domingo, septiembre 10, 2006
Milagro seria volver
Extrañamente la situación fue cambiando asi como cambiaba el tiempo de tibio a frio, aunque siempre humedo y pesado.
Quizas no fuera a llover pero seguro la noche seria cruel.
Ernesto se coloco el poncho patria y el chambergo, ajusto las bombachas de faena y se preparo junto al fogon para pasar la noche lo mejor posible.
Con una vara larga removió el braserio, acercó la madera enrojecida al cigarro y lo prendió dando una pitada larga. El humo blanquecino dibujó una figura fantasmagorica que purondo fue devorada porel aire caliente que se elevaba del fuego. “Si eras demonio te fuiste pal infierno” penso el peón que habia seguido el caminode la humada.
Después quedo serio, mirando como hipnotizado las maderas ardiendo e inmerso en sus pensamientos, la espalda semiarqueada, apoyando las caderas en un tocon de eucaliptus, sentado en la porpia tiera. Se fueron llendo los minutos.Arrimó mas leña.
-“¡Prepará la brasa que llego lo bueno, Ernesto! – la voz de Pedro atronó la tranquilidadde la noche y saco al otro de su letargo – el peón me dio una buena tira de asado, un par de riñones y un poco de chorizo de rueda que sobró del mediodia, no nos podemos quejar, va dar pa hoy y pa mañana carculo - Ernesto no era de mucho comer de noche – y si queda... mejor, pero no me parece, che”. Pedro comiendo no tenia rivales y su aparato digestivo era de envidiar. Quedo pensando y despues dijo:
- “Si sere abombado, no tenemos nada que tomar, che”
- “¡Epa! No me apure si me quieresacar bueno – dijo a las risas Ernesto – tengo un litro de cerveza en las casas, la ponemos en el pozo mientras sale el asado... y p´adentro bien fria, mi hermano!”
- “Tonce a darle pues, estamos prontos, como los ricos, a tomar con cuchara grande hoy que Dios nos ha servido sopa”. Y siguieron en sus cosas preparando el manjar que los tomo desprevenidos.
- “Pensar que pensaba alimentarme solo de recuerdos hoy Pedro, y fijate que cena nos mandamos!”
- “La vida es asi amigo, hoy uno espera y nada llega y en ocasiones de la nada se aparecen milagros...”
- “Milagro seria volver a verla che” dejo escapar sin intención Ernesto.
- “¡Otra vez apechugando dolores viejos compadre...! ¡dejese de joder! esa china no lo merecia y uste lo sabe bien!”
- “Puede ser cierto... pero el corazón es porfiado, ¿vio?” - sentenció el mas joven arreglando el braserio bajo el parrillero casero, unos pedazos de varillas de h ierro juntadas con alambre, apoyadas en piedras. El olor a carne asada llenaba el aire.
- “Se me llena la boca de saliva che, hoye comeria una vaca vea” cuando vaya a buscar la cerveza fria, traiga un par de galletas criollas para acompañar. ¿La faca esta afilada?”
- "¡No vastar! – dijo Pedro sonrinedo y cortó un pedazo de asado para ver como estaba - usté sabe que a mi me gusta sangriento asi que para mi ya casi...!"
Ontem lembré de voće
- Eu no estoy certo de que ontem voce pidio pra mi que voltase nas casas, asho que voce esta esquecendo lo sucedido, Manuel.
- Eu no esquecí, meu irmao, ¡ de yeito neum ! Pasa que vos fuiste a lo de
Ñuperto muy en cuete y la cosa se te complica.
- ¡ Ta bon !, mais yo asho que está esquecendo algo usté. Porque hoy al
despertar no tiña mas meu chapeu en el rancho, no lembro donde pude deishar. Ademas la ropa esta tuda embarrada, asho que cai y me revolque na lama. Teño tuda la ropa sheia de sushera, mira aca, Manuel.
- Mais Andrés, voce voltó muito tarde ontem, casi amaneciendo, y eu
tampoco mi lembro muito ben d´iso, mais asho que voce no traia seu
chapeu. Voce entro, foi a sua cama y fico durmiendo profundo.
- Cosa extraña meu hirmao, cosa extraña, no lembro de nada. Ta bon, sera la caña que mi feiz mal. Voy mi vestir y deishar remojando esta ropa sucia y nos vamos para la estancia, ya es tarde de mas. Manuel, andá preparando los caballos para ir mas rápido, andá.
- Decime che Manuel: ¿llovió ayer?.
- No, estamos na seca faz mais de un mes, ¿por qué pregunta?
- Asho esquisito que miña ropa estuviese tuda sheia de lama, de donde voy a sacar barro si todas las quebradas estan secas, Manuel. ¿Será que yo mismo
me mojé en el boliche? Olor a caña no tenia.
- ¡ No vai tener ! ¡ Jedía a caña voce ontem !
- Mais eu no falo de min, eu falo da miña ropa, no tiña jedor a alcohol, era solo barro nomás.
- Poi ser que voce pego agua del pozo del boliche, y con el pedo, se lo tiró encima, y fico tudo mollado, ¿ no asha ?
- Eu no se, tudo e muito exquisito, muito raro Manuel. Na tarde vamos preguntar a la gente de Ñuperto, eu no mi lembro de nada.
- De que se va´acordar paisano, si tenia mas caña que sangre anoche, voce estaba bébado de mais.
- ¡ Manuel y Andrés !, acérquense un poquito, por favor.
- Tudo bon, patrón, ¿como vai?
- Voy bien, pero ustedes dos estan cada día mas desprolijos. Fijate che que hace mas de una semana les dije que trajeran los terneros sin marcar del potrero del norte, vuelvo hoy de la ciudad y no han traido nada. Que tengo que hacer para que los junten, ¿ pedirles por favor ?, eso ya saben que no camina conmigo, o mandarlos a la mierda a los dos, carajo, que eso si tengo unas ganas barbaras de hacer. Ahora mismo se ponen en camino y para mañana quiero tener esos vacunos aquí prontos para bañar, vacunar y marcar. ¿Me estan entendiendo o todavia tienen el pedo de ayer?. Ya me contaron que se la pasan en lo del Ñuperto todas las noches hasta tarde y se agarran los tales peludos. Acuerdense que peonada sobra y trabajo hay poco. Asi que no me jodan mucho mas, porque la paciecia tiene un límite. Y el mio esta alli cerquita nomás. ¿Entendieron?, bueno...¡a trabajar carajo!.
- Ta bien enojado el patron, sheio de razones. Vamos ter que deishar de
facer bestieras meu hirmao, si no eu acredito que vamos a quedar sin trabajo, ¿ voce no asha ?
- Ta certo, mais, fala para min Manuel. Yo salí con la yegua ayer para lo del Ñuperto o fúi en el zaino.
- Agora que vocé fala, mi lembro que salió con el zaino, pero hoy no lo vi nas casas, puede haber rumbeado pa la cañada donde hay buen pasto.
- Mais si el zaino no esta, como pude eu voltar al rancho. So de a pié. Y son mas de 3 leguas. Ta dificil, ¿no haya?.
- El zaino por hay debe estar, esta tarde vamos a buscarlo, no va in bora porque sí, sosiño.
- ¡ Manuel ! ¡ eh ! ¡ Manuel !, ¿apareció el animal?
- Ni rastros del matungo, Andrés. En las casas no está, y pregunté a los
vecinos mais ninguein percibió.
- Ta raro, ta extraño, ta exquisito. No estoy entendiendo que acontecéu. Tampoco encontre meu chapeu, y aquí pertiño no vide barro, tuda la tierra esteya seca. Vamos buscar esos terneros antes que u patron este voltando mais una vez a joder, e apois en la noite vamos conversar con .Don Ñuperto, ¿eh amigo?.
- Faló.
- ¡Don Ñuperto! ¿Como vay hirmao?
- Hola che, como están ustedes dos. ¿Qué se toman?
- Se agradece Don, pero nos quisiéramos falar de óntem.¿Vocé viú a Andrés?
¿Se lembra daverlo visto por aquí?
- No, ayer no me acuerdo. No vi ese crestiano por aquí, che.
- ¡Mais eu venia pra quí!
- Puede ser, mais eu no te vi ayer aquí no meu boliche. Eu lembraria.
- ¡Mas que coisa esquisita!
- Pense meu hirmao, ¿que vocé lembra?
- Eu lembro que monte el zaino, y comencé a vadear la quebrada chica, apois pasé pertiño du rancho de Don Ceferio Mestre, e depois comence a dentrar en el bajío del penitente, el arroyo esta cuasi seco, y en el bajio habia una niebla espesa por el frio de la noche. Taba frío de verdad, tome varios tragos de caña para aguantar la helada. Pero después no me acuerdo de nada más....
Don Ceferino estaba apoyado en el mostrador escuchando la conversa. A Ñuperto le llamó la atención que la cara del viejo cambiaba de expresion pasando de un interés menor, a realmente de asombro.
.................
Acontece que misia Nicanora fico muito resentida poruqe eu fiz alguna soncera, masi no mi lembro que foi que hice, taba bébado de mais. Se que Neliña, la gata que eu mas gosto tambien fico extraña y no falo mas conmigo. Entao eu volté pa las casas...mais no mi lembro meu hirmao.
