domingo, febrero 11, 2007

El hombre viejo que no se si estuvo

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El hombre viejo que no se si estuvo



La voz provenía de ningún sitio

Podía ver al anciano atrás y a mi izquierda, pero en realidad no se si estaba, por eso su voz parecía no tener procedencia.

Él conversaba desde su pasado lejano, reviviendo recuerdos.

La charla comenzó en forma casual, un acontecimiento pasajero, una tontería que generó un intercambio de impresiones, luego, para ser sincero con el lector, debo decir que intenté prescindir de ese anciano conversador, porque estaba agotado de tantas horas de trabajo, apurones y carretera. Quería dormir. Pero el hombre era persistente y en el mismo tono traía al presente acontecimientos de setenta años atrás dando una vivencialidad y frescura a sus personajes que los hacía estar allí entre nosotros.

Estabamos sentados en filas contrarias, sobre el pasillo del transporte interdepartamental, como estaba adelante para poder verlo debía darme vuelta completamente, lo que no era fácil, porque el cuello dolía y se dificultaba mantener la posición. Eso él lo entendía perfectamente sin necesidad de explicaciones pero seguía conversando imperturbable.

Así, con mi cabeza apoyada en el respaldo del asiento levemente inclinada hacia su lado, mantenía una actitud de descanso y de atención a sus dichos. Fueron pasando los minutos y los kilómetros.

Relataba de aquel Juez que entró al almacén en Cerro Corá, Paraguay, en 1934 - ¿o era 1935?, ya no se acordaba bien - y lo había hecho como siempre, como era su rutina, impecablemente vestido, bien afeitado y peinado. Pero esa tarde lo seguía un individuo de ropaje humilde, barba crecida y mal cuidada. El Juez ya estaba en el mostrador cuando el otro se paró en la mitad del almacén y le preguntó:

"¿Usted es el Juez fulano?"

A la respuesta afirmativa siguió la aparición de un revólver y la descarga de todas las balas en el pecho del profesional que en ese instante dejo de ejercer. El agresor se perdió en el tiempo.

Sus recuerdos dicen que él intentó movilizarse, buscar la policía, y que fue detenido por el almacenero que en perfecto "paraguayo" le dijo:

"Uruguayo de mierda, quedate quieto que son cosas de los mafiosos. Además ese que esta muerto allí sabía ser un gran hijo de puta, y bien muerto está", cerrando su sentencia con una exclamación despectiva en guaraní que no había entendido, pero la recordaba sonar como una maldición. Él por supuesto nada dijo, solo quedo en su memoria juvenil la sorpresa y la curiosidad.

Y aquel otro caso de los violadores de una niña de 13 años en el pueblo de Dom Pedrito, Rio Grande del Sur, Brasil, que fueron prendidos por la policía, luego reconocidos por la niña violentada y ante sus ojos muy abiertos – lo había visto todo porque formaba parte de la patrulla que fue a hacerlos presos – ajusticiados con un tiro de carabina en la nuca cada uno y luego dejados para las aves de rapiña en el fondo de una cañada.

En su juventud, asombrado y con el estomago revuelto preguntó al jefe de la comitiva por que motivo no habían sido sometidos a juicio, para definir su pena, y recibió como respuesta en un portuñol atravesado:

"No, meu filho, estos caras aquí no van a estuprar a ninguein nunca máis, ¿ta certo?". Y no estupraron nunca mas nomás.

"Es como le decía, caballero – siguió imperturbable – no había ley y yo siempre me he preguntado: ¿o realmente había?, porque hoy por hoy los reverendos hijos de puta están sueltos, los violadores salen enseguida y vuelven a cometer fechorías... ¿me entiende?, no se realmente donde esta la ley".

Yo estaba casi dormido, arrullado por el sonido del motor, el ronronear de los neumáticos en sus interminables vueltas en el pavimento y la cantinela monótona del anciano. Ya estaba entrando la noche, y la luz era escasa.

Allí escuché unas sentencias que dijo el hombre que me marcaron para siempre. Intuí como que era este "pase de conocimientos" entre dos generaciones el motivo que en ese viaje, en ese día, en ese momento, se produjese la conjunción de nuestras vidas que seguramente no se repetiría jamás. El hombre dijo:

"Por eso le digo a usted que es mas joven: Mire hacia el horizonte, si, m´hijo, viva y camine mirando siempre al horizonte. Véalo. Póngase esa meta. No pierda la vida mirando a las puntas de sus zapatos y se comporte como un ciego para lo realmente importante, recuérdelo bien. Y otra cosa: Cuando tenga que hablar, hable fuerte, que su voz sea segura, no como un pedido o una súplica, no, que sea fuerte, segura, firme, conductora. Así será como lo escucharán y lo respetarán, téngalo por seguro - y escuetamente finalizó diciendo - y ya no le converso más porque no quiero aburrirlo".

Dicho esto no lo sentí mas. Me pareció verlo levantarse y caminar hacia el fondo del ómnibus, seguramente al baño. Pasados unos kilómetros me di vuelta y no lo vi. Llegamos a la terminal, todos bajaron y él no estaba.
Intrigado, volví a subir y abrí apresurado la puerta del baño, porque por un momento sospeché que le podía haber dado algún achaque estando dentro, el hombre era muy viejo.

Pero no estaba.

No se como se fue.

(Si alguna vez estuvo.)

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