domingo, septiembre 10, 2006

Mae Matilda

Mae Matilda.





Alli está la Mae, tendida en el piso del terreiro presa de convulsiones espasmódicas con la ropa empapada en sudor pegada al cuerpo semidesnudo, los brazos cual víboras reptando con sus largas y cuidadas uñas rasgando el aire, mientras balancea sensualmente sus generosas caderas atrás y adelante, atrás y adelante, cual si estuviese haciendo el amor con alguien invisible. De pronto, girando bruscamente se pone de pié continuando una danza ritual agachándose, elevándose, agachándose, saltando, dando vueltas permanentes como en un remolino mágico de pasiones, olores, colores y sonidos que no quieren detenerse, mientras el ritmo de los tambores va aumentando, se hace cada vez más y más penetrante, más y más rápido, más y más fuerte, contagiando a todos los presentes que miran, acompañan y van siendo seducidos por el ritmo que crece, crece, crece y bruscamente se detiene. El silencio invade el recinto, se puede sentir la respiracion jadeante de los fieles, las moscas volando, el ronroneo repetitivo de los ventiladores que solo movilizan aire caliente.





Mae Matilda cierra fuertemente los párpados, sube y baja las cejas, es poseida por un temblor nervioso generalizado y dejando caer hacia atrás la cabeza, con la nariz fruncida abre ostentosamente la boca chillando como animal herido, emitiendo sonidos guturales y hablando con una voz que no es la suya, una voz grave que no se corresponde con sus rasgos hermosos de morena, con esas perfectas piernas largas que parecen sin fin, brillosas y provocadoras, disfrute de los ojos masculinos. Es la voz del espíritu que la ha poseído. El momento ha llegado.





La piel de los creyentes se eriza, los asustados asistentes casi no parpadean al verla entrar nuevamente en un estado de sopor cayendo entre las velas balbuceante, cansada, respirando profundamente y marcando más los pechos firmes de pezones erguidos bajo de la blanca bata del ritual, enrojecida por la sangre del animal sacrificado. En ese momento Matilda entra en trance nuevamente.



Las ofrendas están efectuadas, el gallo negro degollado es un bulto de plumas sangrientas junto a los granos y el tabaco. Las velas encendidas de múltiples tamaños y colores dan una luminosidad irreal a la macumba, donde el olor a humo, transpiración e incienso se mezclan al de tabaco y ron que la Mae escupió al fuego.





El "trabajo" sé esta llevando a cabo según se lo han pedido: hacerle una "limpia" a la Teresa, porque las cosas no le están yendo bien a esa creyente y la culpa es de su hombre, Carliño, de quien hay pocas cosas buenas que decir. Pero este "trabajo" es muy difícil, porque lo que Teresa no sabe es que la Mae desde hace tiempo es amante de Carliño ni que el plan que esta preparando la incluye especialmente, que es un trabajo diabólicamente especial, un trabajo de macumba negra, preparado a la medida, a su medida.





Mae Matilda goza mucho con ese muchacho menor que ella y que maneja a su antojo, dando rienda suelta a sus más extrañas ocurrencias sexuales. Ella de muy niña fue vendida a un camionero y fue mujer antes de cumplir once años. Por alguna razón desconocida nunca se embarazó. Su vida fue muy dura hasta que entendió el poder de los Orixás y aprendió todo los secretos del culto. Pasó a ser respetada y temida. Después pudo hacer las cosas que siempre había deseado y acostarse con quien ella quisiera. Ahora quería ese hombre y ya no deseaba compartirlo, lo quería para ella sola, se sabía con el poder para borrarlo de la vida de Teresa y lo usaría. Ella bien conocía que la moralidad de Carliño no había sido definida en sus 22 años de agitada, miserable y prácticamente analfabeta vida, iniciada en la dureza de una villa miseria, periferia de la ciudad, de donde sus padres, gente de la frontera, llegaron a la metrópoli tratando de escapar de la pobreza pero sin poder hacerlo honradamente. El padre murió a los pocos años, acuchillado en una discusión entre borrachos y su madre tuvo que ir obligada a “hacer la calle” porque no había ningún trabajo para mujer pobre, con hijo pequeño y sin oficio. Y tenía que criarlo. De grande y bien en copas, decía siempre a los presentes que él era un real hijo de puta, pero de puta obligada, que no es lo mismo. Lo fue por poco tiempo. La droga que la ayudaba a soportar su calvario, los estragos de las enfermedades venéreas y la triste vida que el destino le marcó, sentenciaron una vida breve. Al fin Carliño niño quedó solo, la calle fue su escuela, no tuvo quien le enseñara los limites correctos entre lo justo y lo injusto, entre lo legal y lo ilegal, entre el amor y el deseo animal, casi puro, simple, desinhibido, práctico. El mundo primero lo segregó, luego lo humilló y por fin lo olvidó. Él tuvo que hacerse recordar a golpes. Así creció.