Estan falando que voce foi secuestrado por los marcianos, eso es lo que se comenta en el poblao. Quen plato volador pegó vocé y llevo a lua. Que voce volto esquecido a masi de 14 leguas de donde lo secuestraron. Dicen que unos dotores marcianos experimentaron en uste. Y NO SE CUANTAS COSAS MAS. Estan Todos alborotados los puebleros. Parece que vienen los de los diario y radio y tambien lo de la televisiones, se esta volviendo vamoso, como los politiqueros chei!!
Pero que clase de bobajen e tudo isto aqui, oh? Macianos? Eu?
Por eso parece que tiene la ropa sucia de ese barro medio azulado, que no hay por estos pagos, quien sabe lo que le hicieron, me esta dando lastima, capaz que me sale lobizon.
Que lobizón ni que carajo, no fala mais bestieras!!!Debe haber otra explicación seguramente.
A la noche siguiente aparecio el Doribaldo, menor de los Mendiete Perez, vecinos de la quinta sesi+on, con un recado de la Clodomira, una de las habituales del quilombo de villa Teresiña.
- Y sí, dice que vocé deixho sua yegua nos fondos de sua casa. Que llego tudo mamao, se resbalo en el cochinero, fue a los tumbos pal patio de lavar y caró revolcado entre la ropa que ella estaba tiñendo, le ensució todo, después se fue caminando y ni le pidio disculpas
- Mais nao, patron. Eu voi ti dicé o que realmente aonteceu. Eu fique bébado la noite tuda. Eu fui ao kilombo de catia y depois no milembro mais. Tome equivocado el caballo y volt+e para u rancho con otro matungo. Se ve que al soltarlo volvi{o solito para sus pagos. Pero mi yegua se quedo en el quilombo. Parece que me cai en el potrero, segun cuenta la fani. Lo demas es todo cuento patroncito. ¡No vai creer sonceras! ¿o vai?
- - Escuchame bien, bestia. Escuchame bien. Tengo la estancia llena de periodistas, de elementos de la radio y la television, cosa que nos va a dar publicidad justo ahora que estan bajas las ventas. Esto nos viene bien. No somno mierda hiciste para levantar tanta polvadera, pero ahora vamos a seguir con esto. ¿Entendiste? Tenemos que aprovechar la bolada. Mir{a: donde te pongas a soncear con ese asunto del quilombo no haces conchabo aqui nunca mas ¿ ta claro?
- Clarito patrón. Ta certo, feisho boca y no falo bestera. Faló.
Cuando el peón se fue acercando al camoati de camaras microfonos y flashes este se alboroto mucho mas todavia. En el centro estaba el patron con sus mejores pilchas.
Lo vio venir y pidió que le dieran paso... se le acercó y le dijo:
- Estimado patrón, si usté me permite voy... pero no pudo terminar la frase porque el jefe le dijo, abrazándolo:
- - Pero... si te conozco casi como a un hermano, ¿que va a decir esta gente, Andresito? ¿que los tengo como en una carcel’ ¡aqui somos una familia! Tuteame como siempre, ¿te vas a poner educado ahora? ¡Por favor che!
La expresion de asombro del peon paso desapercibida por el gentio... no podia creer que ese engendro hijo de puta lo estuviera abrazando y dandole esa entrada. El malparido era mas interesado de lo que creia. Pero esto le venia bien. Ahora un brillo de malicia se reflejo en sus ojos. Ni corto ni perezoso el tambien abrazo con fuerza al patron – que sintio como le apretaba el costillar haciendole doler (péro nunca dejo de mostrar la sonrisa) – y le parecio mentira escuchar y tener que soportar a esa mierda de borrqacho diciendo para todos los periodistas y los curiosos reunidos.
- Ta bom, masi que patron, meu hirmao. Ta certo. Yo te decia che... fue algo extraño, entre en una nube....
Después de los estudios de rigor habían dejado bien definidos lospuntos donde se efectuarian los pilares del puente. En ese sector se iniciaria el trabajo por encima del arroyo en la bajadea de los Martinez Escobar, zona de las Tres bocas como se acostumbraba a llamar allugar, marcado por una desviacion en forma de tridente por entre las rocas del lugar, sector bastante bajo y de facil inundacion ante cualquier lluvia de mediano volumen. Esto habia traido incontables problemas para el transporte en la zona y los jefes de la mina habian decidido de acuerdo con los politicos efectuar un triple puente en el sector.
Costó mucho definir los puntos mencionados y para asegurar su trabajo dejaron por esa noche unas balizas de tateria con relay para la luz, dos azules y dos anaranjadas, intermitentes. En cuanto cayera la noche se prenderian y su luz avisaria a los peones por donde no debian dejar pasar las reses. (O al menos eso esperaban.)
Terminado el trabajo volvieron a la mina para tomar un baño reparador y luego a tomar un merecido descanso. Al poco de caer la tarde funcionaron los relay y las balizas s e encendieron. Todo el sector quedo inmenso en esa mezcla de anaranjado azulado fluctuante.
Entrada la noche,el frio de la madrugada contrasto con el calor que retinia el agua y se genero una gruesa neblina que placticamente impedia la vision a un metro de distancia, las luces generaron una atmosfera muy poco comun para esos parajes tan de tierra adentro, generando la ilusion de encontrarse en un lugar completamente diferente.
...........durmiendo la borrachera sobre el lomo del zaino, ni se entero que este siguio automaticamente en busca de sus pagos pasando por elsector delas luses y luego siguipara suscasa las de la negra Ernestina. Al llegar el resopllido del animal semidesperto a ......que al bajarse del lomo del noble animal cayó empujado por la borrachera y atino a arrimarse un poco a la pared del galpon dondesigui su sueño sin inmutarse.
El menor de los Comesaña, Alejandrito, atino a pasar por el fiejo Fusca por la carretera nueva cuando vio a la distancia el caballo con su jinete meterse dentro de esa niebla fantasmal y con esa extraña iluminación. Quedó como embobecido. Era un fanatico de los asuntos de los platos voladores, los OVNIS, pero el miedo pudomas y en vez de acercarse aceleró el viejo auto en direccion a la comisaria del pueblo, para dar parte de lo visto.
A la mañana siguiente la empresa comenzo los trabajos de excavacion de los pilares y ya no eran necesaira las balizas por lo que retiraron todas dellugar.
Mae Matilda
Alli está la Mae, tendida en el piso del terreiro presa de convulsiones espasmódicas con la ropa empapada en sudor pegada al cuerpo semidesnudo, los brazos cual víboras reptando con sus largas y cuidadas uñas rasgando el aire, mientras balancea sensualmente sus generosas caderas atrás y adelante, atrás y adelante, cual si estuviese haciendo el amor con alguien invisible. De pronto, girando bruscamente se pone de pié continuando una danza ritual agachándose, elevándose, agachándose, saltando, dando vueltas permanentes como en un remolino mágico de pasiones, olores, colores y sonidos que no quieren detenerse, mientras el ritmo de los tambores va aumentando, se hace cada vez más y más penetrante, más y más rápido, más y más fuerte, contagiando a todos los presentes que miran, acompañan y van siendo seducidos por el ritmo que crece, crece, crece y bruscamente se detiene. El silencio invade el recinto, se puede sentir la respiracion jadeante de los fieles, las moscas volando, el ronroneo repetitivo de los ventiladores que solo movilizan aire caliente.
A su manera él quiere a Teresa, pero no tiene problemas en transar a cuanta mujer se le insinúe, porque siempre puede, siempre está a la orden, su virilidad es natural, espontánea, incuestionable, pero con Teresa... es diferente. Hasta la primera vez con ella, que fue la primera vez de ella - y él lo sabia - fue muy tierno, algo poco esperado con sus antecedentes. Con ella siempre era tierno. Con ella siempre había sido feliz. Con ella se sentía necesario y querido. Hasta él mismo se asombraba, no estaba acostumbrado a que la vida siquiera le insinuara una sonrisa, porque desde que tenia memoria la vida había tenido para él la cara seria, casi de asco, una cara de culo permanente. Así lo sintió siempre al ver su padre borracho y vencido y después a su madre prostituida. Él era un niño de la calle que había logrado sobrevivir en esa jungla.

