejo desmayada en el suelo. Chirola comentó:

- Así me gustan más. Que se defiendan, es mas lindo. La dio vuelta, y separándole las piernas con los pies comenzó a aflojarse los pantalones. La situación lo había excitado mucho.

El abuelo sintió unos ruidos extraños en el frente, el gato saltó de su falda y se alejó prudentemente hacia el fondo. La perra tenia el lomo encrespado y gruñía mirando hacia adentro. Decidió investigar.

Despacio fue hacia la puerta del patio y la abrió. Negrita entró corriendo, en un ladrido solo, él la siguió. Ahora alcanzó a oír un grito apagado, un golpe y voces masculinas que no conocía.El ladrido alertó al Nene que ya sabia como era el perro, así que solo lo esperó y lo levantó de una patada. El bicho aulló dolorido, retrocedió rengueando y pasó quejándose entre las piernas del abuelo que en ese instante entraba al cuarto.

Al verlo, el mayor lo enfrentó, empujándolo violentamente. Perdiendo el equilibrio, Bonifacio se golpeó la cabeza en la pared y cayó quedando inmóvil, semidesvanecido.

- ¡Por tus imbecilidades capaz que maté al viejo de mierda! ¡Vámonos carajo! no compliques más las cosas, deja esa mina y vamos.- Ahora la única intencion del Nene era irse, y rápido.
- Ese jovato no jode a nadie, y no me voy a ir así, vení ayudame con este bombón, mirá que blanquita que es... que suavecita... Estaba muy excitado, fuera de control, completamente irracional. Su complinche no quería provocarlo más y decidió esperar que se sacara las ganas, después se tranquilizaría. Nervioso, quedo mirando la calle por la ventana entreabierta, vigilante.

Bonifacio comenzó a despabilarse. Le dolía todo el cuerpo, la rodada había sido brava. Se levantó con dificultad y vio a un gubernista trabado en lucha arriba de otro criollo. Le pareció reconocer a su Coronel. Recordó que había caído del caballo y estaba herido de bala en el costado. Recordó también que un oficial lo había sableado en la cabeza cuando ya estaba indefenso. Lo estaban ultimando. Una fuerza interior inexplicable lo hizo avanzar hacia el enemigo y se dejó caer sobre él agarrándole el cuello. Liberaría a Chiquito.

La excitación tenia al Chirola fijo en la mujer y no lo vio llegar. Con facilidad se soltó y dándose vuelta lo empujó con saña hacia atrás, haciéndolo caer nuevamente sobre las bolsas del botín. Lo puteó y echando mano al revolver que tenía en la cintura se levantó gritando: - ¡No vas a joder más carajo! Dio un paso hacia el viejo olvidándose que tenia bajos los pantalones, trastabilló y también cayó al piso aparatosamente.

El canijo colorado era fuerte, lo había revolcado. Bonifacio vio un bulto con armas caído a su lado, desesperadamente intento hacerse de una antes que lo ultimaran. Entre ellas apareció un sable.

El Nene, que estaba distraído mirando para afuera, reaccionó al sentir el ruido de los cuerpos rodando en el piso de madera, vio al viejo intentando agarrar el sable y a su compañero entreverado con los pantalones, que con dificultad se levantaba arma en mano. Le gritó:

- No tirés, animal, que todo el barrio se va a enterar... el loco quiere agarrar el sable, sacáselo y ya está. ¡Pensá, loco, pensá!

El Chirola, aguantando los pantalones con una mano saltó sobre el anciano, con la otra agarró el sable y blandiendo la vieja arma le dijo:

- ¿Esto querés?, te lo voy a meter en el culo viejo maldito.

El oficial gubernista blandía el sable sobre su cabeza, era el mismo que recién había sableado al Coronel herido. Bonifacio no lo pensó. Fue un movimiento instintivo, él no quería el sable que era arma de oficiales, los soldados utilizan lanzas y facas y la suya se le había caído en el revolcón. Pero ya la había encontrado entre el pasto. No dudó, se la enterró hasta el mango y sintió el calor de la sangre en su mano. Volvió a apuñalar y giró la hoja en el cuerpo del enemigo. La muerte de ese hijo de puta era segura.

