miércoles, junio 27, 2007

El pardo Mendoza



El pardo Mendoza


El ruido sordo de los cascos sobre el pasto húmedo acompañaba los
pensamientos del hombre que con sus manos grandes y callosas, acostumbradas al rigor del campo, llevaba la rienda firme pero floja, conocedor que el manchado sabia muy bien el camino.

La noche no era obstáculo para ellos. El matungo era fornido y nervioso, pero respondía al mínimo toque de rienda del amo, su único amo desde potrillo.

"Estos caminos - pensaba Mendoza – estos caminos... cuando iba a pensar que los tendría que recorrer así, a las apuradas, de noche, ocultándome, ¡cuando!"
El animal pareció sentir la angustia del hombre y resopló cabeceando.
"Esté tranquilo hermano, que nos vamos, pero juntos, usté no es de fallar."
La voz serena del gaucho calmó al Canela, que siguió su rumbo al mismo
tranco.
El atardecer lo habían cuerpeado por la orilla del arroyo, bajo coronillas, ceibos y quebrachos, así nadie los pudo ver, las horas pasaron y la noche se adueño del campo, pero la pareja seguía sin dudar su camino. Antiguo camino de quileros, sendas trilladas incansablemente cargando el contrabando para lograr el peso diario que asegure el sustento, sendas por las que se van cruzando estancias siempre lejos de caminos conocidos, vigilados por los uniformados, que son muchas veces cómplices pasivos, conocedores del rigor de la pobreza. Así se atraviesan tierras que nunca serán de los que las trabajan, tierras de dotores engominados montevideanos, o de extranjeros millonarios.
Mendoza tiro suavecito de la rienda y el manchado quedo quieto. "¿Tá cansado hermano? Tá bueno, descansamos un poco entonces, pero tendrá que aguantar unas leguas mas, el caso lo requiere, después Tata Dios dirá", y le palmeó el costado con cariño. Con un movimiento ágil se bajó del pingo, aflojó la montura – sin sacarla -, y dejó que el Canela tomara agua y mordisqueara distraído algunos pastos en la orilla de la cañada. Una saliva espesa en la boca del animal confirmaba su esfuerzo.

Mendoza se sentó sobre sus propios talones, armó un cigarro y tapando el resplandor con su mano lo prendió, pegando dos pitadas fuertes, profundas.
Hacía dos días que no comía pero no sentía hambre, tenia cerrado el estómago, las cosas daban vueltas en su cabeza. Vueltas y vueltas. Miró al
manchado pastando y reflexionó que los bichos tenían menos problemas que
los hombres. Le dio un beso a la petaca de caña brasilera para entonar el
cuerpo, se dejó caer hacia atrás apoyando la espalda en el tronco y siguió
fumando, mirando distraído las estrellas que aparecían entre las ramas del
ceibo frondoso que lo cobijaba. Los cantos de las ranas, los violines de los
grillos y los pasos del caballo se sentían clarito en el silencio de la noche.
"¡Como van a pensar eso de uno!", dijo, quedando sorprendido de su propia voz. "Hasta hablo solo ahora, Canela. ¡Carajo!, que mal están las cosas."
Pocos minutos después tiró el pucho, lo vio apagarse en el barro, movió hacia los lados la cabeza para aflojar el cuello, se quitó la boina y agachándose en la orilla humedeció el pelo. Arregló el facón en la cintura y se puso el poncho patria, tejido a mano y hecho especialmente para él. Estaba cayendo una helada regular, y no podía prender fuego.

"Bueno, vamos mi amigo, a seguir que falta". Afirmó la montura y montó con destreza. Tensó hacia la izquierda la rienda y el animal dio vuelta en redondo. Taloneando suavecito las verijas, logró que subiera una pequeña loma en la orilla de la cañada e iniciara un trotecito suave, retomando la senda. Los pensamientos se agolpaban: " Crecimos juntos, nos criamos juntos, siempre la quise como a una hermana... por que tenía que venir con esas mentiras el hijo de puta".

Y así fueron pasando las horas, la frontera se acercaba cada vez más. Estaban en el bajío de los Saraiva, unas leguas mas adelante pasarían cerca del Rincón de los Rodríguez y ya casi llegaban. Todos potreros inmensos con pocas vacas, terreno plano ahora, que permitía un trotecito mas ágil, iluminados por una luna grandota. Luna llena que había aparecido en el horizonte como inmensa farola gris rojiza y subía en el cielo estrellado haciéndose lentamente mas pequeña y blanca.