Ya lejos del terreiro, Carliño miró la cara de Teresa, que estaba adormilada y no decia palabra. La vio agotada y frágil, volvió a sentir esa sencación especial que solo con ella aparecía. Pensó: "Y si, demasiada emoción en una sola noche para alguien que trabajó todo el día sin parar". El había intuído las intenciones de Matilda y no le habian gustado. Juro no volver más a ese terreiro. Desde ese día algo cambió en su interior porque a la mañana siguiente se asombro a si mismo al descubrir que estaba pensando en la posibilidad de buscar un empleo...

La paradoja

En el pueblo la pobre anciana Doña Maria era muy querida y apreciada.
Su amor por los animales se destacaba entre las otras muchas virtudes.
Aniceto Mendez era uno de los mas sabandijas del villorio, conocido por sus bromas y permanentes tomadas de pelo, algunas tan pesadas que le habían costado mas de un problema serio.
Aniceto, que le tenia mucho cariño a la viejita, al verla llegar con su gato viejo en los brazos no se contuvo de preguntar:
“¿Que le pasa Doña Maria que la veo tan triste?”
"Es el gatito, m´hijito, que el veterinario dice no hay nada que hacer, que se me muere nomás, esta muy viejito.”
Aniceto tuvo una idea inmediata y los ojos se le iluminaron.
“¿Y ya probo con la paradoja.? – le pregunto a la abuela -
“¿Que es eso de la paradoja m´hijito?”
“La paradoja abuela, la paradoja, cuando algo sale justo al revés de lo que se piensa. Mire, usté le dice al gato tres nombres de los tipos mas malos del pueblo y el bicho, paradojalmente, se pone bueno, porque esos personajes tan jodidos le asustan los malos humores, ¿entendió?”
“¿Y será que eso funciona.?” - pregunto desconfiada Doña Maria, conocedora de los antecedentes de Aniceto.
“Uste pruebe y después me dice” - respondió seguro.
Unos días después se encuentraron en la plaza del pueblo y la viejita venia sola y apesadumbrada.
“Doña Maria, ¿como están las cosas? – y la pregunta de cajón – ¿Y el gato?.”
“¿Pero usted le mentó los tres malos como le dije?”
“Si, yo lo hice, pero se me murió igual Anicetito.”
“Pero Doña Maria que raro....y a quienes le menciono si se puede saber”
“Y yo le mencione al Turco Abdul, al Pirincho Benavidez y al Judio Isaac, m´hijo”
“¿A esos tres...? con razón abuelita, pobre animalito como no se va a morir, vea.”
“¿Por que me lo dices Aniceto?”
“¡Porque lo pasó de dosis, abuela...!”
Juntando fuerzas pa decirlo

Campo, campo y mas lejos, campo.
Solitario junto a una pequeña isla de agua en ese mar verde de llanura sudamericana, mientras la yegua saciaba la sed, Clementino Barragán pensaba.
La laguna con su agua transparente, permitía ver los peces nadando en lo profundo y una tararíra dormitando en el agua calentita de la orilla.
Natura había hecho nacer un sauce llorón de grueso tronco y larga cabellera verde que al dejarse seducir por la brisa, bailaba haciéndole cosquillas al espejo de agua.
Poco mas lejos dos viejos ceibos coronados de rojo le conversaban de pasiones secretas, de cosas de sangre.
Las flores amarillas de las siemprevivas sazonaban el verde cambiante de los pastos y aun mas lejos, otra isla líquida reflejaba el sol que se asomaba.
Los montes de eucaliptus plantados por el hombre delineaban potreros donde se adivinaba el ganado pastando mansamente como pequeños puntos a lo lejos, y mas cerca, tres hermosos potros galopaban revindicando su libertad, presos en inmensos calabozos limitados con alambres.
Dos tero-teros gritaban su atávica defensa cerca de él, buscando engañarlo con su alboroto y así alejarlo de la verdadera posición del nido.
Todo esto fue pasando por la mirada serena de Clementino.
Cambió la secuencia de sus pensamientos previendo que era engañoso ese frescor mañanero, seguramente cuando el sol estuviese mas alto, apretaría el calor, y le faltaba un trecho largo, debía seguir entonces.
La soledad, en vez de agobiarlo, lo alentaba. Se había acostumbrado tanto a ella, que le parecía una compañera a la que podía contar su secretos mas profundos.
Esa inquietud, ese miedo que venía cargando, parecía hacerse mas liviano porque lo compartía con ella, con la soledad, su compañera.
Descansado el animal y ya sin sed, el amo ajustó la montura, se subió al lomo noble y con una simple caricia en los costados inició el trote.
Faltaba demasiado pero para él era poco.
Necesitaba pensar mas y decidirse.
Necesitaba muchas mas leguas de silencio y días de soledad para atreverse.
Ya le habían dicho que María Ernestina también lo quería, pero era malo para encarar mujeres.
De tanta soledad acumulada, se le hacía difícil conversar con la gente y mas difícil aun lo que tenia que enfrentar cuando llegara a verla. Decirle, confesarle, cosa jodida para él.
En fin, cuando estuviera con ella y mirándola de frente, ya vería que tan hombre podía ser.
Por hay le venían las fuerzas que buscaba hacía tiempo y no tenía.
El suicidado