La cara de Chirola adoptó una expresión de asombro, perdía fuerzas, se miró la barriga, vio la ropa enrojecida, soltó el sable y al viejo, tocándose la herida quiso hablar pero un borbotón de sangre no se lo permitió. Cayó muerto de ojos abiertos, con el viejo facón del tío estanciero, mango de plata y oro, con sus iniciales artesanalmente trabajadas en oro puro, enterrado en el estómago.

Eso fue demasiado para el Nene, que despavorido tiró todolo que tenia en las manos y solo atino a salir corriendo. Todo había sido tan rápido que no llegaba a entender lo que había pasado.

Bonifacio vio que el otro soldado gubernista retrocedía de su posición y volvía hacia sus filas, el cobarde juyía. Bajo unas ropas vio moverse un cuerpo, ¿todavía estaría vivo?. Paso por encima del enemigo muerto y se arrastró hacia su Coronel. Con cariño lo apoyó en su cuerpo y le levantó la cabeza, lo vio abrir los ojos. ¡Estaba vivo! ¡Chiquito Saravia estaba vivo!

La nieta recuperaba la conciencia. Vio la cara borrosa del abuelo, sentía que le decía algo de un coronel -” Mi Coronel, los corrimos mi Coronel” - aun aturdida vio el cuerpo ensangrentado del que la había querido violentar, el otro no estaba, la puerta de la calle abierta, la perra rengueando, todo revuelto...

- Abuelo: ¿qué pasó? ¿Qué pasó con los tipos?L

a cara de Bonifacio aflojó la tensión, los ojos retomaron la mirada dulce y pacífica. Ella se dio cuenta que estaba otra vez en el presente, con ella.

- Que le pasó m´hijita, ¿se cayó? - la voz era calma - todo esta desordenado... ¿y ese quien es?

La nieta no entendría nunca ese quiebre del tiempo. Vio al abuelo agitado, con hematomas en la cara y las manos ensangrentadas. Le arregló la ropa, lo ayudó a ir al baño y a lavarse, llamó a la policía y luego se sentaron en el patio. Preparó un tesito de tilo para los dos, para tranquilizarse - en realidad ella era la que lo precisaba, porque Don Bonifacio ya estaba tranquilo - acariciaba su perra y le preguntaba:

- ¿Qué le pasó Negrita, que esta renga? ¿otra vez se peleó con sus vecinos? ¡que perrita sabandija caramba! y con cariñosas palmaditas suaves le quitaba el dolor al animal que, complacido, echándose al piso le ofreció su panza a las rasquiñas.

La nieta no se animaba a preguntar. Le parecía imposible que el abuelo solo... no lo podía entender, después del golpe no recordaba nada. Cuando juntó valor le dijo suavemente:

- Abuelito: ¿que pasó en la casa?.El hombre miró a la nieta asombrado, y le contestó preguntando:

- ¿En la casa...qué pasó en la casa?. Sabe m´hija, estuve pensando, no sé si fue un sueño, pero me parece que al final salvé a mi Coronel Chiquito Saravia. ¿Lo pude salvar?, ¡que lástima que estoy tan viejo que los recuerdos se me entreveran!... que rico está el té m´hijita.

sábado, noviembre 18, 2006

El cabo Antelo y el lobizon

Posted by Picasa El Cabo Antelo y el lobizón


De todo el destacamento, el Cabo Nicanor Antelo era el más corajudo, instruido - dentro de sus posibilidades- obediente y respetuoso de las leyes, de sus superiores y de la gente.

De hogar muy humilde y corazón grande, siempre fue el primero para ofrecerse cuando se precisaba de una mano amiga, el primer comedido en cumplir ordenes temerarias y le sobraban ganas de servir a su patria aun a riesgo de su vida si la situación lo exigía, por eso la gente del lugar lo apreciaba, sus compañeros de armas lo querían y respetaban.

