viernes, noviembre 17, 2006

El caso del robo al almacen de ramos generales de Don Andrógino Pereira

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- ¡Dejenmeló, dejenmeló!, gritaba Hectorvides Gaetán mientras avanzaba intentando agarrar al desgraciado que había robado el almacén de Don Andrógino.

El pueblo estaba alborotado porque era el mayor comercio del pago y su dueño un hombre “pesado”, con muchas influencias policiales y políticas. En el hurto había desaparecido mucha mercadería y una pequeña fortuna en efectivo. El propietario creía tener todo bien escondido, pero el ladrón supo donde buscar rápidamente, por lo que estaba claro que el robo había sido vendido.

- ¡Dejenmeló, dejenmeló! – seguía gritando desesperado Hectorvides entre la gente - ¡Quiero agarrar ese ladrón y terminar de una vez con esto carajo! - pero el tumulto no le permitía avanzar.

En realidad nadie se lamentaba por Don Andrógino, porque el hombre no era querido. Tenía sus cosas. Tipo arrogante, nunca hacía favores al pobrerío pese a su fortuna y era el principal sospechoso en un intento de abuso sexual a una niña, asunto acontencido poco tiempo atrás, cuando aprovechando que no era del pago y andaba perdida buscando a su familia, la intentó engatusar con promesas de ayuda. La intención del viejo era violentarla, pero la cosa no había pasado a mayores porque al anochecer un viajante llegó al negocio inesperadamente y vio como el degenerado la estaba manoseando y ella se defendía como podía. Su aparición evitó lo peor. En el entrevero la chica salió corriendo y no la volvieron a ver. Nadie supo como, pero desapareció del pueblo. El vendedor comentó lo sucedido a un par de amigos, y al otro día el pueblo entero estaba enterado, así, aunque los contactos de Don Andrógino lograron tapar rápidamente el asunto, un olor a podrido quedo rondando al acusado.

- ¡Dejenmeló carajo, dejenmeló! este va a saber lo que es bueno, seguía vociferando Gaetán avanzando a los codazos entre la gente rumbo al galpón en el que se había atrincherado el ladrón.

Estaba lleno de curiosos pero nadie intervenía, solo vigilaban tratando de evitar que el malviviente escapara aprovechando la noche especialmente oscura. Preferían esperar la brigada policial que volvía de un procedimiento en Pueblo del Chircal, a unos cuarenta quilómetros, porque sabían que el caco tenía un físico nada despreciable – lo habían visto al seguirlo, era un mulato desconocido, joven, granadote y fornido, con dedos gruesos que convertían sus puños en verdaderas mazas que solo con mirarlas imprimían respeto. Y se debía tener en cuenta que seguramente estaba armado y al saberse acorralado mas alterado y peligroso todavía. Pero nada de esto amedrentaba a Hectorvides Gaetan, que enojado y lleno de coraje avanzaba a los empujones entre el gentío.

Varios vecinos comentaban: ¿Tanto valor el Hectorvides?, no se lo conocíamos... el tipo está haciendo méritos para congraciarse con el Sr. Pereira, quien sabe lo que le va a pedir al viejo después. Si sale vivo de esta, claro.

- ¡Que hombre, por Dios!, dejó escapar en un suspiro Mirtha Vermellón, que con sus casi cuarenta años no había conseguido un hombre que la pudiera soportar, mientras miraba fijamente al envalentonado vengador avanzando al galpón. ¡Que valor, mire como se arriesga!, ¡que hombre, por Dios.!

- ¡Me quitó las palabras de la boca, Mirthita!, le respondió Katia Insorbide, vecina del lugar - divorciada de 42 años y en permanente período de caza- mientras se secaba nerviosa la frente cuidando no se le corriera la pintura de los ojos. Ella también se lo comía con la mirada viéndolo arremeter entre el gentío. - ¡Con lo escasos que están los hombres así hoy día, m´hija!, ¡que Gaetán este, Virgen Maria!.