El panteón

“Cielo nuboso, lluvias y tormentas probables, máxima de 12, mínima de 2, con
sensación térmica de 3 grados bajo cero. Vientos del este moderados, con
posibles rachas fuertes. Pronostico para las siguientes 24 horas: sin cambios.”
El informe meteorológico no era alentador.
El tordillo avanzaba a tranco lento, cansado. La jornada había empezado al amanecer y las sombras largas anunciaban la puesta del sol.
Efraín escuchaba la vieja Spika, que había sido de su padre y funcionaba desde las épocas del ruralista Chicotazo, allá por los cincuentas. Fue parte de la escasa herencia que aquel le pudo dejar. Esa radio, el rancho
de terrón en terreno invadido, unos pocos muebles viejos, cobijas y fogón a
leña. Pobres, siempre habían sido. Pero eso si, derechos. Muy derechos.
El viejo siempre decía que no tenia cosas materiales para dejarle, pero que lo que mas les quería heredar, era su ejemplo de decencia.
Su padre nunca supo cuanto le molestaban esos asuntos a Efraín.
Había sido decente de niño, de joven y de no tan joven, y siempre veía pasar
las bondades de la vida en las manos de los que no lo eran. Vio tamañas injusticias que le hicieron a su viejo, otras gentes que después lucraron con sus mentiras. Los derechos quedaron torcidos, los torcidos quedaron bien derechos.
Por eso hacía tiempo que no respetaba esos asuntos de decencia.
Esa falta de los principios familiares le trajo algunos beneficios materiales, pero su foto figuraba en las comisarias del Departamento. Lo conocían bien a Efraín los uniformados. Lo conocían como contrabandista y ladrón de ganado, que eran sus mas destacadas cualidades, pero también tenia entradas por alteración del orden público, generalmente por polleras y caña brasilera entreveradas.
Lo que nadie sabia era que una vez, el pleito había seguido después del baile.
Estaban solos cuando se encontraron nuevamente con el Chango Barboza en el ceibal. El otro le dijo que ahora nadie los iba a separar, que se aprontara para recibir a la huesuda, que no era hombre de andar escapando a su destino, que iban a resolver sus discrepancias a punta de facón, y sin distingos.
Efrain sabia bien que el Chango era muy bueno con la faca. Bueno y fuerte.
sensación de perdida de vida inminente, que le hacia nacer la necesidad
natural, ese reflejo arcaico, de sobrevivir a cualquier costo.
Entonces pensó en su padre, recordó lo de ser derecho, de la decencia, de la
importancia que aquel le daba a esos asuntos.
Y vio que el otro se le venía.
Barboza era grande, fuerte y diestro con la faca, pero tenia una borrachera
impresionante, y a él el susto prácticamente le había sacado el alcohol del
organismo. Ese era el lado flaco de Barboza. Lo vio venir, tropezar en la raíz
del ceibo y caer como una bolsa cerca suyo. Volvió a pensar en su padre, en
ser derecho, en la decencia. Y cuando el borracho comenzaba a enderezarse le metió la primer puñalada por la espalda. Y luego otra y otra sin lamentos. La sangre le calentó la mano. El dolor y la muerte que llegaba, por un momento dejaron lúcido a Barboza que, agonizante, le agarro el brazo y con los ojos muy abiertos, mirándolo fijo, antes de morir alcanzo a decirle:
Nadie supo, nadie vio, nadie sintió nada.
Las palabras del muerto seguían sonando en su cabeza...”...voy a volver para vengarme, hijo de...”. Por varias noches vio la cara muerta mirándolo fijo, se le entreveraba con la de su padre que le repetía incansablemente lo de la
decencia, a veces se le aparecía el Chango en los sueños y le recriminaba con
la voz de su padre que no había sido derecho. Otras veces una calavera con
girones de carne podrida le agarraba el brazo y lo jaloneaba hacia la tierra,
pero la constante era que no podía dormir tranquilo nunca, y no eran pocas las veces que se despertaba gritando y todo transpirado.
En el pago todo había quedado por eso. Pensaron que Barboza se había ido al Brasil, en busca de trabajo zafral, como hacía a menudo. Ya volvería. Efrain
preventivamente se fue a tropeár a la cuarta sección por unos meses para
alejarse de posibles sospechas y problemas con los uniformados.
El cielo gris oscuro, con tenebrosas nubes casi negras, advertía que faltaba
poco para un temporal de los grandes, confirmando en los hechos la previsión meteorológica. Volvía al pago. Había pasado suficiente tiempo.
Ya estaba cerca, solo le faltaba vadear el paso de Guichón, antes del bajío de Caillava y pasar por el ceibal. Luego, la ruta y poco mas adelante, su rancho.
Algo le molestaba y él sabía bien por qué. Ese era el ceibál de la traición, allí estaba enterrado el finadito. Pero no tenía como zafar, la cañada estaba crecida, no había otro paso.
Apagó la Spika y la guardó en un bolsillo envuelta en una bolsa de plástico. Comentó en voz alta:
- VoolveeEEEeerr, voy a volveeeeeeeeeeerrrrrrr, voy
a veengaaaaaaarrrrrmmeee... Pasó cerca de la tumba,
y para entonces ya había obligado al caballo a un galope franco a puro golpe
de fusta. El corazón parecía salírsele del pecho.
Divisó a lo lejos la ruta, cuando comenzaban a caer las primeras gotas.
Sabia que a pocos kilómetros encontraría el panteón de los Galylmar-Godoy, estancieros que habían construido, muchos años atrás, un gran cuarto con techo de cúpula para enterrar sus muertos. Varias generaciones de estancieros estaban allí. El viejo panteón abandonado no tenia puerta, su hermosa reja de hierro forjado yacía entre el pasto semidestruida y herrumbrada y era común que los viajeros se resguardaran del mal tiempo en esas ruinas, porque el techo tozudamente resistía el paso del tiempo. Él no seria una excepción.
El miedo que le caló en el ceibal se estaba yendo y veía mas cerca el panteón donde se guarecería. Llegó, desmontó apurado, con un movimiento automático enredó la rienda al alambrado y corriendo se zampo adentro.
Llovía a cántaros. Lo había logrado. Suspiró profundo.
- Te vi venir de lejos, y te estaba esperando, Efraín.
El Comisario Artigas le preguntó por quinta vez a Magdaleno Casal:
cobijándome de la tormenta. Entró apurado, se paro en la puerta sacudiéndose el agua y mirando pa´fuera. Yo solo lo toqué y lo saludé, - lo conocía de tiempo - y el hombre quedo duro. Cayó al piso como fulminado, seco. Si, muerto sin discusión, mi comisario, tenia los ojos bien abiertos y la cara le quedó azul oscuro. La boca con una mueca bien extraña. Pobre, vendría enfermo el paisano sin saberlo, y con la corrida y el frío... quién le dice, uno nunca sabe cuando le va a tocar, mi comisario, reflexionaba en voz alta Magdaleno, arreglando en su bolsillo la Spika recién encontrada en el piso del panteón.

Bajo una lluvia torrencial los agentes llevaban rutinariamente el cuerpo del finado tapado con una cobija vieja a la furgoneta oficial. En el momento que lo ponían en la caja, un rayo cayo muy cerca, iluminando la noche cerrada, y el impresionante fragor del trueno hizo temblar la tierra. Nervioso, el tordillo escarceaba intentando soltarse del alambrado.
mejor apurate y vámonos pa´las casas.
A lomo de caballo

A lomo de caballo
No vaya a creer que es fácil liar el cigarro en la montura.
Dejar que el caballo siga con su tranco y cargar la chala con tabaco, después arrollarla y ponerle una atadita. Por fin prender con fósforo brasilero - esos de palito . y seguir arreando tropa.
Pero no es difícil para aquellos que nacieron entre chircas, crecieron entreverados con las patas de los potros, engordaron a capón recién carneado y leche de apoyo casi tomada de la ubre.
El poncho patria es bien abrigado, pero el frío del invierno se da maña para colarse y en las tripas se siente. Y para eso esta el mate.
El mate compañero que calienta el garguero y ahuyenta el hambre.
De vez en cuando algún grito de orden a los perros para que corran a algún ternero que se atrasa, o una pequeña apretada a la ingles del zaino para dar una trotadita y enderezar la tropa dentro de la trilla.
Siempre con el termo bajo el brazo, el mate en la otra mano y las riendas enrredadas en la muñeca libre.
Siempre el pucho bailando en la boca, descansando en las comisuras.
Con suerte, no los agarra lluvia.
Con mas suerte, mañana el patrón manda carnear y cuadra asado. Vino no falta nunca en las casas, ni caña brasilera.
Son cinco los peones que van tropeando a fin de agosto. Son cinco que van juntos pero solos, cada uno rumeando sus asuntos.
Quizás algún día se den cuenta que no es un mandato divino el que tengan que estar siempre sometidos, ni que sus botijas pasen frío ni que las mujeres no consigan que hacer de comer día tras día, ni que el hambre y las privaciones deban ser consigna.
A lo mejor cuando llegue ese día, las cosas cambien.
Pero ahora a seguir que faltan muchas leguas para llegar a la estancia y si se demoran el patrón se encocora.
Y no son tiempos para perder el trabajo.
Conflicto en 'El Gato Negro"