El frío quería meterse en los huesos, pero el poncho estaba hecho con cariño y
no dejaba. Mendoza inició un diálogo con el Canela: "Se da cuenta, mi amigo, venir ese mal parido a llenarse de razones contra uno, a inventar mentiras, ¡como voy a hacerle daño a la Carina, si era como mi hermana...! pobrecita, parecía dormida en el cajón. Y pensar que la violentó antes de ahorcarla. A ella, que era toda ternura. Se créen que porque tienen plata..."
Una mueca cortó el diálogo. Se bajó por enésima vez del caballo y abrió la última portera que lo separaba de tierra brasilera. Esta había sido la estancia de Don Nicanor Pereyra Rodrigues, bien en la frontera. Don Nicanor se había enriquecido con el contrabando de ganado. " Fácil pa él que estaba bien ubicado. – pensó - y pa qué, si cuando murió el hijo le vendió todo a un brasilero, que compró como inversión, corrió la gente y trancó las porteras. Ni respetó el esfuerzo del padre, todo quedo abandonado. ¡Que desperdicio todo esto, mismo!". El pardo había trabajado para el viejo, conocía bien la historia, por eso pasaba tranquilo, sabedor que no habían cristianos, solo campo y chircas.

El Canela se encabritó parándose en las patas traseras. Mendoza estaba como pegado al animal y ni mosqueó. Sintió el silbido finito de una víbora que pasaba cerca y se iba apurada entre los matorrales crecidos del potrero abandonado. En otra ocasión la hubiera matado, pero no estaba para esos menesteres. Tocó los costados del caballo, jaló suave pero con firmeza las riendas y la pareja retomó el camino. Amanecía, una inmensa bola de fuego anaranjado comenzó a elevarse en el horizonte.

No muy lejos se veían los cerros de granito negro ya en territorio brasilero. Pedra Preta era el nombre del lugar y significaba que la patria chica había quedado atrás, mas de cinco leguas.

"¡El mal nacido pensaba que todo se terminaba comprando al Juez, Canela! - largó una carcajada franca y estentórea - y me culpó a mi, justo a mi que la quería como a una hermana, ta que lo parió carajo. El nene bien se la cogió y la asesinó y los milicos lo agarraron enseguida. Pero seguro Canela, ¡si todo estaba clarito!, ella no quería. se defendió como pudo la pobrecita, pero el tipo era mas fuerte, y en la pelea la ahorcó... y después el Juez que se deja comprar. Seguro, los milicos tuvieron que soltarlo. El hombre pensó que total, como era una chinita huérfana y pobre náides iba a responder por ella... ¡feo se equivocó ese disgraciado!" y otra risotada rubricó lo dicho.
El noble bruto resopló y agachando el cogote empezó a subir la Pedra Preta, en pocos minutos se encontraban en lo más alto. Allí Mendoza lo hizo dar vuelta, y se quedó un buen rato mirando el horizonte, pensando: " No podré volver ni veré más a la Carina, pero donde estés mi hermana, te digo: ¡Se hizo justicia!" y dando un tirón fuerte de las riendas, con un: "¡Vamos Canela!", inició un galope tendido hacia el futuro.

El Comisario miraba asombrado los cuerpos del Juez y del hijo del dueño del establecimiento donde habían matado a la muchacha hacía dos días. El letrado tenia varios huecos de 38 en su pecho, una mueca de horror en la cara y los ojos muy abiertos. El revolver del estanciero estaba en el suelo, junto al cadáver, con el cargador vacío. Pero impresionaba mas el otro infeliz. Lo habían degollado salvajemente, de oreja a oreja, parecía tener dos bocas. Un inmenso charco rojo empapaba el piso de cemento pulido de las casas. Le llamó la atención que la entrepierna del citadino estuviera ensangrentada, pero no tocó nada. Esperaba al medico forense, como manda la ley, además viejo amigo con el que habían compartido tantos casos, tantos asados, tantos vinos.

El galeno llegó, saludo y procedió a efectuar su trabajo. Después de examinar los cadáveres le comentó al Comisario:"¡Que lo parió Chiquito!, el que lo mató sí que le tenía asco, compañero, lo degolló con saña y lo capó. Si, lo capó. ¿Y sabes donde le metió los huevos?... ¿no?, mirá acá... ¡en la boca, mi hermano, se los metió en la boca!, ¿le tendrían asco al engominado este che, le tendrían asco? ¡que lo parió, Chiquito!."

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