Eso si, era muy, pero muy supersticioso.

Ese Viernes 13 de marzo llegó a la villa el Coronel Gabriel Pereira de gira de reconocimiento por los parajes mas apartados de la joven Republica.

Luego de las inspecciones de rigor, los recibimientos, trabajos e intercambios profesionales, se dio orden de descanso y como bienvenida la oficialidad brindó al destacado visitante una comida tradicional: asado con cuero, chorizos, morcillas, acompañados de buenas ensaladas y postres caseros. Fue tanto, que pese a que todos comieron a voluntad terminó sobrando.

Ese día especial no falto vino a discreción para los solados y para la Oficialidad tenian reservado ron cubano en un barril grande traído desde el puerto, parte de una gran importación reciente y donado por el acomodado importador a los jerarcas militares.

El barril los acompañaba desde el inicio de la gira de inspección celosamente guardado por la guardia personal del Coronel y conservaba unos cuantos litros en sus entrañas de roble gracias a la estricta orden de: "Para la Oficialidad", bien cumplida.

Cuando los alcoholes hicieron efecto, comenzaron las conversaciones de motivos variados, derivando los cuentos hacia anécdotas personales y así, de a poco, ayudados por día y fecha tan especiales, terminaron refiriendo innumerables historias de aparecidos, vampiros y lobizones.

Al cabo Nicanor Antelo estaba entre el personal de servicio esa noche
- por lo que no pudía degustar nada alcohólico - y como su puesto de guardia quedaba cerca del fogón de la Oficialidad sin quererlo escuchaba - de mala gana - los cuentos del mas allá.

Tenia la piel de gallina y le parecía ver sombras moviéndose entre los chircales.Una de las tantas historias versaba sobre la vida del Doctor del pueblo, José Ignacio Palermo Mació, viejo vecino del lugar, conocido por todos y curiosamente séptimo hijo varón de diez hermanos. La niña tan esperada nunca llego a esa casa

"¡Séptimo hijo varón! seguro es lobizón" penso Nicanor que conocía al médico desde siempre - habia asistido su propio nacimiento - pero desconocia ese detalle fatídico. "Seguro lobizón" pensaba nervioso.

Cuando todos dormían y sólo el personal de guardia se mantenía alerta, un gran mastín marrón que había acompañado una de las tropillas de las estancias se acerco al fogón atraído por el olor a restos del asado.

Apareció por el costado de las casas del comedor de Oficiales justo cuando el Cabo Antelo pasaba caminando por el lugar.

Al perro hambriento el olor a carne asada le llenaba la boca de saliva, haciendole colgar baba de las mandíbulas. Al ver al hombre el mastín quedo quietito, moviendo el rabo.

A la luz del fogón a Antelo le pareció que los ojos del animal eran rojos y ese tamaño de perro no lo tenia visto en la villa, era tal el susto que lo veía mucho mas grande, como un ternero. Temblaba, seguro de estar frente a un lobizón.

"¡El doctor de seguro es el doctor transformado! - penso enseguida porque era viernes 13 y noche de luna llena - ¡justo a él le tenia que pasar!"

Un frío le corría por la espalda y quedo de inicio petrificado por el horror, luego su instinto militar lo hizo reaccionar y preparo la carabina para disparar, pero desistió del intento pensando en el galeno.

Y entonces juntando coraje de la nada, decidido, pese a su desesperacioón se paro firme y mirando al mastín con el dedo crispado en el gatillo dijo:

"¡No me comprometa, Dotor Palermo, le ruego no me comprometa, por favor Señor Dotor!"

viernes, noviembre 17, 2006

El caso del robo al almacen de ramos generales de Don Andrógino Pereira

Posted by Picasa El caso del robo al almacen de ramos generales de Don Andrógino Pereira


- ¡Dejenmeló, dejenmeló!, gritaba Hectorvides Gaetán mientras avanzaba intentando agarrar al desgraciado que había robado el almacén de Don Andrógino.