Como todos los sábados a la noche, el joven moreno José Noacir Pereira, de profesión domador, fue a visitar a “La Paraguaya”, la meretriz mas veterana del quilombo del pueblo - “El Gato Negro” - que según se cuenta fue la primera construcción existente en el lugar, junto a la que creció el poblado llamado de Galleros en honor al Coronel Nicanor Galleros y Fuentes, que según los anales militares murió en el frente de batalla en la guerra civil de fines del siglo XIX en un destacado acto de arrojo y valentía a pocos kilómetros de este lugar.
La realidad era muy diferente y oculta.
Nuestro Coronel esa tardecita otoñal dejo a cargo de su asistente la vigilancia del área de guerra y se tomo una licencia para visitar el prostíbulo, donde hacia pocas semanas había comenzado a trabajar Dulcinea Nancí, joven brasilera de 16 años por la que el oficial tenia especial pasión y a la que, pese a sus 58 años, la pensaba convertir en su señora para sacarla de esa vida, en cuanto terminara la guerra. Fue entre sus brazos – en realidad entre sus piernas, literalmente – que nuestro héroe murió en el clímax de su segundo orgasmo. Asi terminó su vida de soldado y asi se trunco un futuro mas promisorio para Dulcinea. Este final se considero ominoso para el arma y el espíritu de cuerpo castrense, quedando entonces como secreto de estado y la historia oficial fue muy distinta, según lo ya relatado.

Pero esta no es la circunstancia que nos preocupa en esta oportunidad.
La Paraguaya - conocida asi por su nacionalidad - era vecina del lugar desde hacía mas de treinta años, tenia un doctorado en sexo a fuerza de experiencia, y sus habilidades carnales hacían desaparecer como por arte de magia los 25 quilos de más que cargaba junto a su destino. Desde la ventana lo vio llegar al moreno, venía un cliente mas, otro de tantos pero este tenía algún matíz diferente. En el fondo ella disfrutaba la presencia de José Noacir por su juventud, impetuosidad, resistencia y fundamentalmente por su impresionante naturaleza, siendo de lejos el mejor dotado del lugar y sus alrededores - ella tenia un registro muy bien definido de las características viriles del sexo opuesto en la zona - y la pasión por el tamaño se podía entender ya que el normal estiramiento y desgaste de sus partes mas intimas luego de tantos años de servicio a la comunidad solo la dejaban disfrutar físicamente su trabajo con “volúmenes” muy fuera de lo común como sucedía justamente con este cliente.
Eso si, el dicho que la Paraguaya tenia escrito sobre la maltratada cama de matrimonio definía su duro carácter y su política de trabajo. En una vieja cerámica se leía:
“Las cuentas claras y el chocolate espeso.”
“Seré puta, pero soy una profesional. Siempre estoy limpia y a la orden para dar todo lo que se, pero mi trabajo es al contado, religiosamente” decía siempre y reforzaba con el tono de voz esta ultima palabra como una advertencia – en el aire quedaba una sensación de que algo no estaba bien o no encajaba en el discurso y era justamente por esta última valoración en boca de esa mujer, pero nadie nunca intentó discutir el punto - y a no dudar que su carácter era realmente endemoniado. Mejor no disgustarse con ella, incluso se comentaba que había herido a mas de un hombre con arma blanca y hasta se le endilgaba alguna muerte -acusaciones nunca confirmadas - que la policía, muy permisiva con ella, se había encargado de ocultar, ya que el muerto de marras no pasaba de ser un mal viviente y nadie quería perder a la profesional por esa lacra .

Justamente algo así paso ese día.
José Noacir tenia una “necesidad” imperiosa, porque al patrón los frigoríficos no le habían pagado en fecha y entonces la peonada no había cobrado la mensualidad como correspondía. Su “necesidad” surgía de los dos sábados que llevaba de abstinencia forzada. No podía pasar otro sin explotar o tener que conformarse con las opciones sabidas de autosatisfacción o variedades animales como terneras u ovejas, mas que conocidas, pero que ni de cerca le brindaban el mismo gozo. Por eso, pese a conocer bien los antecedentes decidió arriesgar, fue igual a ver a la Paraguaya.
Desde el inicio todo como siempre: Saludos, besos, cariños y pasión. La meretriz tenia predilección por ese cliente y no exigió el acostumbrado pago adelantado, ni tuvo sospechas, a fin de cuentas él nunca le había fallado y sin más se dedicó a lo suyo. La diferencia fue el final, cuando nuestro amigo le confeso que no le podía pagar.
Pero el moreno fue aun mas rápido.

Salto de la cama corriendo hacia la puerta, agarrando a la pasada ropa y botas y salió como estaba a la calle seguido por la mujer que intentaba taparse de la cintura para abajo con un toallón y atrapaba sus inmensos pechos con el viejo corpiño de elásticos vencidos.
Asi salió del quilombo a los gritos y blandiendo el arma con su mano derecha, corriendo atrás del deudor en desbandada, ambos acompañados por el ladrido ensordecedor de todos los perros del vecindario.
“El Gato Negro” estaba prácticamente en el medio del pueblo, a pocos metros de la plaza principal. Nadie había podido quitarlo de ese lugar pese al crecimiento de la población y las protestas de las señoras llamadas “bien”. (En realidad ningún poderoso ni siquiera había intentado quitarlo de alli mas que nada por miedo a represalias de las profesionales, que sabían lo suficiente como para poder dar a conocimiento publico historias personales de antiguas pasiones.)
Por ese motivo a poco que corrieron pasaron frente a la plaza principal llamando la atención con los gritos a todos los que a esas horas disfrutaban del fresquito de la noche de verano.
Iba con unos cincuenta metros de ventaja el moreno infractor desnudo declarado en “default” corriendo con la ropa bajo el brazo izquierdo y las botas en la mano derecha, llamando la atención ver que misteriosamente aun colgaba del miembro adormecido que se balanceaba enloquecido con la desesperada carrera, el profiláctico recién utilizado que se negaba a caer.
Lo seguía a los gritos La Paraguaya prácticamente desnuda ya que en el apuro por hacer efectivos sus honorarios impagos no le prestaba atención a la situación corporal. La toalla volaba hacia atrás cual un grueso velo de novia al viento dejando ver los rollos que rebotaban con cada paso cual rellenos de goma y las bondadosas nalgas flojas que seguían el compás de los pasos apurados. Completaba el cuadro el pecho izquierdo que había escapado del estirado elástico que lo sostenía y se balanceaba explosivamente, llegando desde el hombro hasta el ombligo en cada zancada.
Asi pasaron frente a los asombrados vecinos y se perdieron por la calle principal doblando en la primera esquina. Los ladridos a la distancia delataban el camino que seguía la pareja en la noche.
Saliendo de su asombro, Don Nicanor Umpierrez, de 99 años, viejo cliente de la defraudada, jubilado sexualmente hacia relativamente poco teniendo en cuenta su avanzada edad, luego de estudiar brevemente las imágenes que le habían ofrecido los maratonistas, fijó la atención en la mujer y pensó : “Lo que fuiste y lo que sos, Paraguaya, pero cuanto tengo que agradecerte...” y comenzó a hilvanar recuerdos que seguramente le colmarían al menos una semana de su vida solitaria. Por unos instantes miro su entrepierna por entre sus brazos apoyados en el mango del bastón y dijo con gran emoción: “Lástima que te moriste vos antes que yo.”