- ¡Dejenmeló, no se metan, dejenmeló!, seguía repitiendo como poseido Hectovides, hasta que logró pasar entre la multitud y llegar a la puerta del galpón. Antes de entrar se dio vuelta y mirando fíjamente a la gente dijo:

- ¡La cosa es seria!, ¡no intenten acercarse, no quiero que naides salga herido!, me sobran huevos y experiencia para solucionar este problema yo solo. Si quieren ayudar quedense alumbrando bien las puertas y las ventanas del frente, no sea cosa que este hijo de puta se nos vaya. ¡Hectorvides Gaetán no precisa polecía ninguno pa lidear con un malandro! y luego de gritar esa sentencia entró decidido.

- ¡Pero puede ser posible que nadie ayude al muchacho p´agarrar ese bandido! gritaba desesperada doña Ernestina Catalán – eterna amiga “secreta” del poderoso, al que nunca pudo casorear en todos esos años – y la única que sabia bien todo lo que el avaro tenia escondido, bienes que en parte consideraba también suyos como retribución a los servicios prestados. Nadie la escuchó.

Nadie quería escucharla. A nadie le interesaba realmente escucharla. Incluso a ella no le interesaba demasiado el asunto, pensaba que le estaría por pedir ese tipo a “su” Andrógino cuando recuperaran las cosas robadas y no veía con buenos ojos tanta valentía, pero tenia que hacerse sentir, por aquello de los comentarios.

Cuando el valiente desapareció por el portón se hizo un silencio impresionante solo roto por el ladrido de los perros alborotados por el tumulto. El gentío esperaba ansioso los acontecimientos. Muchos temían lo peor.

Se sintieron dos tiros y con un movimiento reflejo, todos se tiraron al piso. Casi no respiraban.Ya lo daban por muerto. Los segundos parecían horas. El nerviosismo aumentó al máximo.

Los hombres pensaban en lo inteligentes que habían sido al quedarse afuera de todo ese relajo y las mujeres estaban realmente asustadas y algunas muy excitadas.

Todos sufrían el calor de la noche veraniega, pero se mantenían pecho a tierra, atentos, mirando fijamente las puertas y ventanas iluminadas como Gaetán les solicitara.

Se sintió otro tiro, de un arma de mayor calibre. La tensión llegó a limites insospechados. Dos viejitas se desmayaron. La espera se hacia insoportable. Todos contenían el aliento.

- ¡Rápido, donde estás carajo! – preguntó susurrando Hectorvides en la oscuridad. Desde las sombras la voz del Negro lo guió:

- Acá en el fondo, seguí derecho, tas cerca, vas bien. Sentados en el suelo, espalda contra espalda, hablaban bajito.

- ¿Y los milicos?

- Siguen fuera del pueblo, pero están volviendo, hay que apurarse. Estos curiosos de mierda no me dejaban pasar y perdimos tiempo. Decime che, ¿qué hiciste para que se viniera toda la gente?, si el asunto estaba bien planeado. ¿Te costó encontrar las cosas?

- No, tu sobrina nos pasó los datos bien de bien, pero la vieja Ernestina me vio cuando ya me iba por el fondo y la muy hija de puta se puso a gritar como loca, armó terrible quilombo, no me dio tiempo a rajar, a gatas pude llegar aquí. Y todos me vieron, quedé quemado con todo el mundo

- ¡Ta bueno, no pasa nada, nadie mas nos va a ver! - dijo Hectorvides y disparó dos tiros al aire - van a pensar que nos estamos matando entre nosotros y del cagaso ni se mueven. Vámonos rápido por atrás que tengo los caballos prontos y allí no hay nadie, todos los bobetas están en el frente. Buscamos la nena, cargamos el camión y que se vayan todos a la reputísima madre que los parió. Cuando se aviven, estaremos lejos.
Antes de salir le dijo al Negro:

- Tirá un escopetazo ahora para que estos maricones se queden quietos, y no te preocupés, dejalos nomás que nos busquen, así va a pagar los manoseos ese viejo de mierda. Suerte que la gurisa se acordó de donde sacaba las cosas para convencerla ese mal parido.

La noche fue cómplice fiel, duando los milicos llegaron medio pueblo estaba de barriga en el suelo mirando el galpón y varios ya se habían dormido, porque entre el calor de la noche, una brisita fresca que se levantó, y los nervios gastados...

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