A su manera él quiere a Teresa, pero no tiene problemas en transar a cuanta mujer se le insinúe, porque siempre puede, siempre está a la orden, su virilidad es natural, espontánea, incuestionable, pero con Teresa... es diferente. Hasta la primera vez con ella, que fue la primera vez de ella - y él lo sabia - fue muy tierno, algo poco esperado con sus antecedentes. Con ella siempre era tierno. Con ella siempre había sido feliz. Con ella se sentía necesario y querido. Hasta él mismo se asombraba, no estaba acostumbrado a que la vida siquiera le insinuara una sonrisa, porque desde que tenia memoria la vida había tenido para él la cara seria, casi de asco, una cara de culo permanente. Así lo sintió siempre al ver su padre borracho y vencido y después a su madre prostituida. Él era un niño de la calle que había logrado sobrevivir en esa jungla.





Con la Mae todo era diferente, ni mejor ni peor, eran cosas distintas. Ella lo poseía, lo hipnotizaba, lo hacia tener sensaciones increíbles, lo azuzaba, gustaba de su violencia, era una hembra todo deseo, acción y placer sin límites, que desconocía las palabras "prohibido" o "vergüenza". Muchas veces en el propio terreiro se le entregaba, cosa que parecía excitarla mas: A él esto lo cohibía un poco, no le agradaba tener sexo entre imágenes de santos afroamericanos y en un lugar de culto. Pero igual la complacía.





Esa noche Carliño también estaba observando la macumba. Desconocía los motivos y los encargos, pero siempre le fascinaba ver a la Mae en acción, que era lo que le interesaba, porque no creía en nada. Pero en el Terreiro su vinculación con una principal - conocida por la mayoría, menos por Teresa - le permitía disponer de caña a discreción, comida, techo, ver a la gente tenerle una mezcla de miedo con respeto y como postre exquisito, todo el placer que ese cuerpo voluptuoso le daba. Además generalmente luego de un “trabajo” como este, se le entregaba con inusitada violencia y a él que siempre le había faltado todo lo fundamental, no le importaba tener que soportar las estupideces del culto. Para él eso era el paraíso en la tierra y verla en los rituales le gustaba, lo excitaba.





Le llamó la atención ver a Teresa entre los asistentes, no era común que participara, pese a ser creyente, porque siempre llegaba cansada de hacer limpiezas en casa de ricos y después en el rancho, lavaba "para afuera" juntando un dinero para sobrevivir, que Carliño no traía. Agotada, siempre se acostaba temprano, no sin antes hacerle saber su amor entregándose a él o con simples gestos, caricias o palabras tiernas. El sexo con ella era distinto, era un remanso, era frescura, era su paz. Ella era la paz que había buscado tanto.





Teresa amaba ese hombre, confiaba en él, lo precisaba, le tenía fé, nunca cuestionó sus salidas nocturnas a los trabajos que inventaba, ni prestaba atención a los chismes de sus andanzas con otras mujeres. No los creía. Pero eran tantas las insidias que al final la entristecieron y sin decir nada, callada, llevaba su cruz en silencio. Estaba convencida que le habían hecho un “trabajo” negativo al Carliño y ella lo salvaría, no iba a dejar que se lo sacaran, fue por eso que consultó a Mae Matilda, su amiga y como de la familia, casi una tía. Jamás pudo sospechar nada.





Pae Orexis, la mayor autoridad del Terreiro, hacía tiempo que sospechaba que no se cumplían las normas de respeto que se debían a sus santos. El espíritu que lo posesionaba le recriminaba esos desprecios y acusaba a Mae Matilda de todo. Le ordenaba que él, el Pae, la hiciera cumplir los cultos, la penalizara. Era imposible, la deseaba desde siempre. Tuvieron sus cosas al iniciarla en la macumba, cuando le enseñó todo lo que sabia del culto y desde entonces jamás la olvido. Por el contrario, cada día estaba más apasionado por esa mujer, pero desde que ese otro apareció en sus vidas, ella lo rechazaba. Y por eso lo odiaba, y también le temía, sabedor de los antecedentes del sujeto. Pero esa noche su odio a Carliño comenzó a transformarse en odio hacia la Mae porque un Pae no debería ser despreciado de esa forma, menos aún por un aprendíz. Eso no debería pasar y si pasaba seguramente era por la posesión de un espíritu oscuro, quizás encarnado en el Carliño... ¡eso tenía que ser! y estaba en sus poderes devolverla al bien a cualquier costo. Pensaba y pensaba. Con cada trago de caña y cada pitada de charuto esa convicción crecía en su corazón: ella debía estar poseída por el demonio y era su obligación salvarla para tenerla nuevamente. ¡El demonio estaba allí, frente a él, encarnado en hombre!, ¿cómo no lo entendió antes?. Buscando fuerzas fumó un cigarro de maconia y apuró otro trago de caña blanca. Con las ideas convertidas en huracán en su cabeza, vistió sus ropas ceremoniales y fue caminando hacia el terreiro. Tenia una convicción muy clara: utilizaría todos sus poderes, aniquilaría el espíritu que la dominaba y a la vez liberaría al humano del demonio. Ya liberada, sería nuevamente solo para él. Era la mayor lucha de su historia como Pae. Se enfrentaría al propio señor de las tinieblas. Tomó otro trago, pitó con fuerza y se alejó entre una nube de humo apurando el paso.