Clodomiro Méntis, cliente permanente de la profesional, luego de verlos pasar dejo caer el mate que tomaba tranquilamente sentado en uno de los bancos de la plaza y sufrió un ataque de risa que lo dejo atragantado y escupiendo yerba.
Honorata Purísima del Rosario Ibarriburri, solterona cincuentona que en ese momento acababa de salir a la vereda y estaba agachada junto al árbol arreglando la basura antes de irse a dormir, casi es atropellada por el moreno que se le vino arriba en su huida en las condiciones mencionadas y dada la posición que ella tenia en ese momento pudo ver muy de cerca el tamaño del instrumento que se le acercaba balanceándose, cubierto del utilizado profiláctico. En milésimas de segundo la vecina automáticamente multiplicó esa visión casi mística pensando como seria “eso” de estar presto a la acción y mareada cayo al suelo atravesándose en la vereda semi desmayada y suspirando profundamente. Su visión, momentáneamente borrosa, la recuperó justo cuando la Paraguaya saltaba sobre ella en su corrida tras el infractor. La toma en “close up” desde este ángulo inferior de la enfurecida mujer desnuda fue demasiado para Honorata Purísima que alli si quedó desmayada con la cabeza apoyada en la bolsa de basura.
El Cabo Donato, de guardia a esa hora, alcanzo a ver los acontecimientos cuando sus protagonistas ya se alejaban del lugar, había salido de la comisaría atraído por el ruidaje y los gritos. Alcanzó a ver a la mujer desde atrás y fijó su mirada en esas nobles nalgas gelatinosas y celulíticas que se alejaban, dejando en ese momento de lado la duda que había tenido toda la tarde sobre que hacer al día siguiente que le correspondía libre.
Atanasildo Perea, apoyado en la columna de la esquina de los acontecimientos y completamente borracho como de costumbre los vio pasar de cerquita. Calculó las distancias, estudió los especímenes y le grito a Clodomiro que seguía atragantado en el banco, cerca de él: “Clodo, esa no lo agarra mas al moreno... y te digo más... te digo que con la bronca que tiene, si lo agarra le va a romper el culo al negro” y luego de un breve silencio donde quedo elaborando sus pensamientos, con esa espontaneidad y desinhibición que da el alcohol se rectificó, siempre en voz alta y carrasposa por el alcohol: “En realidad te digo Clodo que me parece que seria al revés, aunque ella ya lo debe tener...” y reafirmando lo dicho se tomo otros tragos de la botella de caña. Las elucubraciones de Atanasildo no hicieron otra cosa que prolongar casi hasta el ahogamiento el atoro de Clodomiro de tantas risas, el mate se le volvió a caer de las manos.
Ya exhausta, apoyando sus manos en las rodillas y mirando como el cliente se alejaba de su alcance, la Paraguaya le gritó entre jadeos intentando tomar aire: “No te aparezcas mas... por el negocio... negro traidor... a no ser que me traigas... lo que me debés ...y aprontate para pagarme... los tales intereses...” y comenzó a caminar agitada nuevamente hacia su burdel hablando en voz alta automáticamente: “Se cree que porque la tiene grade ese mal parido...” mientras se arreglaba la toalla en la cintura y apresaba nuevamente el pecho suelto en el brassier, sin dar ninguna importancia a todos los vecinos curiosos que se habían agolpado en el lugar, algunos intentando hacer volver en si a Honorata.

Un sentimiento natural de negocios, casi un reflejo ya, la hizo mandarle una guiñada a Clodomiro al pasar y una sonrisa mas que sensual con inicio de beso al Cabo que la miraba de lejos en la puerta de la Comisaría, asegurando asi parte de la clientela de la próxima jornada. La vida seguía, pese a todo.
Sentado en el escalón de la base del monumento al Prócer Nacional, en el medio de la plaza, el único que observó todos los acontecimientos y no esbozó siquiera una sonrisa fue Juan Martín De León, sesentón solitario que siguió los hechos con indiferencia, tomando el mate despacito, acariciando mecánicamente el lomo de su perro, mientras los pensamientos le galopaban para adentro de sus recuerdos. Él había querido a esa mujer de un modo diferente, sin importar su oficio. La había querido – y la quería aunque se lo negara - por ella nomás, y aunque nunca se lo dijo directamente, a su manera se lo había intentado hacer ver, pero a la pobre la vida la había molido tanto que, o no lo entendió, o no lo quiso entender, o no lo pudo entender y entonces siguió viéndolo como un cliente mas simplemente y asi los años fueron pasando.

En ocasiones él había tenido ganas de entrar al quilombo y sacarla de esa vida a la fuerza si era preciso, para meterla en la suya para siempre... pero nunca había juntado suficiente valor. Dificil la sonrisa cuando el del costado esta sufriendo en silencio y peor si entiende que la culpa un poco o mucho ha sido suya, por no haberse decidido nunca a entrar y... Por eso en parte se sentía cobarde.
A sus pies, Pebete, el perro de raza indefinida de Juan Martín, había contemplado todo el desbarajuste de orejas muy paradas y ladrando nerviosamente. Ahora veía pasar caminando a la mujer y la cola la movía pegando cadenciosamente en el suelo. Pocos sabían que la Paraguaya todas las noches antes de acostarse, sin importar el trabajo que hubiese tenido ese dia dejaba unas sobras de comida en la puerta posterior del “establecimiento”, sobras que había guardado especialmente

Lo hacía solamente para ese perro, para ningún otro.
viernes, septiembre 08, 2006
Pequeña historia de pueblo

- ¿Vos estás seguro, Romualdo? La voz del Irineo dudaba.
- ¡No via´jtar! Retrucó secamente el otro.
Sin intercambiar mas palabras siguieron caminando para el centro del pueblo. Cuando llegaron ninguno se animaba a pedir la mercaderia, se daban cuenta que se comprometían.
- ¡Mirá si sospechan, la quedamos seguro! La voz de Irineo ahora estaba francamente temblorosa, pero Romualdo estaba seguro.
- ¡Hay que hacerlo! Dejate de joder, las cosas son así, cuando hay que hacer algo, ¡hay que hacerlo!, dejá que yo elijo que es lo que nos conviene mas en este caso... ese, ese de alíi, con ese va a tener...¡vaj a ver!. La voz sonó convincente.
El vendedor los miró a ambos porque sospechaba, ya algo le habían comentado, en pueblo chico las cosas se saben facilmente, pero no dijo ni una palabra, se limitó a entregar lo solicitado y cobrar. Después siguió en sus asuntos, desentendiéndose.
Tenían lo necesario para darle lo que se merecía.
Anochecía. Juntos caminaron hasta la casa, golpearon la puerta, e Irinéo hizo una última pregunta en voz baja:
- ¿Tas seguro Romualdo?
Romualdo le contestó tambien en un susurro:
- ¡ No via´jtar! ¡dejate de joder carajo y hacé lo que tenés que hacer!, áura te dejo solo”, y se corrió para el costado.
La puerta se abrió.
Irineo respiro profundo buscando serenarse, se sentía mareado, un calor le subía por la cara, le sudaban las manos. Sacando fuerzas de lo más profundo se quitó el chapeu con la mano derecha, apretó con firmeza lo que habian comprado con la izquierda y lo puso adelante, como apuntando al marco de la puerta donde estaba Maria de las Mercedes mirándolo con ojos dulces.
Veía borroso, pero ese aroma inconfundible a flores de campo de la china le hacía saber que la tenia alli y decidió dejar los nervios y hacer lo que tenía que hacer, como decía el amigo, dijeran lo que dijeran, ¡él era hombre de palabra!
Sin soltar el gorro, con el dorso de la mano detuvo las gotas de transpiración que bajaban por su frente y ya iba a hablar cuando ella dijo, mimosa:
“¡Pero que flores mas lindas, Irineo!... ¿serán pa mí?.
Con el corazón convertido en un potro galopando libre por las praderas y rompiendo los alambrados que se le cruzaban, de repente él se sintió diciendo:
“¿Y pa quien más? si mi corazón tiene una sola dueña, mi prienda".
Le parecía mentira escucharse. Pensaba asombrado de si mismo: “¡Lo había hecho!, no pensaba que lo pudiese hacer y lo había hecho... ¡Irineo carajo nomás! !vamos todavía.!”
Los ojos de Maria se habían transformado en miel, y casi acariciándolo le dijo coqueta:
“ Una sola dueña... ¿y quien será esa, mi gaucho...? atravesándolo con la mirada.
Irineo, todito colorado y de lengua trabada no encontraba palabras, quedo tartamudo.
Al costado del rancho, oculto a los enamorados, Romualdo con los puños apretados subía y bajaba los brazos como festejando un gol de media cancha, mordiéndose los labios para no empezar a los gritos.
Traición entre amigos

