viernes, septiembre 08, 2006

Pequeña historia de pueblo


Pequeña historia de pueblo


- ¿Vos estás seguro, Romualdo? La voz del Irineo dudaba.

- ¡No via´jtar! Retrucó secamente el otro.

Sin intercambiar mas palabras siguieron caminando para el centro del pueblo. Cuando llegaron ninguno se animaba a pedir la mercaderia, se daban cuenta que se comprometían.

- ¡Mirá si sospechan, la quedamos seguro! La voz de Irineo ahora estaba francamente temblorosa, pero Romualdo estaba seguro.
- ¡Hay que hacerlo! Dejate de joder, las cosas son así, cuando hay que hacer algo, ¡hay que hacerlo!, dejá que yo elijo que es lo que nos conviene mas en este caso... ese, ese de alíi, con ese va a tener...¡vaj a ver!. La voz sonó convincente.

El vendedor los miró a ambos porque sospechaba, ya algo le habían comentado, en pueblo chico las cosas se saben facilmente, pero no dijo ni una palabra, se limitó a entregar lo solicitado y cobrar. Después siguió en sus asuntos, desentendiéndose.

Tenían lo necesario para darle lo que se merecía.

Anochecía. Juntos caminaron hasta la casa, golpearon la puerta, e Irinéo hizo una última pregunta en voz baja:
- ¿Tas seguro Romualdo?

Romualdo le contestó tambien en un susurro:
- ¡ No via´jtar! ¡dejate de joder carajo y hacé lo que tenés que hacer!, áura te dejo solo”, y se corrió para el costado.

La puerta se abrió.

Irineo respiro profundo buscando serenarse, se sentía mareado, un calor le subía por la cara, le sudaban las manos. Sacando fuerzas de lo más profundo se quitó el chapeu con la mano derecha, apretó con firmeza lo que habian comprado con la izquierda y lo puso adelante, como apuntando al marco de la puerta donde estaba Maria de las Mercedes mirándolo con ojos dulces.

Veía borroso, pero ese aroma inconfundible a flores de campo de la china le hacía saber que la tenia alli y decidió dejar los nervios y hacer lo que tenía que hacer, como decía el amigo, dijeran lo que dijeran, ¡él era hombre de palabra!

Sin soltar el gorro, con el dorso de la mano detuvo las gotas de transpiración que bajaban por su frente y ya iba a hablar cuando ella dijo, mimosa:

“¡Pero que flores mas lindas, Irineo!... ¿serán pa mí?.

Con el corazón convertido en un potro galopando libre por las praderas y rompiendo los alambrados que se le cruzaban, de repente él se sintió diciendo:

“¿Y pa quien más? si mi corazón tiene una sola dueña, mi prienda".

Le parecía mentira escucharse. Pensaba asombrado de si mismo: “¡Lo había hecho!, no pensaba que lo pudiese hacer y lo había hecho... ¡Irineo carajo nomás! !vamos todavía.!”

Los ojos de Maria se habían transformado en miel, y casi acariciándolo le dijo coqueta:

“ Una sola dueña... ¿y quien será esa, mi gaucho...? atravesándolo con la mirada.

Irineo, todito colorado y de lengua trabada no encontraba palabras, quedo tartamudo.

Al costado del rancho, oculto a los enamorados, Romualdo con los puños apretados subía y bajaba los brazos como festejando un gol de media cancha, mordiéndose los labios para no empezar a los gritos.

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