El pueblo estaba alborotado porque era el mayor comercio del pago y su dueño un hombre “pesado”, con muchas influencias policiales y políticas. En el hurto había desaparecido mucha mercadería y una pequeña fortuna en efectivo. El propietario creía tener todo bien escondido, pero el ladrón supo donde buscar rápidamente, por lo que estaba claro que el robo había sido vendido.

- ¡Dejenmeló, dejenmeló! – seguía gritando desesperado Hectorvides entre la gente - ¡Quiero agarrar ese ladrón y terminar de una vez con esto carajo! - pero el tumulto no le permitía avanzar.

En realidad nadie se lamentaba por Don Andrógino, porque el hombre no era querido. Tenía sus cosas. Tipo arrogante, nunca hacía favores al pobrerío pese a su fortuna y era el principal sospechoso en un intento de abuso sexual a una niña, asunto acontencido poco tiempo atrás, cuando aprovechando que no era del pago y andaba perdida buscando a su familia, la intentó engatusar con promesas de ayuda. La intención del viejo era violentarla, pero la cosa no había pasado a mayores porque al anochecer un viajante llegó al negocio inesperadamente y vio como el degenerado la estaba manoseando y ella se defendía como podía. Su aparición evitó lo peor. En el entrevero la chica salió corriendo y no la volvieron a ver. Nadie supo como, pero desapareció del pueblo. El vendedor comentó lo sucedido a un par de amigos, y al otro día el pueblo entero estaba enterado, así, aunque los contactos de Don Andrógino lograron tapar rápidamente el asunto, un olor a podrido quedo rondando al acusado.

- ¡Dejenmeló carajo, dejenmeló! este va a saber lo que es bueno, seguía vociferando Gaetán avanzando a los codazos entre la gente rumbo al galpón en el que se había atrincherado el ladrón.

Estaba lleno de curiosos pero nadie intervenía, solo vigilaban tratando de evitar que el malviviente escapara aprovechando la noche especialmente oscura. Preferían esperar la brigada policial que volvía de un procedimiento en Pueblo del Chircal, a unos cuarenta quilómetros, porque sabían que el caco tenía un físico nada despreciable – lo habían visto al seguirlo, era un mulato desconocido, joven, granadote y fornido, con dedos gruesos que convertían sus puños en verdaderas mazas que solo con mirarlas imprimían respeto. Y se debía tener en cuenta que seguramente estaba armado y al saberse acorralado mas alterado y peligroso todavía. Pero nada de esto amedrentaba a Hectorvides Gaetan, que enojado y lleno de coraje avanzaba a los empujones entre el gentío.

Varios vecinos comentaban: ¿Tanto valor el Hectorvides?, no se lo conocíamos... el tipo está haciendo méritos para congraciarse con el Sr. Pereira, quien sabe lo que le va a pedir al viejo después. Si sale vivo de esta, claro.

- ¡Que hombre, por Dios!, dejó escapar en un suspiro Mirtha Vermellón, que con sus casi cuarenta años no había conseguido un hombre que la pudiera soportar, mientras miraba fijamente al envalentonado vengador avanzando al galpón. ¡Que valor, mire como se arriesga!, ¡que hombre, por Dios.!

- ¡Me quitó las palabras de la boca, Mirthita!, le respondió Katia Insorbide, vecina del lugar - divorciada de 42 años y en permanente período de caza- mientras se secaba nerviosa la frente cuidando no se le corriera la pintura de los ojos. Ella también se lo comía con la mirada viéndolo arremeter entre el gentío. - ¡Con lo escasos que están los hombres así hoy día, m´hija!, ¡que Gaetán este, Virgen Maria!.

- ¡Dejenmeló, no se metan, dejenmeló!, seguía repitiendo como poseido Hectovides, hasta que logró pasar entre la multitud y llegar a la puerta del galpón. Antes de entrar se dio vuelta y mirando fíjamente a la gente dijo:

- ¡La cosa es seria!, ¡no intenten acercarse, no quiero que naides salga herido!, me sobran huevos y experiencia para solucionar este problema yo solo. Si quieren ayudar quedense alumbrando bien las puertas y las ventanas del frente, no sea cosa que este hijo de puta se nos vaya. ¡Hectorvides Gaetán no precisa polecía ninguno pa lidear con un malandro! y luego de gritar esa sentencia entró decidido.