Hacía tiempo que la mujer del Washington le gustaba a Anastasio, y ella lo sabía bien.
Washington trabajaba de noche y pese a que le daba la atención debida, la mujer quería mas cariño y no sabia mucho de fidelidades.
Anastasio vendía alfajores durante el día y dormía de noche. Mujeriego empedernido, en realidad dormía cuando no tenia ninguna candidata por frente. Era soltero por convicción, definición y principios.
Así, miradas van, miradas vienen, comenzaron las conversaciones, supieron que el deseo de uno era el deseo del otro y entonces, por las noches, cuando Washington cumplía su tarea de sereno y cuidador, Anastasio encontraba la puerta del rancho abierta y se dejaba llevar por la pasión desenfrenada.
Pasaron las semanas.
Esa noche Washington encontró ocupada la empresa por los obreros en demanda de mejoras laborales. Nunca le había pasado y él de política no sabía nada. Asombrado, preguntó si se iban a quedar toda la noche y recibió una lluvia de puteadas que le confirmaron que era al pedo quedarse, entonces volvió a las casas tempranito, comieron alguna cosita con la patrona, conversaron lo sucedido y se fueron a dormir.
A las dos de la mañana llegó Anastasio que no estaba enterado del cambio de la rutina. Los golpes quedaron resonando en el silencio de la noche. Le había llamado la atención que la puerta no estuviese abierta pero pensó que la doña se había olvidado. Al abrirse, no podía creer ver el metro ochenta y cinco de Washington en calzoncillos, que casi tapaba todo el marco, mirándolo con cara de asombro.
Sacando fuerzas quien sabe de donde, improvisando, atinó a medio cantar ofreciendo con la voz cambiada por el susto:
- ¡¡¡AAaaallfajoress!!!...
Washington lo miró y le dijo:
“Vos cada día estás mas loco. Mirá la hora que es y venís a joder con los alfajores de mierda esos carajo”. Y sin más le trancó la puerta en la cara.
Anastasio suspiró profundo y entrecerró los ojos, le había vuelto el alma al cuerpo. Se sintió mojado y allí se dio cuenta que se había orinado en los pantalones.
Lo mejor fue que al otro día, de tarde, en el boliche, reunida la rueda de parroquianos de siempre – por supuesto todos enterados de los cuernos que llevaba el infelíz – Washington comentó preocupado:
“ Al fin el que me da lástima es el Anastasio, lo esta destruyendo la bebida, fíjense que anoche andaba ese infelíz vendiendo alfajores por las casas como a las dos de la mañana... ¡ lo que son los vicios, che.!"
Manolo, el bolichero, se atragantó con la grapa que estaba tomando en ese momento y escupió al turco Amir que aguantaba la risa mirando p´al piso, también medio atorado con unos manises.
Los dos capataces

De todos los trabajos duros, ¿cual mas duro y necesario que el del campo?. El hombre que habita esas tierras, el que la hace dar sus frutos – raras veces su dueño – lleva la piel marcada de años de sol, sudor e injusticia. Ya no logran detenerlo – ni los siente - las madrugadas heladas de invierno o el rigor de fuego al mediodía de enero. Pero eso es el campo, el campo profundo, el verdadero.
Irineo Pantaleón De Souza, de mas de metro ochenta de altura y estructura corporal sólida, creada a terrón y machete, domas y yerras, ocultando sus treinta y pocos años en una cara de cuarenta, levantaba con facilidad los cuartos traseros del novillo que acababan de sacrificar y colgaban para carnear.
El sudor corría por sus sienes, los brazos en el esfuerzo tensaban una musculatura firme, sin gota de grasa sobrante. La dieta era comida escasa, mucho mate y trabajo, abundante y duro trabajo.
Aniceto Wasinton Pimentel, de estatura menor que Irineo pero de similar físico, manejaba con maestría el facón. Su puntazo había sido certero, cortando la médula de la res, que se desplomó con un resoplido sordo. No sintió dolor, no se dio cuenta. Un movimiento pendular de muñeca cortó las venas del cuello del animal moribundo y la sangre caliente comenzó a caer al balde, todo se aprovecharía. Cuando con un leve estertor la bestia murió, un largo y superficial tajo preparó la cueriada.
Entre los dos capataces en pocos minutos dejaron desnudo el cadáver aun tibio de la res, el cuero estirado en el alambrado para curtirlo, el vientre abierto y las vísceras ordenadamente preparadas para el consumo. Había comida suficiente para el personal, para el patrón y para los doctores que llegaban de la ciudad en campaña proselitista, acompañados de guardaespaldas y seguidores. Tenia que dar para todos.
Era época de elecciones, el mas antiguo de los peones, el viejo Caboclo - mote ganado por su fealdad endiablada, contrastante con su carácter tierno y su decir sosegado - vigilaba la hoguera donde se quemaban pilas de coronillas secas entreveradas con rolos finos de eucaliptos. El calor alejaba los jadeantes perros, excitados por el olor a carne fresca, ellos tambien tendrían su parte mas tarde.

