jueves, febrero 08, 2007

La vieja Etelvina y el podador

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La vieja Etelvina y el podador






“¡No, si asi no habrá náides que pueda pensar que vamos a tener una buena cosecha p´al proximo año!

Era la enésima vez que la vieja Etelvina intervenía en el trabajo del podador de la quinta, hombre ducho en estos trabajos y de carácter apacible. Al principio se mantenía callado. La vieja era persistente:

“¡Seca!, ¡bien seca va a quedar la quinta con estos podadores! ¡para que tanto sacrificio una vida entera Dios mío, para que...! seguía la anciana.

“Pero vea Doña Etelvina - el hombre decidió intercambiar impresiones con la abuela - se corta por debajo de los antiguos brotos dejando las nacientes secundarias para que broten en primavera, ¿ve?” La voz del podador era como un bálsamo para el carácter endiablado de la viejita, pero ella era insensible a las caricias tolerantes.

“¿VE?, ¿qué hay que ver? lo que se ve es que esta podando demasiado cerca del tronco y me va a secar los ciruelos, eso es lo que hay pa ver. Yo no se pa que hacen cosas sin saber, pa perjudicar a los demás. ¡Si yo fuera la que mandara en esta casa...!

El perro miraba de lejos con las orejas chatas, no se animaba a acercarse cuando los humanos tenían esas discusiones, sin embargo al podador le movía la cola sin reparos.

“Pero no abuela, es la medida correcta, tengo años en esto, me enseño mi padre y a él mi abuelo italiano, ya va a disfrutar en verano las ciruelas hermosas que van a dar estos árboles, ya se va a acordar de mi, abuela”

“No se de que ciruelas vamos a disfrutar si eso p´al verano va a estar seco. Vamos a tener que comprar fruta en el pueblo y utilizar los pobres ciruelos como leña con la brutalidad que usté esta haciendo. Mire, mejor me voy pa las casas para no amargarme“ y lo dejaba solo, ensimismado en su trabajo.

Esos eran los mejores momentos para el hombre, descansando de tantos gritos y sinrazones de la viejita, pero la tranquilidad no duraba, porque poco después ella aparecía y lo sobresaltaba desde lejos con sus gritos:

“¡Mire, mire nomás como cortó este pobre arbolito de ayá, seguro ese no pasa de dos semanas que esta seco y en cambio a este otro le dejo larguísimas las ramas, va a dar un vicio impresionante y no va a dar fruto ninguno... y las ráíces... ¡mire las ráíces! todas al aire después de mover la tierra... ¿pero quien dice que le enseño a usté? ¡Diga que estoy sola en las casas porque la familia esta para Montevideo, que sino le decía al marido de la hija que lo sacara de estas tierras, vea los desastres que hace, que horrible, que horrible!”

Imperturbable el podador seguía consustanciado con su trabajo. Matizaba las podas, la limpieza de yuyos y la dada vuelta de la tierra con palabras bondadosas intentando tranquilizarla, pero ella estaba inmersa sin retorno en la demencia senil y seguía en sus trece diciendo todo tipo de disparates al podador:

“¿Experimentados? ¡hágame el favor! ¿experimentados de que?¿experimentados en destrozar plantas?, mire haga las cosas bien y deje de lastimar a los pobres ciruelos ¿jardineros? jardineros eran los de antes, no esta porquería de ahora".

Bajo esa permanente tormenta de recriminaciones el hombre soportó estoicamente y al cabo de tres semanas, una noche fría y lluviosa de julio el trabajo quedo concluido y el especialista en podas volvió a sus pagos. Cobraría el cheque diferido que le habían dado en el banco de su pueblo.

Llego la primavera y los ciruelos florecieron como nunca, dando fe que el trabajo había sido de primer nivel. Las abejas de las colmenas alquiladas aseguraron una excelente polinización que generó una explosión de frutos en verano, en especial por ser un año de mansas lluvias y mucho calor.

Andresito, el mas chico de los Correa, jugando a los camioneros en el fondo de la quinta, cargaba concienzudamente con tierra un gran camión Ford de madera para llevarla a su imaginario destino cuando descubrió el cadáver de la vieja semienterrado entre unos yuyos, en avanzado estado de descomposición. (La familia había dejado de tener noticias suyas unos meses atras, al volvér de la ciudad no la encontraron, luego hicieron la denuncia, pero la policía nunca descubrió su paradero.)
Al niño la impresión lo dejó mudo por un tiempo. (Los padres gastaron mucho en psicólogos posteriormente.)

Lo que mas llamaba la atención del cuerpo descompuesto era el cráneo, porque en él se podía ver la boca llena de pequeñas ramas de ciruelo donde se apreciaba que varias habían enraizado y sus nuevos brotes comenzaban a aparecer por la orbitas, la nariz y la propia boca de la calavera abriéndose camino entre la piel corrompida, dándole al conjunto una sonrisa desencajada, tipo mueca burlona, “enciruelada” digamos.

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