- ¡Pero puede ser posible que nadie ayude al muchacho p´agarrar ese bandido! gritaba desesperada doña Ernestina Catalán – eterna amiga “secreta” del poderoso, al que nunca pudo casorear en todos esos años – y la única que sabia bien todo lo que el avaro tenia escondido, bienes que en parte consideraba también suyos como retribución a los servicios prestados. Nadie la escuchó.

Nadie quería escucharla. A nadie le interesaba realmente escucharla. Incluso a ella no le interesaba demasiado el asunto, pensaba que le estaría por pedir ese tipo a “su” Andrógino cuando recuperaran las cosas robadas y no veía con buenos ojos tanta valentía, pero tenia que hacerse sentir, por aquello de los comentarios.

Cuando el valiente desapareció por el portón se hizo un silencio impresionante solo roto por el ladrido de los perros alborotados por el tumulto. El gentío esperaba ansioso los acontecimientos. Muchos temían lo peor.

Se sintieron dos tiros y con un movimiento reflejo, todos se tiraron al piso. Casi no respiraban.Ya lo daban por muerto. Los segundos parecían horas. El nerviosismo aumentó al máximo.

Los hombres pensaban en lo inteligentes que habían sido al quedarse afuera de todo ese relajo y las mujeres estaban realmente asustadas y algunas muy excitadas.

Todos sufrían el calor de la noche veraniega, pero se mantenían pecho a tierra, atentos, mirando fijamente las puertas y ventanas iluminadas como Gaetán les solicitara.

Se sintió otro tiro, de un arma de mayor calibre. La tensión llegó a limites insospechados. Dos viejitas se desmayaron. La espera se hacia insoportable. Todos contenían el aliento.

- ¡Rápido, donde estás carajo! – preguntó susurrando Hectorvides en la oscuridad. Desde las sombras la voz del Negro lo guió:

- Acá en el fondo, seguí derecho, tas cerca, vas bien. Sentados en el suelo, espalda contra espalda, hablaban bajito.

- ¿Y los milicos?

- Siguen fuera del pueblo, pero están volviendo, hay que apurarse. Estos curiosos de mierda no me dejaban pasar y perdimos tiempo. Decime che, ¿qué hiciste para que se viniera toda la gente?, si el asunto estaba bien planeado. ¿Te costó encontrar las cosas?

- No, tu sobrina nos pasó los datos bien de bien, pero la vieja Ernestina me vio cuando ya me iba por el fondo y la muy hija de puta se puso a gritar como loca, armó terrible quilombo, no me dio tiempo a rajar, a gatas pude llegar aquí. Y todos me vieron, quedé quemado con todo el mundo

- ¡Ta bueno, no pasa nada, nadie mas nos va a ver! - dijo Hectorvides y disparó dos tiros al aire - van a pensar que nos estamos matando entre nosotros y del cagaso ni se mueven. Vámonos rápido por atrás que tengo los caballos prontos y allí no hay nadie, todos los bobetas están en el frente. Buscamos la nena, cargamos el camión y que se vayan todos a la reputísima madre que los parió. Cuando se aviven, estaremos lejos.
Antes de salir le dijo al Negro:

- Tirá un escopetazo ahora para que estos maricones se queden quietos, y no te preocupés, dejalos nomás que nos busquen, así va a pagar los manoseos ese viejo de mierda. Suerte que la gurisa se acordó de donde sacaba las cosas para convencerla ese mal parido.

La noche fue cómplice fiel, duando los milicos llegaron medio pueblo estaba de barriga en el suelo mirando el galpón y varios ya se habían dormido, porque entre el calor de la noche, una brisita fresca que se levantó, y los nervios gastados...