Al viejo solo le preocupaba que todo ardiera en forma ordenada, luego arreglaría el braserío. En dos grandes cruces de hierro se clavaron los costillares partidos al medio y una inmensa parrilla recibió los restos del sacrificio. Todo terminaría en los estómagos de los políticos y sus correligionarios.
Se esperaba bastante gente porque el pobrerío no entendía de política pero tenia hambre y además, acompañando el asado se prometía vino a gusto y una excelente ensalada que ya esperaba en la larga mesa de caballetes rústicos. El solemne acto partidario culminaría con baile en la Sociedad Criolla del lugar. Con este programa los carcamanes políticos sabían que público no faltaría para la oratoria y basándose en promesas dudosas, lograrían un caudal importante de votos que les darían mas poder en las próximas jornadas electorales.
“Es cuestión de conocer al pueblo, a los nuestros, los que más nos precisan, los más humildes - decían los doctores – por ellos estamos y a ellos nos debemos”.
El problema surgió cuando uno de los perros, el Nerón, animal de buen porte, cruza de cimarrón con policía, muy manso, se acercó ansioso a la parrilla con largas babas colgando de su boca pues su mente canina ya disfrutaba un buen trozo de vaca. Caboclo lo paró con un firme: “¡Juera Nerón!”, el perro agachó la cabeza y reculó, alejándose apurado entre la gente y al pasar mojó con las babas la pierna de un doctor, que se molestó un poco y nada más.
La cosa no habría pasado a mayores, pero el patrón estaba mirando, y en un alarde de lameculismo con sus candidatos, le dio un fustaso en medio del lomo, y el perro, pese a ser sufrido aulló fuertemente achatándose contra el suelo. Enfrascado en su tarea rastrera, el cobarde levantó nuevamente la fusta, pero una mano callosa y firme le detuvo el brazo.
La voz del Aniceto, calma, pero segura, sentenció: “Tá bueno, patrón”. Éste quedó pálido. Soltándose vociferó: “¡Ta bueno la puta que te parió, peón de mierda, quien sos vos para decirme lo que hacer!”. El Nerón se guarecía tras las piernas de Aniceto, de orejas chatas y cola entre las patas, lamiéndose el lomo. El dialogado siguió: “Seré poca cosa patrón, usted disculpe – la voz seguía calma - pero el Nerón es mi perro y no se le pega a un amigo, menos todavía porque tenga hambre. “Le pego al perro de mierda y también a vos si se me antoja, ¿pero quién te pensás que sos, atrevido?” - la puesta en duda de su autoridad lo había avergonzado ante los dotores y el hombre estaba fuera de si - y cruzó la espalda del Aniseto de un fustazo. Este ni pestañó. Tampoco intentó defenderse.
El mas joven de los políticos intervino, nervioso, intuyendo problemas: “¡Tranquilo correligionario, no es para tanto mi amigo!”, pero el correligionario no entendía a razones: “¡No va´ser!, ya va a aprender este”, y otro fustazo cruzó la cara del peón. Un hilo de sangre corrió por su mejilla. Permaneció firme, imperturbable.
Irineo Pantaleón se acerco despacio, encaró al patrón y se le escucho decir, calmadamente: “Si usté le vuelve a pegar, me va a obligar a responderle patrón, y usté disculpe”. La respuesta no se hizo esperar: “¿Quien te dio vela en este entierro a vos? - y siguió gritando descontrolado - mirá, alejate si no querés cobrar también”.
“Cobrar nos haría falta, pero no acontece, - sentenció el viejo Caboclo, – no acontece, no señor” - repitió mirando siempre el asado, como hablando para él mismo.
La voz de Irineo seguía calma, pero el ceño mas serio: “No me obligue, patrón, tenga a bien...”
Anacleto intervino nervioso: “¡Dejalo Irineo, dejalo – siguió - nos vamos hoy mismo, y todo termina aquí, no adelanta esta discusión.”
El Nerón se le enfrentaba al hombre y le mostraba los dientes con el lomo encrespado, su amo lo retenía del cuero.
El viejo Caboclo terció nuevamente: “¡Y quien no sabe!, patroncito, yo conozco bien a estos dos, desde mocitos y le pido por favor que deje las cosas así nomás, pa bien de todos, ¿vio?”.
“Así nomás no van a terminar, viejo ladino y metido”, y dicho lo dicho, levantó nuevamente la fusta.
Todo pasó muy rápido.
Irineo Pantaleon detuvo la mano con su izquierda y con la derecha aprisiono el cuello del hombre impidiéndole la respiración, Nerón se le prendió de las piernas con ferocidad inusitada para un animal solo bravo con los jabalíes. El Comisario quiso intervenir, saco el revolver de reglamento, pero no pudo avanzar entre el gentío que se había arrimado. Los pies del patrón ya no tocaban el suelo, tenia los ojos desorbitados y un tinte azulado comenzaba a pintarle el rostro.
Un doctor quiso intervenir y manoteó el 22 que llevaba en la cintura apuntando al peón, Aniceto con un salto felino se interpuso entre los hombres. El entrevero levantó una nube de polvo y se escucho un disparo. Con un movimiento pendular de muñeca apenas perceptible, Aniceto hizo aparecer la faca en su mano y un tajo certero dibujó una línea ascendente en el costado del cuello del doctor. Este sintió el corte y quedó quieto. Con ojos asombrados, muy blanca la cara, se tocó la herida, miró su mano ensangrentada y dejando caer el revolver, se desmayó doblando las rodillas para caer de cara contra el pasto, mientras que Irineo, impasible, dejaba caer el cuerpo del patrón, ya casi inconsciente, y mirando fíjamente a Aniceto le decía nervioso: “¿Te baleó?¿Tás herido, tás herido Aniceto?. No era comun verlo tan alterado. Una pequeña mancha roja coloreaba el hombro izquierdo del capataz.
La bala había atravesado el tejido blando y respetado los huesos, era una herida limpia, con orificio de entrada y de salida, como consignaría el medico del pueblo después, nada serio. Irineo le cubrió con un trapo el hombro, luego paso su brazo por la cintura del amigo y lo ayudó a sentarse en un banco de ceibo. “¿Querés agua, algo pal dolor” ¡decime carajo¡” Aniceto seguía calmo y controlado: “Estoy bien, no es nada, quedate tranquilo”.
El comisario, con mucha experiencia en estas lides, intervino pidiendo serenidad a todos, él daba fe que había sido un acto de legítima defensa, pero debería venir el Juez y el Forense para hacer los tramites correspondientes.
“¿Pa´que forense?” - preguntó Irineo -
“¿Pa que evalúe el finado che, y vos date preso”- dijo mirando a Aniceto -
“No hay ningún finado, comesario – dijo Aniseto - solo lo marqué pa que se dejara de joder, se desmayó del cagazo el dotorcito, nomás”.
El comisario dudaba: “¿Cómo podés estar tan seguro, muchacho?”- se agachó para dar vuelta al seudofinado – y la contestación fue concluyente:
“Si lo hubiese querido matar, estaría muerto, comesario, y usté sabe”.
El viejo milico tenia muy clara la destreza del capataz y no preguntó nada más. Nuevamente habló en voz alta a la gente y pidió que se retiraran, dados los acontecimientos. Todos entendieron - muchos disfrutando íntimamente el castigo a los poderosos como si fuera una venganza personal – y así lo hicieron.
Se suspendió el acto político por falta de garantías.
Los dos capataces quedaron sin trabajo.
El viejo Caboclo comentaba, hablando bajito, que ahora seguro iba a sobrar carne “a lo bobo”, vería como la repartía entre los mas necesitados.
El patrón y los dotores no pudieron vengarse del peón, por la presencia del comisario, que era testigo de su descontrol, eso si, sintieron muy de cerca el asco que les tenían hasta los mas cercanos, esos que ellos consideraban de confianza. Esta vivencia podría hacerles recordar que un peón es un hombre, porque tenían mucho para pensar, si pensaban, o si querían pensar.
Mientras los cachorros lamían la parrilla vacía, los dotores volvían a la ciudad para los comentarios a la prensa:
”(...) un ataque de elementos radicales contrarios a los supremos intereses democráticos fue reprimido gracias a la heroica participación de la autoridad del lugar que en valerosa intervención,(...)”
El Nerón aprovechando el revuelo salió en una carrera sola, perdiéndose entre los sauces de la orilla del bañado, con un soberbio costillar en la boca.
En las casas, mientras preparaban sus pocas cosas para buscar destino en otros pagos, Irineo Pantaleón miraba fijamente a Aniceto y le decía: “Si te hubiese matado, te aseguro que lo carneaba alli mismo, no se que podría hacer sin vos”, respondiéndole Aniceto Wasinton con cariño: “Bueno, siempre nos pasa algo porque somos diferentes y náides nos entiende, pero la vida sigue, nos tenemos uno al otro” y dicho esto acariciándole la cabeza le dio un beso en la mejilla.
Con un gran pedo de vino, el viejo Caboclo, eructando, comentaba en voz baja para si mismo: “Yo los conozco desde muy mocitos a esos dos, patroncito... ¡no los voy a conocer!”, y las risotadas retumbaron en la tarde ya casi noche, decorada por los cartelones de propaganda política