La Mae no lograba razonar coherentemente. Estaba muy mareada por los alocados movimientos, el alcohol y el ambiente opresivo del terreiro y comenzó a desvanecerse. Teresa intuyó que Matilda se iba a caer y era peligroso por las velas prendidas y sin pensarlo se levantó de un salto corriendo hacia su amiga, con tanta mala suerte que resbaló en la cera de las velas y fue como patinando hacia la Mae, intentando guardar el equilibrio. Casi desmayada, Matilda alcanzó a ver una aparición increible: la Diosa Iemansha se deslizaba sobre la aguas alli, junto a ella, acercándose. La vio hermosa, perfecta, flotando sobre el manso mar que la cobijaba con cariño. Una radiante luz salía de todo su contorno iluminando la lóbrega sala de oración y encandilándola. La sabia imparable, ella nada podia hacer contra esa reina, salvo rendirse a sus pies. Porque su secreto más escondido era que jamás había creido en lo que hacia, actuaba simplemente porque el poder le agradaba, por el placer de ser respetada. Por eso jamás pensaba poder ver -ella, una descreida - a Iemansha. Pero alli estaba, no era otra cosa que una señal divina y de alli en más su vida cambiaria. No seria nunca más falsa a los dioses, ¡nunca más!. Fue tanta la emoción que cayó desmayada a los pies de su diosa reivindicadora.




El pae Orexis entró velozmente al templo umbandista, empujando los feligreses. Una de ellos caminaba resbalando hacia las ofrendas chapoteando en el agua derramada en el suelo. Parecía que la Mae quería agarrarla o que la estaba llamando porque hacia ella se dirigía. Con su experiencia, el hombre se dio cuenta que la Mae intentaba agarrarla seguramente para poseerla y él no iba a permitir que en su templo un Dios del mal hiciera culto. Sin detenerse se avalanzó sobre su poseida Matilda con la intención de que no atacara a la muchacha y santificarla para quitarle el mál de su interior. Cuando se lanzo hacia ella, esta cayó al suelo aparatosamente, desmayada. Los ciento veinte quilos del Pae no le permitieron frenar en su embestida y resbalando en la cera siguió su camino en el medio del terreiro desparramando velas prendidas, cera derretida, el gallo degollado, terminando los dos abrazados contra el altar que voló por los aires generando una lluvia de plumas, santos y polvo sobre todos lo presentes que seguían los acontecimientos danzando inmersos en una especie de trance. Practicamente nadie tenia clara noción de lo que estaba sucediendo menos Carliño, que preparado en estos entreveros desde hacía rato sospechaba de los bailes y las entonaciones de la sacerdotisa mirando maliciosamente a "su" Teresa. Por eso logro tomarla de la cintura y salir del tempo reculando entre los creyentes. No vió el descenlace de la intervención del Pae, pero escuchó clarito el estruendo.



La brúsca aparición del Orexis, el desmayo de la Mae y el desbarajuste que siguió a dichos acontecimientos contagiaron a muchos de los presentes que se babeaban, convulsivaban o se desmayaban completamente poseidos por el momento, mientras la mayoría seguía bailando frenéticamente al ritmo de los tambores que jamás dejaron de sonar.




Ya lejos del terreiro, Carliño miró la cara de Teresa, que estaba adormilada y no decia palabra. La vio agotada y frágil, volvió a sentir esa sencación especial que solo con ella aparecía. Pensó: "Y si, demasiada emoción en una sola noche para alguien que trabajó todo el día sin parar". El había intuído las intenciones de Matilda y no le habian gustado. Juro no volver más a ese terreiro. Desde ese día algo cambió en su interior porque a la mañana siguiente se asombro a si mismo al descubrir que estaba pensando en la posibilidad de buscar un empleo...




Mae Matilda se hizo inseparable de Pae Orexis, no era quien para desobedecer las ordenes de su diosa Iemansha. Cuando contó la vision a quien fue su marido oficial - sin papeles - de alli en más, este le decia que estaba bendecida por la diosa, porque eran muy pocos lo que habia podido verla personalmente. Con su ayuda habia podido quitar su cuerpo al demonio que la había poseido y ahora si serían felices llevando a su rebaño por el camino de los dioses africanos. Fieles no faltarían, gracias a la pobreza, la falta de trabajo y la esperanza que nunca muere.

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